Mosquitos y secretos
El sueño no llegaba, me removía en la cama sin lograr quedar dormida, hasta empezaba a contar ovejas como me aconsejaba mi abuela, justo cuando estaba por llegar a 50 la pantalla del celular volvio a iluminarse, esta vez no era un mensaje, era una llamada.
—¿Briana? —murmuré sorprendida, respondiendo de inmediato.
—¡Amelia! —la voz de mi mejor amiga sonaba animada, como siempre—. ¿Acaso ya te estabas quedando dormida?
—Lo intentaba, pero no funcionaba mucho —confesé, recostándome de lado.
—Perfecto, entonces podemos conversar. Tenía que contarte lo bien que la pasé en la casa de los papás de Diego. —Se escuchó un pequeño alboroto de fondo, probablemente su risa mientras recordaba algo—. ¡Amelia, no sabes! Me hicieron pescar con ellos. Yo, con una caña en la mano, casi cayéndome al agua.
No pude evitar sonreír suavemente. La energía de Briana siempre lograba empujarme fuera de mis pensamientos oscuros.
—¿Y lograste atrapar un pez… o solo conseguiste alimentar a los mosquitos.
—Jaja, más bien los mosquitos me devoraron a mí. Terminé llena de picaduras, parecía su buffet libre —rió—.Al final Diego me salvó del desastre, pero sus papás estaban encantados. Creo que fue un diez de diez.
La escuché hablar un rato más, contándome cada pequeño detalle con emoción. Pero en cuanto hubo una pausa, aproveché para decir lo que llevaba pensando.
—Mañana… ¿quieres ir conmigo al centro comercial? Necesito comprar una secadora nueva, la mía está agonizando.
—¡Por supuesto! —respondió sin dudar—. Me encanta cuando decides salir de tu cueva. Te recojo a las cuatro, ¿sí?
—Está bien. —Asentí, aunque sabía que no podía verme.
La conversación fluyó tranquila, hasta que me preguntó:
—¿Y tú? No me has contado nada nuevo… ¿qué tal tu semana?
Vacilé. La imagen de Adriel apareció en mi mente de inmediato, con su sonrisa descarada y esas frases que aún resonaban en mis pensamientos.
—Normal… supongo. —Hice una pausa, mordiéndome el labio—. Aunque conocí a alguien.
—¿Qué? —exclamó Briana, demasiado emocionada—. ¡No puedes tirarme esa bomba así de repente! Vamos, suéltalo.
—No es gran cosa —respondí evasiva, sintiéndome torpe.
—Claro que lo es. —Su tono era casi suplicante—. ¿Cómo se llama? ¿Dónde lo conociste? ¿Te gusta?
Suspiré, resignada a que no me dejaría escapar.
—Adriel. Lo conocí en una cafetería… y luego nos cruzamos de nuevo en el parque.
—Adriel… —repitió como saboreando el nombre—. Suena interesante.
Guardé silencio, pensando si debía contarle lo del mensaje, lo de su manera extraña de colarse en mis rutinas. Pero no estaba lista para exponerlo del todo.
—Solo… no sé. Es carismático. Persistente.
—¡Ay, Amelia! —rió Briana—. ¿Persistente cómo? No me dejes a medias.
—Te contaré más mañana, ¿sí? —dije, intentando posponerlo.
—Mañana no te escapas. Quiero todos los detalles. —Su voz sonó firme pero divertida.
Sonreí apenas, aunque en el fondo algo me inquietaba. ¿Qué detalles podía dar si ni siquiera yo entendía lo que Adriel estaba provocando en mí?
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