Recuerdos que marcan
Con la caja de la secadora bajo el brazo, Briana me miró con una sonrisa traviesa.
—Misión cumplida. Ahora, ¿qué sigue?
—Irme a casa —respondí sin dudar
—Ni lo sueñes. —Me tomó del brazo como si fuera imposible escaparme—. Vamos por pizza. Sabes que no hay salida al centro comercial sin pizza
—Eres incorregible
—Y tú aburrida. —Me guiñó un ojo—. Vamos, Amelia, prometo que pediré la de siempre. Extra queso, masa gruesa, estilo americano
No pude evitar que se me escapara una ligera sonrisa. Briana tenía razón, ambas compartíamos una debilidad por esa pizza, y aunque no lo admitiera en voz alta, aquello era uno de nuestros rituales más sencillos y reconfortantes.
Terminamos sentadas frente a la ventana de la pizzería, viendo el ir y venir de la gente mientras el aroma del queso derretido y la salsa nos envolvía.
—Dime que no es la mejor decisión del día —dijo Briana con la boca llena, sosteniendo una porción que parecía a punto de desbordarse.
—Está bien… admito que sí lo es. —Probé mi pedazo, y durante unos segundos el sabor me hizo olvidar todo lo demás
El silencio cómodo se instaló por un momento, hasta que Briana lo rompió con una pregunta inesperada.
—Y… ¿qué tal están tus papás? Hace tiempo no los mencionas.
El pedazo de pizza en mi mano quedó suspendido en el aire. Una punzada en el pecho me heló de golpe.
Tragué saliva, pero no pude evitar que la memoria me arrastrara...
Vi de nuevo el rostro de mi padre, endurecido por la rabia después de volver del trabajo. Escuché el portazo de la puerta, los pasos pesados que anunciaban tormenta. Aún puedo sentir el suelo frío cuando me arrastraba jalandome del cabello, el ardor en la piel por los golpes que me daba, no importaba si no encontraba su correa, siempre había algo con lo que golpearme, aún escucho la impotencia de mis propios gritos pidiendo que pare. Siempre la misma escena: yo encogida, intentando protegerme, mis gritos se escuchaban desde afuera de la casa, hasta que la voz de mi madre irrumpía, suplicando que se detuviera, interponiéndose entre nosotros.
El aire del presente volvió de golpe y me di cuenta de que había dejado la pizza a un lado.
—Amelia… —la voz de Briana era suave, preocupada—. Oye, ¿te dije algo malo?
Sacudí la cabeza, intentando recomponerme.
—No… solo… prefiero no hablar de mi padre.
Briana asintió despacio, sin presionar.
—Está bien —dijo finalmente—. No tienes que contarme si no quieres.
Respiré hondo, buscando refugio en la pizza fría frente a mí, como si el simple acto de comer pudiera acallar los recuerdos que había abierto de golpe.