Tristeza, caos, soledad, vacío. Eso es lo que cargo. Me miro al espejo y apenas reconozco lo que veo. Una figura con el rostro cansado, una versión barata de mí misma. Las ojeras, los párpados caídos… eso soy ahora. Pretender que estoy bien me consume. Forzar una sonrisa, aparentar que tengo fuerzas para continuar, cuando en realidad quiero gritar, romperlo todo, desaparecer. Decir que soy feliz cuando no lo soy... ¿cuánto más voy a sostener esta mentira? ¿Qué sentido tiene complacer a los demás, encajar en sus estúpidos estereotipos, en esta sociedad que exige tanto y entiende tan poco? ¿Cuál es la razón para abandonar lo que me apasiona solo por miedo al qué dirán? No debería importarme la opinión de nadie. No más. Porque los mismos que dicen quererme son los que me apuñalan por la espalda. Me envenenan con sus palabras, con sus gestos, con sus silencios. Y yo, mientras tanto, continúo ocultando lo que realmente siento. Respiro. Me obligo a mirar mi reflejo. Y aunque no me guste lo que veo, sonrío. Me digo: “Puedo contra el mundo, pero no dejo que el mundo pueda conmigo”. Y entonces avanzo. No por ellos, no por lo que esperan. Por mí. Porque quiero ser quien yo decida ser. Existir a mi manera. Y encontrar, aunque sea en medio de estas sombras, algo que se parezca a la paz. A la libertad. A mí.
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Editado: 27.10.2025