Lo Peor De Recordar

NO HUIRÉ

Mis manos empezaban a inquietarse.

Mis pies les seguían el ritmo.

Mi corazón se aceleraba.

—Para —dije en voz alta.

Hay que parar con esto.

Al dejar la mente en blanco, no dudé en aclararlo todo.

—Solo vienen a preguntarme por la explosión —me dije.

Quise levantarme bruscamente, pero todo dio vueltas. Mejor me quedé donde estaba.

TOC TOC

Ya están aquí.

Sin retroceder, les pedí que pasaran, decidida a no huir.

—Disculpa, ¿está todo bien? —preguntó aquella persona.

Al parecer no eran a quienes esperaba. Era la misma que me hablaba como si fuera mi amiga, asomándose apenas por la puerta.

Algo debió llamar su atención; supongo que fue el ruido.

—No te preocupes, a veces solo quiero estar sola —respondí.

Alcancé a ver cómo alguien la interrumpía. Ella asintió y retrocedió.

Entonces vi una figura masculina pasar por la puerta, despidiéndose amablemente de quien había entrado parcialmente.

—No me gusta venir a hospitales —opinó aquel sujeto mientras se abría paso hacia mí—, pero este caso es interesante —agregó, acomodándose del lado que escuchaba mejor.

Se veía formal. Su voz llegaba a cada rincón del cuarto. Por su comentario, deduje que era alguien tranquilo, alguien a quien le gustaba su trabajo.

—Me presento, soy Sebas. No te presentes, ya tengo tus datos —informó mientras sacaba lo que, a mi parecer, era una grabadora, además de un cuaderno y un lápiz.

Un detective pensé, observando cómo escribía.

—Seré breve. Para empezar, cuéntame lo que viviste —dijo.

[…]

Después de contarle lo ocurrido, del mismo modo que se lo conté a ella, noté cierta confusión en su rostro.

Dejó de escribir. Me miró fijamente. Sacó unas hojas. Ojeó una y otra…

y otra…

y otra vez.

Volvió a escribir, pero su expresión había cambiado. Estaba más atento. Me pidió que contara con más detalle todo lo que sabía.

Mi pulso aumentó. Jugaba con mis manos, mis pies se movían sin control. La cama se volvió rígida. Cada recuerdo pasaba por mi mente como una película.

Intenté calmarme, pero solo logré quedarme quieta.

Unas simples palabras bastaron.

—Eso fue todo. Muchas gracias.

En ese instante, la presión en el pecho desapareció.

Al despedirse, se retiró. Su adiós fue seco. Algo le preocupaba… y debía saber qué.

Un momento después, entró la de antes. No avisó. Solo silencio. Cerró la puerta y se deslizó hacia mí.

—Dicen que solo los investigadores entran aquí porque los pacientes son criminales —comentó, buscando respuestas.

—No sé si sea una —vacilé.

—No seas así. Mejor dime qué preguntó —susurró—. No me dejes con la duda.

Se acomodó en la misma silla, inclinándose en mi dirección.

No tuve más opción que contarle.

Al terminar, noté sus pequeños saltos, sus risitas de victoria, como si fuera una niña.

Cuando volvió a mirarme, me preguntó por qué lloraba.

La miré confundida.

—No estoy llorando… solo es tu imag—

Me detuve al tocar mi lagrimal.

Intenté explicarle, pero no pude. Mi voz se quebraba. Un nudo se formó en mi garganta.

Ella se acercó y me envolvió en sus brazos frágiles, pero acogedores, como los de una madre.

—¿Madre… eres tú? —alcancé a decir.

—Sí, lo soy. Ya estoy aquí. Puedes llorar tranquila.

Intenté resistirme. Apreté los puños. Incliné la cabeza. Cerré los ojos, aun sabiendo que todo era en vano.

La abracé, sabiendo que sus palabras eran solo consuelos.

—Madre, perdóname… ¡perdóname!

¡No debí hacerlo! ¡Perdóname!

Debí…

¡Debí tenerte más paciencia, madre!

—¿Ves? Te dije que no pasa nada si lloras conmigo —escuché.

No logré distinguir qué era real y qué no, pero…
era mejor así.




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