Lo Prohibido

Había una vez

Querer.

¿Qué es querer?

¿Es acaso desear?, ¿poseer?, ¿dominar?, ¿envolver? ¿Es la necesidad de ser útil para alguien? ¿Querer tenerlo en su poder para no dejarlo ir? ¿Es egoísmo?

Amar.

Una palabra muy diversa y ramificada.

El amor… El amor…

Hubo un tiempo en el que el amor significaba todo para mí.

Era capaz de dejar de lado el egoísmo, la vanidad, el orgullo… Era capaz de sacrificar mi propia vida por aquel a quien yo amaba.

Mi bello rostro, mis preciadas colas, hasta mis dulces alas arrancaría yo por salvarlo, por estar a su lado, siempre.

El infierno se hacía dulzura con su sola presencia. El placer bañaba las paredes de todo lugar en el que él estaba. No importaba nada. Ni el fuego consumidor, ni la piel consumida por gusanos. Hasta las torturas más indignas sonaban a bendiciones para mí.

Tanto le amaba yo en aquel entonces.

Pero él a mí no me quería, no me miraba. Solo ordenaba a su antojo las reglas suaves de una rebelión agravada. Nunca le interesaba nada que no fuere su propio bienestar y poder, y tonta de mí, así le amaba. Sabía que los cielos no nos perdonarían. Y a él… no le importo lo que me pasara. Ni en lo más mínimo. No se preocupó por si llegaría a estar segura, por si sería lastimada.

Yo… Que estaba dispuesta a darlo todo por él, que sacrificaba tanto… No me atrevía a desafiar contra mí misma mi luz.

Dudaba.

Dudaba por que el tiempo traía el cansancio a mis desdichados ojos. Y el esperar por su amor se hacía eterno, efímero, imposible.

Inalcanzable.

Fue eso quizás… Si él tal vez…, pero no, si tan solo… si hubiese tan solo preguntado por mí. Una vez. Una simple pregunta. Una que nunca salió. Una que nunca saldría de esos labios.

Yo, que esperaba sus sobras, no recibí siquiera pedazos minúsculos de su amor, nada. No podía recibir aquello que él no tenía. Y él no tenía amor para mí… Ni yo tenía su corazón.

Tan llena estaba en ese entonces de aquel estúpido sentimiento, tan versátil, que no me fije en lo tonta e incapaz que me veía. Me destruía lentamente por él sin recibir más que migajas de lo que tanto anhelaba. Su amor nunca venía a mí por mucho que esperase.

Entonces… fue cuando decidí caer yo misma a la fosa oscura del pecado. Ensuciar mi cuerpo con el fango del desvelo, cayendo en cenizas las blancas alas de luz; destruyendo toda inocencia ante la tierra; embarrando de oscuridad mi cuerpo sacro.

No por él.

Nunca más por él.

Decidía ya en mi mente el camino que escogería. Ni en cielo ni en la tierra, ni en las prisiones celestiales. Iría y seria la neutralidad misma jugueteando con el destino febril.

Pureza divina.

Regazo bendito que rodeaba en oro el palacio de cristal.

Así fue más o menos el día cuando bajé por mí misma, cuando decidí ser mi dios y mi guía, cuando pagué en sangre carmín mis propios pecados. Cuando renuncie a los cielos y su estúpida castidad. El día que abandone el amor por alguien que sabía, no me amaba.

Había una vez… Cuentan los ángeles.

Había una vez, un ser que amaba sin reservas. Un ser tan divino que la belleza rogaba por verla; un ser de luz que llenaba con su calor los cielos.

Había una vez…

Un ángel que quemó su propia piel en fuego bendito, todo por la rota ilusión de un primer amor no merecido.

Había una vez… Decían ellos…

Quien quiso tener todo el amor sin recibirlo. Amor vetado, amor prohibido… Y de nada le sirvió tanto que quiso. Sus propios sentimientos jugaron en su contra. Tanta inocencia convertida en fatalidad.

Un pobre celestial de luz brillante, que se destruyó a sí mismo, en busca de acallar el intenso dolor que quemaba su alma.

Aquel que cayó como caen los malditos, al pozo de la desesperación eterna llamada vida.

Todo para apaciguar su miseria.

Despertando así al ángel más vengativo y rencoroso de las historias contadas. Allenath, diosa de historias y matrimonios, dejó el cielo para gobernar en los fríos corazones de unos cuantos mortales. Alejada siempre de aquel que traiciono su puro corazón.

Había una vez, decían…

Había una vez.

Un beso que supo a despedida.

Un ángel que amo sin medidas.

Un celestial que arranco sus propias alas para curar sus heridas.

Y una diosa con un pasado, que no olvida.

Había una vez…

En un día gris, cuando fueron felices los cielos. En un océano basto de flores, donde unieron sus vidas dos celestiales, preciosos; rodeados de amor y ternura.

Siendo felices en el sueño de una diosa maldita, para despertar en sus propias pesadillas de deseos frustrados y almas rotas.

Un cuento que repiten las aguas, rodeando las paredes de la celda de Leviatán. Historias que no deben ser narradas. Susurros que callan el había una vez…

Susurros.

Malditos.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 06.02.2019

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