Lo que dejamos al rompernos

Capítulo 15

El destino tiene sentido del humor

Adriel

Había prometido llevar a mi sobrina de compras por su cumpleaños.
“Solo una vuelta rápida, tío, lo juro”, me había dicho por mensaje. Ingenuamente le creí.

Dos horas después, estaba en medio de una tienda llena de luces blancas, música pop y maniquíes mal vestidos, cargando más bolsas de las que podía contar.

—¿Y qué te parece esta? —preguntó Sofía, levantando un vestido rosado.
—Parece bonita —respondí, sin mucho criterio.
—No me estás viendo —reclamó, cruzándose de brazos.
Sonreí. —Claro que te estoy viendo, princesa. Solo que todos los vestidos que me enseñas me parecen iguales.
—¡No son iguales! —exclamó indignada, y solté una carcajada.

Sofía tenía quince años recién cumplidos y una energía que podía agotar a cualquiera. Pero no podía negarme a ella. Desde que nació, me había tenido en la palma de la mano.

—Está bien —dije alzando las manos en rendición—. Esa se ve mejor que los otros tres que probaste.
—¿En serio? —me miró entre sospechosa y emocionada.
—Lo juro. —Me incliné hacia ella en tono de secreto—. Si no te la llevas, va a llorar el diseñador.
Ella rodó los ojos, pero sonrió. —Tío, eres imposible.

La fila para pagar avanzaba lenta, y Sofía no paraba de comentar sobre cada prenda, cada accesorio.
Yo la escuchaba, cargando una chaqueta y un bolso que había elegido con la misma importancia con la que alguien escoge un vestido de gala.

Podía ser impaciente con todo el mundo, pero con ella no.
Lo admito soy un tío consentidor.

Mientras esperaba, mis ojos se desviaron a una torre de accesorios mal acomodados cerca del mostrador. Tenía esa costumbre de distraerme observando detalles inútiles cuando el tiempo se estiraba demasiado.
Hasta que algo cambió.

O, mejor dicho, alguien.

Entre la gente, a unos metros de distancia, la vi.
Amelia.

Sosteniendo una bolsa, con el cabello suelto y esa expresión medio distraída que parecía sacada de otro mundo. No podía estar equivocado; reconocería esa manera de mirar incluso entre mil rostros.

El aire se me detuvo un segundo.

El ruido de la tienda desapareció.

Sofía siguió hablando sin notar nada, hasta que me jaló la manga.
—Tío, ¿me estás escuchando?

Parpadeé, volviendo a la realidad.
—Sí, claro. —Tosí, intentando disimular.

Miré de nuevo al lugar donde Amelia estaba y ella también me vio. Y ese instante bastó.

Solo quedamos los dos, mirándonos como si algo se deshiciera y al mismo tiempo volviera a encajar.

Amelia seguía ahí, unos pasos más atrás, junto a una chica que hablaba animadamente.
Y entonces, de pronto, sentí el impulso absurdo de acercarme.

No quería parecer un idiota, pero tampoco podía ignorarlo.
Así que, cuando la fila avanzó y quedamos casi frente a frente, sonreí.

—Vaya, Amelia —dije, procurando sonar casual—. Qué coincidencia.

Ella se tensó apenas. Su amiga, con ojos curiosos, nos miró alternativamente.
—¿Ustedes se conocen?

Amelia respondió rápido, antes de que yo dijera algo.
—Nos cruzamos hace poco.

Sofía me observó con cara de interrogante.
—¿Ella es amiga tuya, tío?

—Podría decirse que sí —respondí, sin dejar de mirarla.

Y ahí estaba de nuevo ese silencio. Ese que no se llenaba con palabras, sino con todo lo que ninguno de los dos se animaba a decir.

Mientras pagaba las prendas de Sofía, la observé de reojo. Ella fingía revisar su celular, pero sus dedos no se movían.
Y yo…yo intentaba no sonreír como un idiota por verla otra vez.

Porque, aunque el mundo me dijera que fue casualidad, sabía que algo en mí lo había estado esperando.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.