No hay nada más injusto que ser juzgado por sentir miedo. No es debilidad ni exageración. No se elige, aparece sin aviso. Es defensa, pero también prisión. A veces el cuerpo se vuelve enemigo: el corazón golpea, las manos tiemblan, las piernas fallan, y solo quieres llorar para que todo se detenga. El miedo paraliza. No se ve, pero se siente tan real que quema por dentro. Te hace dudar, sentirte insuficiente. Y aun así, hay quienes lo ridiculizan, como si fuera un capricho. Tener miedo no es vergonzoso. Lo injusto es que lo desprecien por no entenderlo. En ese momento, no se necesita juicio ni palabras que ordenen. Se necesita alguien que no huya. Porque hay miedos que no se explican, solo se atraviesan.
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Editado: 11.12.2025