NOTA: (Este capitulo esta narrado en tercera persona en algunas partes)
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Entre luces y miradas
Sofía daba saltos de emoción mientras llegaban a casa con las bolsas colgando del brazo de Adriel.
—¡Mira, tío! Te dije que este vestido era perfecto. Voy a ser la más linda en mi cumple —dijo girando sobre sí misma, haciendo volar la falda nueva.
Adriel sonrió con ternura, dejando que el brillo de su sobrina le robara un instante de calma.
—Lo serás —dijo mientras le desordenaba el cabello—. Pero prométeme que no crecerás tan rápido, ¿sí?
—No prometo nada —rió Sofía—. Pero a cambio tú tienes que prometer que vas a ir a esa cita.
Adriel arqueó una ceja.
—¿Qué cita?
—La que te invitaron. Con la chica de la tienda.—dijo con una sonrisa traviesa—. La que intentaba evitarte la miraba, y por la cual andabas con cara de pocos amigos al escuchar que saldrían con alguien.
Adriel rió, negando con la cabeza.
—Tú escuchas demasiado.
—Y tú hablas dormido —replicó ella, triunfante—. “Amelia”, dijiste mientras me estabas disque esperando para ir a la plaza. Lo escuché.
Sofía corrió antes de que pudiera responder. A veces sentía que ella veía más allá de lo que yo quería mostrar. Quizá tenía razón. Quizá ese nombre ya se me había escapado más de una vez.
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Esa noche, Adriel llegó al punto de encuentro con las manos en los bolsillos y una calma fingida. Había intentado convencerse de que era solo una salida casual: cuatro personas, una película cualquiera, una conversación pasajera. Pero cuando la vio llegar, su teoría se desmoronó.
Amelia caminaba junto a Briana y su novio. Su cabello se movía con el viento, y su expresión, aunque serena, tenía esa reserva que la hacía parecer aún más enigmática. Saludó con un leve movimiento de cabeza, y Adriel notó que su mirada lo rozó apenas un segundo antes de apartarse.
—Hey, llegaste —dijo Briana con una sonrisa exageradamente casual—. Justo hablábamos de ti.
—¿Ah, sí? —preguntó Adriel, arqueando una ceja.
—Sí, Amelia decía que tenías un gusto... interesante para distraerte en las filas —soltó Briana con un guiño.
Amelia giró la cabeza lentamente hacia ella, fulminándola con los ojos.
—No dije eso.
—Bueno, no con esas palabras —respondió Briana, riendo.
Adriel sonrió apenas, tratando de disimular lo mucho que disfrutaba ver a Amelia incómoda en tono de juego.
—Me siento halagado —dijo él, con una calma que solo fingía.
—Bueno, Adriel te presento a Paulo, mi novio – Nos saludamos y Briana tomó del brazo a Amelia para hacerla correr ya que la película iba a comenzar.
Durante la película, Adriel se sentó al lado de Amelia. Al principio, el silencio entre ellos era denso, casi eléctrico. Ella apenas movía un músculo, concentrada en la pantalla, mientras él intentaba encontrar una forma natural de acercarse.
En un momento, Amelia dejó escapar un suspiro. Adriel giró levemente, observando cómo la luz azulada del cine le delineaba el rostro. No era el tipo de belleza que pedía atención; era la que atrapaba sin permiso.
—¿No te gusta la película? —susurró él.
—Solo es predecible —respondió sin mirarlo.
—Entonces adivina el final. Si aciertas, pago las palomitas de la próxima —dijo él, medio en serio, medio buscando una reacción.
Amelia lo miró, por fin, con ese gesto suyo entre desinterés y curiosidad.
—¿Y si pierdo?
—Entonces... tú eliges el castigo.
Ella bajó la mirada, pero Adriel notó la sombra de una sonrisa escondida. Pequeña, fugaz, pero real.
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Al salir del cine, Briana y su novio decidieron ir de frente a los juegos mecánicos.
—Vamos todos, ¡la noche recién empieza! —gritó Briana.
Amelia frunció el ceño, pero antes de que pudiera negarse, Adriel habló.
—Vamos. Te prometo que no hay películas predecibles ahí.
Ella suspiró.
—No me gustan los lugares ruidosos.
—Entonces será un reto. Yo tampoco soy fan del ruido —dijo él, mirándola con complicidad, cuando eso era claramente una mentira—, pero tal vez podamos hacer una excepción esta vez.
Caminaron entre luces de colores, el sonido del carrusel, y risas ajenas. Briana y su novio se adelantaron, dejándolos atrás sin disimular la intención. Adriel y Amelia se quedaron frente a un puesto de tiro al blanco.
—¿Eres buena en esto? —preguntó él, tomando una de las pistolas de plástico.
—Depende de si hay algo en juego —contestó con tono neutro.
—Entonces hagamos un trato: si gano, sonríes.
Amelia cruzó los brazos.
—Y si gano yo… tú dejas de intentar que lo haga.
Adriel sonrió.
—Trato hecho.
Disparó primero. Erró el blanco.
Ella tomó la pistola, apuntó, y derribó dos latas.
—Ups —dijo con una mueca satisfecha—. Supongo que perdiste.
Él rió, genuino, sin molestarse.
—Prometí intentarlo, no lograrlo. Pero te vi casi sonreír. Cuenta como empate.
Por primera vez, Amelia soltó una carcajada leve, breve, como si se le escapara sin permiso. Adriel la observó, sin decir nada.
Y ahí lo sintió: ese vértigo extraño, ese peso en el pecho que no era ansiedad ni deseo. Era algo más profundo. Algo que lo asustaba un poco.
Cuando Briana y su novio regresaron, los encontraron hablando —o más bien, mirándose en silencio.
—¿Qué nos perdimos? —preguntó Briana, fingiendo inocencia.
—Nada —respondió Amelia con voz tranquila.
—Mucho —corrigió Adriel, sin apartar la vista de ella.
Y mientras el carrusel giraba detrás, entre luces y risas ajenas, Adriel pensó que quizá Sofía tenía razón.
Quizá no era solo interés.
Quizá empezaba a tener nombre.