Reencuentro
“Nunca planeé quedarme más de un minuto en esa conversación, pero su voz era como golpes suaves contra mis muros…"
La tarde estaba nublada, y yo caminaba distraída por el parque, con los audífonos puestos y una libreta en la mano. Me gustaba ese rincón porque no solía haber mucha gente. Entre los árboles, los niños jugaban, y las hojas caídas crujían bajo mis pasos.
De pronto, una voz me sacó de mis pensamientos:
—Vaya, ¿nos volvemos a encontrar?
Me giré sorprendida. Ahí estaba él, el chico de la cafetería. Llevaba una chaqueta oscura y una sonrisa que parecía demasiado confiada para ser casualidad.
—Ah… hola —murmuré, incómoda.
Él se acercó con calma, como si el destino lo hubiera puesto ahí a propósito.
—Creí que no volvería a verte. ¿Sueles venir mucho por aquí?
—A veces —respondí, sin darle más detalles.
—Qué suerte la mía entonces. —Se detuvo a un par de pasos, inclinando la cabeza con un gesto juguetón—. ¿Vas a seguir huyendo sin decirme tu nombre?
Me crucé de brazos, intentando mantenerme seria.
—¿Y si prefiero que siga siendo un misterio?
Él rió suavemente.
—Entonces me verás aquí preguntando todos los días, hasta que te canses.
Hubo un silencio breve. Sus palabras tenían un matiz ligero, pero en su mirada había una firmeza que me inquietaba. Finalmente cedí.
—Amelia. Me llamo Amelia.
Él sonrió como si hubiera ganado una pequeña batalla.
—Amelia… bonito nombre. Encaja contigo.
Lo observé con desconfianza.
—¿Y tú? ¿O seguirás siendo “el chico de la cafetería”?
—Adriel —dijo con seguridad—. Y ahora ya no somos completos extraños.
No pude evitar sonreír, aunque de forma apenas perceptible. Él lo notó de inmediato.
—Me lo apunto: logro número uno, hacerte sonreír. Logro número dos… conseguir tu número.
—¿Tan rápido? —pregunté arqueando una ceja.
—Cuando algo me interesa, no veo por qué esperar —contestó, con una seriedad inesperada.
Guardé silencio. Parte de mí quería negarse, mantener las distancias. Pero otra parte, más débil, sentía curiosidad por lo que ese extraño podía traer a mi vida.
Saqué un bolígrafo de la libreta y escribí el número en una hoja arrancada, entregándosela sin mirarlo.
—Solo porque insististe.
Él tomó el papel como si fuera algo importante.
—No te arrepentirás, Amelia.
Rodé los ojos. —No digas eso. Ni siquiera me conoces.
—Por eso quiero hacerlo —respondió sin dudar—. Las personas interesantes no se descubren en un solo vistazo.
Lo miré de reojo, intentando descifrar si hablaba en serio o solo jugaba conmigo.
—¿Y cómo sabes que soy interesante? —pregunté, casi desafiándolo.
—Porque me miraste en la cafetería como si quisieras descifrarme, aunque fingieras que no. Y las personas que observan así siempre tienen mundos enteros por dentro.
Me quedé en silencio unos segundos. Había algo inquietante en la manera en que me leía, como si realmente pudiera ver más de lo que yo quería mostrar.
—¿Siempre hablas tanto con desconocidas? —quise cambiar de tema.
Él sonrió. —No. Solo con las que hacen que quiera olvidar el resto del mundo.
No supe qué contestar. Me limité a guardar la libreta en mi bolso, intentando parecer indiferente.
—¿Qué escribías? —preguntó, señalando el cuaderno.
—Nada importante.
—Las cosas que se escriben cuando nadie mira siempre son importantes —insistió.
Me molestaba y al mismo tiempo me intrigaba su forma de presionar con suavidad.
—Eres muy curioso, ¿lo sabías? —dije finalmente.
—Lo tomo como un cumplido —respondió con un guiño—. Entonces, ¿me vas a contar algo de ti, o tendré que adivinarlo todo?
Suspiré, resignada. —No hay nada que contar. Solo soy… yo.- respondí con tono sarcástico
—Eso ya lo sabía. Pero quiero conocer la versión larga, no el resumen aburrido.
Reí sin querer. —¿Siempre insistes tanto?
—Cuando algo vale la pena, sí.
El silencio volvió por un instante. El viento movía las ramas de los árboles, y una hoja cayó entre nosotros. Adriel la tomó del suelo y me la tendió.
—Un recuerdo de nuestro segundo encuentro.
Lo miré incrédula. —¿En serio me vas a dar una hoja?
—Sí. Así cuando dudes si darme otra oportunidad, la verás y recordarás que al menos soy persistente.
Apreté los labios, conteniendo la risa. Ese chico tenía algo desconcertante: una mezcla de descaro y ternura que me desarmaba sin darme cuenta.
—Está bien, Adriel. Pero no prometo nada.
—No necesito promesas. Solo tiempo.
Y en ese instante, comprendí que aquel encuentro no había sido tan casual como yo quería creer.
------------------ Hola! gracias por leer ; añadelo a tu biblioteca si te gustó o dale "me gusta" -------------------