Adriel
La mañana me había recibido con la boca seca y la cabeza pesada, recordatorio cruel de la fiesta de anoche. No suelo escaparme de nadie, pero cuando vi a esa chica intensa con la que había bailado un rato —y que ahora parecía seguirme como sombra—, decidí que no iba a lidiar con ella dos veces en menos de veinticuatro horas. Había algo en su forma de mirarme que gritaba “compromiso instantáneo”, y yo apenas podía con el peso de la resaca. No estaba para conversaciones cargadas de expectativas ni para fingir interés en alguien que, honestamente, ya me había agotado la noche anterior con sus dramas a medio contar
Me metí al primer café que encontré. El olor a café fuerte me golpeó, lo cual era justo lo que necesitaba para la resaca. Pedí algo rápido y busqué un rincón donde perderme.
Entonces la vi.
Sentada sola, con un libro abierto entre las manos. Tenía esa expresión que no se finge: la mirada perdida, como si el ruido del lugar la incomodara y se refugiara en las páginas para desaparecer del mundo. No era el típico gesto de “parezco ocupada”, era real.
La observé unos segundos más de lo debido. Cabello largo, piel clara, una especie de seriedad que no invitaba a acercarse, y justamente por eso me atrajo. Había algo en ella que me hacía pensar que, si lograba que me mirara, descubriría un secreto.
Y me miró.
Nuestros ojos se cruzaron, y fue como si me hubiera estado esperando. No con una sonrisa, no con una invitación, sino con ese aire desafiante que me hizo sonreír sin querer.
Me acerqué, directo como siempre.
—Bonita portada… pero, ¿de verdad lo estás leyendo o solo posas con él?
Lo dije medio en broma, aunque en realidad lo que quería era arrancarle alguna reacción. No soportaba la idea de que volviera a esconderse detrás del libro sin dejarme saber qué había en su cabeza.
Ella alzó la mirada, seria, y se cruzó de brazos.
—Lo estoy leyendo.
Toqué mi ceja con fingida incredulidad.
—¿Ah, sí? Entonces dime de qué va.
Esperaba una respuesta seca, rápida, como hacen casi todos. Pero ella se tomó su tiempo, tragó saliva, y al final soltó algo que me descolocó.
—De alguien que se busca a sí mismo. Y que tiene miedo de encontrarse.
La miré en silencio, sorprendido. Había algo en esa frase que parecía más suyo que del libro.
Sonreí, inevitablemente.
—Vaya… no esperaba eso. Pensé que dirías algo como “aventuras” o “drama romántico”.
Ella bajó la mirada, como si de pronto se hubiera arrepentido de hablar tanto.
—Supongo que me gustan las cosas complicadas.
—Eso está bien. Lo sencillo aburre —respondí sin pensarlo.
Ella fingió volver a leer, aunque no pasó ni una página. Yo seguí ahí, un instante más, mirándola. No sé cuánto tiempo fue, pero me bastó para entender que esa chica escondía algo que valía la pena descifrar.
No dije nada más. Simplemente me marché, con la certeza de que esa no iba a ser la última vez que nos cruzáramos.