CELOS
ADRIEL
La fila avanzaba a paso de tortuga. Sofía revisaba por quinta vez los vestidos en la bolsa, como si el estampado pudiera cambiar por arte de magia. Yo, en cambio, tenía la cabeza en otro lado.
Más exactamente, a unos metros atrás.
Intentaba no mirar demasiado, pero era inútil. Cada vez que lo hacía, sentía ese mismo tirón interno que no sabía si llamarlo curiosidad o castigo.
—Tío —dijo Sofía, estirando el cuello hacia donde estaba Amelia—, ¿esa chica te gusta?
Casi me atraganto con el aire.
—¿Qué? No, claro que no. Solo… la conozco.
—Ajá —respondió con tono de detective precoz—. Entonces solo la conoces, pero llevas tres minutos mirando el mismo punto sin pestañear.
—Estaba viendo el… exhibidor de collares. —Improvisé, señalando cualquier cosa.
—Claro —dijo Sofía, con una sonrisa traviesa—. Y yo estoy mirando los collares, no la sonrisa de mi tío cuando “solo conoce” a alguien.
Le di un toque suave en la cabeza con una bolsa.
—Compra tus blusas y no te metas en la vida amorosa de los adultos.
—¿Amorosa? ¡Admitiste que hay amor! —dijo en voz alta, haciendo que la señora de adelante se girara a mirarnos.
—Sofía —susurré, apretando los dientes—. Si sobrevivo a esta fila, te compro helado.
—Trato hecho. —Sonrió victoriosa.
La fila avanzó un poco más. Intenté concentrarme en cualquier cosa… hasta que escuché algo.
Las voces de Amelia y su amiga (la del tono vivaz, la que hablaba como si el mundo fuera una comedia romántica).
—…el chico… —alcancé a oír.
Mi cerebro, en su infinita capacidad para arruinarme la calma, rellenó los huecos con lo peor.
¿El chico? ¿Qué chico? ¿Otro?
Tragué saliva, intentando ignorar cómo una punzada absurda me cruzaba el pecho.
Luego escuché lo que selló mi propio drama:
—…vamos al cine y a los juegos mecánicos esta noche…
Listo. Confirmado. No solo había otro chico, sino que tenían una cita.
“Tranquilo, Adriel”, pensé. “No es tu asunto. Apenas la conoces. No puedes ponerte celoso por—”
—Tío, estás frunciendo el ceño —me interrumpió Sofía.
—No estoy frunciendo nada.
—Pareces un villano de telenovela —agregó, riéndose.
Decidí que lo mejor era huir con dignidad. O al menos intentarlo.
Cuando la cajera dijo “siguiente”, pagué rápido, casi arrojando el dinero, y empecé a caminar hacia la salida.
Y justo cuando pensé que había escapado de la humillación emocional del año, una voz me detuvo.
—¡Disculpa! ¡Tú! ¡El de la chaqueta!
Me giré.
La amiga de Amelia venía hacia mí con una sonrisa enorme y cero vergüenza. Amelia la seguía, con esa expresión entre por favor trágame tierra y prometo asesinarte más tarde.
—¿Eres… Adriel, verdad? —preguntó ella, chasqueando los dedos como si intentara recordar un nombre de actor famoso.
—Eh… sí —respondí, algo confundido.
—Perfecto —dijo con entusiasmo, extendiendo la mano—. Soy Briana, la representante oficial de Amelia.
Amelia puso los ojos en blanco.
—No soy una cantante, Bri.
—Shhh —le hizo callar sin dejar de sonreírme—. Mira, estábamos pensando ir esta noche al cine y luego a los juegos mecánicos. Plan tranquilo, risas, comida chatarra, gritos en las montañas rusas… ¿te apuntas?
—¿Yo? —parpadeé, mirando a Amelia, que bajó la mirada como si el suelo fuera lo más interesante del universo.
—Sí, tú —insistió Briana, con ese tono que no admitía negativas—. Así te conocemos mejor. Y Amelia no tiene excusa para huir.
—Briana… —murmuró Amelia, roja hasta las orejas.
Sofía, que había estado observando todo con ojos brillantes, se inclinó hacia mí.
—Di que sí, tío. No todos los días te invitan a salir dos desconocidos y una chica bonita.— dijo señalando a Amelia.
Todos rieron. Bueno, todos menos Amelia, que quería evaporarse.
Yo respiré hondo, sonriendo con cierta ironía.
—Está bien —dije, mirando a Amelia—. Si no les molesta que lleve a mi cómplice —señalé a Sofía—, me apunto.
—¡Perfecto! —celebró Briana—. Cuantos más, mejor. Será divertido.
Mientras ellas se alejaban planeando la hora, Sofía me miró con una sonrisa que era puro fuego.
—Tío, ¿eso fue una cita grupal?
—No lo sé —respondí, intentando parecer tranquilo.
—Pues ojalá sí —dijo ella, dándome un codazo—. Porque ella te miraba como si fueras el protagonista de su libro favorito.
Y aunque intenté disimularlo, no pude evitar sonreír.
Porque, por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de que esa historia recién empezaba.