– ¡Llévame...! Anda, ¡Llévame!
El hombre que recibía aquel tierno y dulce berrinche se encontraba sonriendo otra vez; su querida mujercita había vuelto a enfadarse, esta vez porque quería subirse a su espalda. Que la cargarán bajo la lluvia, como en aquella novelas románticas que pasaban siempre en la habitación. ¡Ah, caprichos...!, nunca podría negarse a nada que le ordenara aquella belleza de uno cincuenta. Tan mandona. Tan berrinchuda. Una hadita de dragones, siempre echando humo y órdenes. Esa mujer tan singular que era su mundo, su ancla, la existencia no tendría sentido sin ella; se encontraba profundamente enamorado; y sin embargo, parecía que ahora estaba molesta.
Suspiró pesadamente.
Accedió a su pedido y la cargó, ganándose otro de esos besos en la mejilla, tan cariñosos y fugaces.
El camino era cada vez más y más ruidoso. Ambos cantaban a gritos canciones infantiles, jugueteando entre ellos como niños.
La mano de la chica toqueteaba su cuello, su rostro; ambos reían recordando su infancia, los parques de juego, tardes lluviosas saltando en el barro, cocinas de plástico, tacitas de té y muñecas.
–Oye... ¿Recuerdas cuando nos conocimos?
Él se detuvo paralizado, aún con el cuerpo de la chica recargado sobre si. Su mente trabajaba a toda velocidad inventando un recuerdo.
– ¿El día o el momento?
– ¡Momento! No creo que recuerdes el día -Ironizó-.
Sus labios se curvaron en una sonrisa. Ella se acomodó bien en su espalda y besó su mejilla contenta mientras sus dedos apretaban fuertemente el cuerpo de su novio.
– ¿Lo recuerdas?
Él pareció quedarse en blanco, un silencio increíble se esparció entre ambos mientras la joven se movía impaciente.
– ¡Ya, quieta muñeca! Uhm..creo que fue cuando fui a la tienda de tu casa a comprar helado... O quizá cuando volvía del jardín...No recuerdo...
–Uh...
Su ceño fruncido, sus manos en puño, su bello rostro enfadado, toda ella era un derroche de ternura. Como un caramelito, de esos dulces y ácidos. Apetecible. Llamativos...
– ¡No te acuerdas!
Y explosivos... Altamente explosivos, capaz de soltar un dulce acidito en el momento menos pensado.
–Vamos, apuesto a que no soy el único. ¿Acaso tú lo recuerdas, muñequita de fuego?
–Chst..., pues..., –Se demoró un tiempo en responder– Pues ¡No!, ¡No recuerdo!
Se soltó muy enfadada de él, caminando entre pasos arrastrados hacia el edificio blanco de enfrente. Una joven la esperaba en la entrada, con su abrigo en mano, la arropó con cuidado, mientras sonreía ante el enfado tan adorable de la chica. Empezaba a correr viento.
– ¿Hay algún avance está mañana novato?
El hombre que acababa de acercarse había estado observándolos por largo tiempo, se divertía con analizarlos; eran casi su único entretenimiento. Esa mujer siempre alteraba al pobre joven y él se divertía con las escenas que formaban.
Observación: El día prometía ser bueno.
–Ninguno en realidad, superior. Ella sigue creyendo que soy su novio.
El recién llegado rompió a carcajadas. Algunas personas voltearon a mirarlos curiosos. La risa del hombre no se detenía.
–Al parecer no dejas de enamorar a las pacientes –El doctor dirigió su mirada a una joven de blanco que no dejaba de voltear en su dirección–, y a algunas enfermeras por lo que veo...
El joven doctor Fiesterra ignoró abiertamente aquel comentario. Su mente vagaba entre razones y reglamentos que debía seguir. Todos ellos siempre acababan igual, con esa mujer en su mente.
–Ella es diferente Stevens.
La manera en la que lo dijo preocupó a su colega. Acaso él...
– ¡No me digas que te has enamorado de la doscientos tres!
– ¡No...! –Intentó negar mirando a todos lados, si alguien escuchaba aquello le alejarían de ella–. No me gusta de ese modo...
El doctor le hecho la mirada más profunda de su vida. ¿Qué quería decir?
–Es difícil de explicar. Su mente parece funcionar correctamente, a veces, es consciente de la realidad, aunque quizá de una realidad muy distinta, no he hallado fallas cerebrales y su percepción del mundo exterior no es tan...