Lo que algún día pudo suceder

No conozco tu nombre

DESDE: COLYN CENTER

Dirección: Allcot 16009, Av. Rubiales, C.P. 456

Para Edric ARANZA

Nunca entendí la necesidad de las personas a aferrarse a algo, a la esperanza, a las promesas, hasta que entendí que es lo único que queda cuando ya no tenemos nada. Son esas las que nos mantienen vivos. La esperanza de que algo cambie y que el hubiera, aún exista.

Cuando conocí a Edric, apenas sabía algo de él. Sabía que era el chico que me había empujado en la salida de la escuela, pero también era el chico de ojos almendrados, un completo fanático de las comedias románticas, pero hasta ese momento, era solo eso: Un chico.

Nunca pregunte su nombre, pero me aferre a la esperanza de que podría volver a verlo, no sabía exactamente cuándo…, quizás nunca.

Papá murió. Se disparó por la noche, un 27 de noviembre del año 2008. Era jueves, pero no murió hasta la madrugada del viernes, en agonía y desangrándose, sin nadie que pudiera ayudarlo.

Era sábado por la mañana y fueron tres golpes los que anunciaron su muerte. Creí que no lo amaba más, pero su muerte le rompió el corazón. Si su corazón ya estaba lo suficientemente roto, esto la había hecho trizas lo que en miles de pedazos ya tenía.

Y como la vida no se tratará de eso, vivir para morir. Tenía a Sara sobre mis piernas. Ambas estábamos rotas y si entender muy bien que era lo que había sucedido, pero tenía que ejercer ese trabajo que tanto había estado evitando: ser yo la fuerte. Acariciaba su cabello lacio y suave. Estábamos en mi habitación hacía ya horas.

—Entiendes que alguien muere cuando te lo esperas. —La observé confundida y noté que trataba de que su voz no se quebrara, pero el arrastre de sus palabras la delataba.

—Quiero decir… cuando están enfermos… Cuando lo sabes ¿Cómo entiendes la muerte de alguien cuando se quita la vida?

Yo también tenía esa misma pregunta, pero la única persona que tenía esa respuesta ya no podía darla, pero tampoco estaba tan segura de que tanto quería escucharla.

La situación me era tan ajena que apenas podía entender que era lo que estaba sintiendo, no entendía si era tristeza, enojo, decepción, o era todo en uno solo.

Sentí la mirada de mamá, la miré fijamente y leo lo que sus labios dicen «Todo estará bien». Y como de otra mentira se tratará, asentí con la cabeza y salí de ahí tan rápido como pude.

Al salir, Estefan estaba de pie. Sus ojos están tan rojos como los míos. «Se compadece de mí», pensé. Como yo, él había perdido a su padre, en otras circunstancias diferentes a la mía.

No tenía que explicarle nada, él ya me entendía, no hubo que haber palabras, sus acciones ya lo eran todo.

Nos habíamos sentado en una pequeña banca afuera de una pequeña tienda. Compro un café para los dos. El día se encontraba más frío de lo normal, a pesar de estar tan soleado.

—Lili. Estoy aquí, para lo que necesites.

Estaba tan ausente que apenas podía entender sus palabras. Acariciaba mi espalda y no hacía otra cosa más que llorar. Con él podía llorar y sabía que el se quedaría hasta que yo pudiera volver a estar bien. Estefan era la persona del que todo mundo necesitaba.

—Solo quiero que esto se vaya. Pronto. —dije en voz alta, fue entonces cuando lo acepto. Él ya no está, no volverá. Había perdido todo lo que nunca pude tener.

—Entonces déjalo salir.

Me abrazó y me permito sentir. Ya no tenía por qué fingir que esa situación no solo me afectaba porque el había muerto, sino por el gran alivió que eso me hizo sentir después. Me permití llorar sobre su hombro. Regrese al funeral y me mantuve ahí, junto con él a mi lado.

Estefan —dije su nombre en voz baja, estaba a mi lado y cabeceaba y volvía a despertar. En la sala, solo había un par de personas, algunas tías y vecinas que cuidaban a mi madre, quien no se despegaba del ataúd—. Está bien, puedes irte —Con terquedad negó insistente.

Nunca, me quedaré hasta que tú te vayas.

Volteé a mi derecha y Sara dormía en el único sofá de la pequeña sala, mi madre, en cambio, le habían acercado una silla y seguía inmóvil.

Quiero irme.

—Te llevaré a donde quieras.

—Quiero irme a descansar.

—Iré por el auto —Se puso enseguida de pie y salió a un paso apresurado.

La madre de María, Estela, se acercó cuando me vio ponerme de pie. Y como si alguien nos escuchara me hablo en voz baja.

Deberías ir a descansar.

Solo serán unas horas, no quiero dejarlas solas —Las mire a ambas y mis ojos se empañaron, Tome un largo suspiro y evite llorar de nuevo.

Descansa todo lo que quieras, yo estaré aquí. Mari me habla por teléfono todo el tiempo, quiere que estés bien.

—Lo sé. Ella no ha llamado —dije y sonreí, recordarla me hacía mejor, la conocía tan bien, que sabía que pasaría todo el tiempo pensando en si eso sería buena idea. A ella siempre le preocupaba no hacerme daño y yo no podía más que estar agradecida por eso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.