Lo mucho que odio amarte

CAPÍTULO 18

Capítulo 18

Dueles

Se fue. Así como lo escucharon. Se fue y tal vez nunca volveré a verlo. Preparó sus maletas y se dirigió a la terminal con sus padres. Cuando quise detenerlo ya era tarde. ¿Se imaginan lo doloroso que fue saber que se marchaba y que ni tuvo la intención de despedirse? Fue lo peor. Si antes estaba destrozada, ahora lo estaba aún más. Y lo sabía, yo sabía que algo andaba mal. Debí haberle hecho caso a mi intuición.

—Ah, ¿no te enteraste? Mauricio repitió por segunda vez el año escolar y ni rindiendo las materias que le quedaban, pudo salvarse —comentó Paula el día que fui a su aula y me la crucé, en el intento de encontrar a Mauricio—. ¿Qué raro, no? Es tu novio y no te lo dijo. Bueno, era, porque se fue.

Sus palabras resonaron una y otra vez en mi cabeza. Resulta que si repetías por segunda vez, te quedabas sin banco y eso requería tener que buscar un nuevo instituto para seguir tus estudios. Salvo que no esté interesado en ellos y quiera dedicarse a hacer otras cosas. ¿Por qué poco le interesaba? Porque nunca le ha gustado que lo mencione, porque cuando lo hacía cambiaba enseguida de conversación o saltaba con el “no me presiones, estoy en eso”. No obstante, para que comprendan mejor, voy a retroceder unas semanas a los hechos. 

Nos invitaron al cumpleaños de Helen en un salón hermoso. Yo esperaba la llegada de Mauricio, no a horario, porque nunca lo hacía, pero que sí esté presente. Le dije a Ale que le escriba, que le preguntara si vendría, porque aún seguían raras las cosas entre nosotros. Y mi amado, lo único que le contestó fue “¡Hola amigo! Estoy de viaje, lo siento, no voy a poder ir”. ¿Cómo no alterarme con eso? ¿Se va sin decirme nada? ¿Otra vez me abandona? Y viéndolo así, quien te abandona una vez, no dudará en hacerlo de nuevo.

Era de noche, bastante de madrugada, había bebido demasiado, a causa de que nunca llegó y también porque nos divertíamos. Aun así, quise salir de la fiesta e ir a buscarlo. Por lo que, llamé a Sebas, el cual me levantó de allí y condujo hasta la terminal. Sí podíamos alcanzarlo, podía detenerlo.

No pude. Cuando bajé del auto, el colectivo estaba en movimiento. Me fijé alrededor, en las ventanillas, y lo vi, sentado en el primer piso con la mirada perdida en su celular. Lamenté mucho no haber podido estar antes, para que al menos me explique el viaje tan repentino que decidió hacer. En ese momento, carecía de información, como a dónde iba o qué haría, cosas que ni a sus amigos le había contado.

A Oliver, quien me lo encontré comprando en el kiosco cerca de mi casa, le consulté si sabía algo. Él supuso que iría a Buenos Aires o tal vez a Paraná, pero nada más que eso. Con Joaquín ni hablé, hace mucho que están peleados y enterarse de eso, hasta lo haría alegrarse de que así sea. En cuanto a Natalia, Matías, Elías o alguno de los demás chicos, no tenía cómo comunicarme con ellos, apenas sabía sus nombres. Y ni mencionar a Paula, una de las mayores enemigas, que ni rogándole tendría respuestas.

 Entonces pensé, ¿siempre hubo alguien más? ¿Otra mujer? ¿Quién era? ¿Sucedió durante octubre? ¿Era necesario irse porque repitió de año? Los interrogatorios jamás tuvieron un justificante o alguien que viniera y me lo confiese todo. Me quedé con la duda por mucho tiempo y me volví un mar de lamentos.

—Tranquila, yo te ayudaré a sanar. —Dejó asentado Miguel cuando se lo conté.

No, a mí nadie me va a sanar. Yo misma lo voy a hacer. No quiero que alguien más cure mi dolor, mi corazón roto, por el chico que me dejó. No quiero que me tengan lástima o pena, porque estás son las consecuencias del amor, estás son las cosas con las que tendré que lidiar por andar con Mauricio Javier Almada, el chico de los malos hábitos, quien llevaba un estilo de vida muy diferente a la mía y la acepte de todos modos. ¿Saben por qué? Porque a mí no me sirve curarme con las segundas opciones, si no fuiste capaz de elegirlas al comienzo, ahora menos lo harás. Además, nadie quiere ser la opción de nadie. Tienen que amarnos tal y como somos, así de lleno, con los brazos bien abiertos, a la primera y sin rodeos.

A partir de ahora, emprendería un viaje más largo del que hizo mi amado. Uno en el que me levantaría todos los días sin importar qué, en el que aprendería de todos los errores que ambos cometimos, de los tropiezos y los daños causados, de absolutamente todo. 

No negaré que hubo meses en los que me rompí y tuve que seguir adelante, en especial el año siguiente, aquel en el que sería el último para mí y no lo compartiría con él como antes. El timbre tocaría y ya no volvería a buscarlo por el pasillo, el patio, su aula que daba a la biblioteca, el salón de baloncesto, las clases de educación física, su mirada. Sobre todo su mirada. Ya no me comportaría como una rebelde para que me notará, ya no iría al kiosco a comprar cicles con la excusa de verlo, ya no habría más castigos, no más llamados de atención al despacho del director, ventiladores rotos ni corridas por las escaleras. Nada volverá a ser como era antes.

Flashback

Seis meses después

 

—Lo vi. Ayer lo vi, me lo encontré en el lugar donde suele trabajar, fue una coincidencia. Y… pregunto por ti, quería saber como estabas.

Mis ojos, por un momento, amenazaron con llenarse del líquido cristalino. El nudo se formó esta vez en mi estómago y mi dolor se estancó en él. ¿Cómo se atreve a preguntar como estoy sabiendo que no lo veo desde hace seis meses? 

—Está de vuelta —dije para mí misma y con las pocas palabras que me salían le pregunté—: ¿Cómo lo viste? 

—Yo…

—¿Lo viste bien? —Insistí

Era tan incapaz de describir cómo me sentía en hacerle la misma pregunta dos veces y ver qué solo había silencios y pausas demasiado largas.




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