Lo que callaron los juglares

02. Fue feliz secando sus lágrimas

4° Plenilunio, Año 506 d.R.

Kalia Seaborne no lograba desviar sus pensamientos de las imágenes que había presenciado durante la noche de Glorkhan, en el Salón Real. Jamás, ni en los relatos más fantasiosos de sus nodrizas, había oído acerca de los Dioses haciéndose presentes entre los mortales, y mucho menos para llevarse a una joven humana consigo. Los testigos acordaron en que se había tratado de Druldor, debido a las cadenas y la oscuridad; pero, en definitivas cuentas, nadie podía aseverar dichas suposiciones. Después de todo, su presencia había traído consigo un soplo de viento que extinguió la luz de lámparas y velas. Druldor se fundió con las penumbras, y a su lado Idris brillaba radiante como la boca de un volcán despierto, listo para erupcionar. La voz del dios rugió profunda y avasallante mientras los muros de piedra temblaban casi atemorizados; y aunque nadie comprendió sus palabras, un mensaje fue claro: nada podían hacer al respecto, ninguno de ellos. Ni siquiera Lady Sylae Willmourn, quien, cuando todo volvió a la normalidad, soltó un grito desgarrador y se lanzó sobre el suelo que segundos antes había pisado su hija.

Ya eran cuatro lunas desde lo ocurrido. Kalia había accedido a tomar el té junto a su madre en los jardines del castillo, allí donde el sol entibiara su piel y el soplo de brisa trajera consigo los aromas de la naturaleza. El ambiente era agradable, aunque Kalia sabía que las razones de la oferta iban más allá de un simple encuentro familiar.

—Sé que estuviste ahí, muy cerca de ellos —dijo Shiva, severa—. ¿Cómo fue? He oído cualquier cantidad de versiones, pero confío en tu juicio, querida hija.

—Fue un parpadear —respondió Kalia—. Idris había estado comportándose extraño, incluso más de lo habitual.

—¿Extraño? ¿Extraño cómo? —la apremió.

—No lo sé, sus movimientos eran erráticos y estaba bebiendo en exceso. En su momento no le di importancia, se lo adjudiqué al vino. Pero ahora pienso que fue otra cosa.

—Por supuesto que sí. ¿Y después?

—Luego… —murmuró, pensativa—, fue una sensación extraña. Sentí un leve aroma a humo, pensé en un incendio, y entonces las luces desaparecieron. Algo dorado comenzó a brillar cerca de mí, y al alzar la vista me encontré con alguien. Era… Idris, sí.

—¿Lucía diferente?

—Un poco, no mucho —respondió en voz baja, absorta en las imágenes que se repetían en su mente—. Luego, Druldor habló, las paredes temblaron, y en un parpadear habían desaparecido.

Kalia vio a su madre beber lentamente su taza de té de álamo. Las aves trinaban entre las ramas de los árboles, siendo el único acompañamiento sonoro de la familia Seaborne. Debido a la conmoción reciente, la Corte aún permanecía aletargada. Los nobles llegados de visita ya se habían marchado, y los habituales pasaban la gran mayoría del tiempo en sus recámaras; como si temieran salir. Kalia se había preguntado qué haría el Rey Haldor al respecto. ¿Intentaría que lo ocurrido permaneciera entre los muros del castillo? ¿Consideraría como un problema que los rumores se esparcieran? ¿Acaso su gente le adjudicaría alguna clase de responsabilidad ante la desaparición de Idris? Movida por la curiosidad, Kalia había estado preguntando esos días por Sylae Willmourn; y las versiones de guardias y cocineros, aunque colisionaban en algunos puntos, coincidían en algo: luego de la noche de Glorkhan, la mujer había abandonado la Corte.

—¿Pudiste ver a Druldor? ¿Luce como cuentan las leyendas? —inquirió Shiva, luego de tomarse una considerable pausa.

—No, madre. Estaba demasiado oscuro e Idris brillaba casi incandescente. Me había cegado. De hecho, incluso me costó definir sus facciones. Aunque… —Sonrió apenas, recordando el último segundo en que sus ojos se encontraron—. En cierto punto, era la Idris de siempre.

Shiva dejó escapar un soplido poco digno de una dama y se inclinó sobre la mesa para captar la entera atención de su hija.

—Escúchame, Kalia: no pienses ni por un segundo que ese bufón dorado sigue siendo Idris, la humana, tu prima. —Le lanzó una mirada severa y volvió a su posición inicial, erguida y elegante—. Los dioses son caprichosos y arrogantes, y ahora vive con ellos. ¡Ni hablar de que su padre seguro es Druldor! En nombre de Lord Seaborne, es el peor de todos.

—¿Dices que esto ocurrió porque Idris es hija de dioses? —inquirió Kalia, sorprendida.

Shiva bebió de su té y respondió, altiva:




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