“Altura peligrosa (y no hablo de la rueda)”
El parque brillaba con luces de neón y risas que se mezclaban con música de feria. El olor a algodón de azúcar y palomitas flotaba en el aire, y a Adriel le parecía curioso cómo algo tan común podía sentirse… distinto con ella ahí.
Briana y Paulo iban adelante, riendo, con esa energía de pareja que siempre parecía conspirar contra el resto del mundo. Amelia, en cambio, caminaba un poco detrás, con las manos en los bolsillos y la mirada esquiva.
Adriel la observaba de reojo, tratando de medir cada gesto. Había algo en su quietud que lo atraía más que cualquier palabra bonita.
—Bueno —anunció Briana, girándose con una sonrisa traviesa—, ¡vamos al barco pirata!
Amelia arqueó una ceja. —¿El que da vueltas completas?
—Exacto —respondió Paulo, muy seguro de sí—. Es buenísimo.
—Buenísimo para morir —replicó Amelia con calma.
—Ay, vamos, Mel —insistió Briana, empujándola suavemente—. No seas aburrida, ¡si hasta Adriel quiere subir!
Adriel sonrió, aunque en realidad no lo tenía tan claro.
—Por supuesto —dijo, fingiendo convicción—. No le tengo miedo a un simple barquito.
Briana lo miró divertida. —¿Seguro? No se admiten gritos después.
—Yo no grito. —Se cruzó de brazos, serio.
Cinco minutos después, el barco dio su primera vuelta completa y el valiente Adriel soltó un “¡mier…coles!” ahogado, mientras Briana reía sin piedad y Amelia apretaba los ojos con fuerza.
—¡Dije que esto no era buena idea! —gritó Amelia, aferrándose al asiento.
—¡Tranquila, solo se siente como si volaras! —respondió Adriel, intentando parecer tranquilo aunque el estómago le daba vueltas.
Cuando por fin bajaron, Amelia respiraba hondo, con el cabello algo despeinado y las mejillas coloradas.
—Jamás vuelvo a subirme a eso —dijo con voz temblorosa.
Adriel sonrió, sin poder evitarlo. —Te veías adorable cuando gritabas.
Ella lo miró entre incrédula y divertida. —No estaba gritando, estaba sobreviviendo.
—Ajá —murmuró él, riendo bajo.
Briana, que los observaba con cara de satisfacción, intercambió una mirada con Paulo.
—¿Y si vamos a la rueda de la fortuna? —sugirió él, con fingida naturalidad.
—Sí, sí, buena idea —apoyó Briana rápido—. Pero… las cabinas son de dos personas.
—Qué pena —fingió lamentarse Paulo—. Supongo que nos toca juntos, amor.
Briana asintió con falsa inocencia. —Y Adriel puede ir con Amelia.
Amelia los miró con los brazos cruzados. —Ah, claro, muy sutil.
Adriel fingió pensar. —Bueno, no me quejo.
Ella rodó los ojos, pero igual subió.
En la cima, el ruido del parque se desvanecía y solo quedaban ellos, el viento y las luces diminutas abajo.
Adriel se recostó un poco, mirándola de lado.
—¿Puedo hacerte tres preguntas? —preguntó, con esa voz tranquila que parecía esconder curiosidad genuina.
—¿Y si no quiero responder? —replicó ella, mirando hacia la ciudad.
—Entonces invento las respuestas —sonrió.
Ella soltó una risa breve, aunque se notó que intentaba ocultarla. —Está bien. Tres preguntas.
—Primera —dijo él—: ¿alguna vez te has enamorado?
Amelia tardó en responder. Miraba hacia abajo, hacia las luces que giraban como estrellas artificiales.
—No —dijo finalmente—. No… de verdad. He sentido curiosidad, atracción, lo que quieras. Pero amor… no.
Él asintió despacio, sin burlarse, sin opinar. Solo observándola como quien acaba de entender algo importante.
—Segunda pregunta —continuó él—: ¿estudias o trabajas?
—Trabajo —contestó ella, más cómoda—. En un colegio. Soy auxiliar por ahora. Estoy ahorrando para estudiar otra carrera cuando pueda. Pero ahora estoy de vacaciones.
—Eso explica tu paciencia —comentó Adriel—. Si puedes con niños, puedes con cualquiera.
Ella sonrió apenas. —No estoy tan segura.
Hubo un silencio. El tipo de silencio que no incomoda, sino que invita a quedarse.
Entonces, Adriel habló de nuevo.
—Tercera pregunta… ¿estás interesada en encontrar pareja?
Amelia lo miró, y por un instante el aire pareció detenerse.
Sus ojos se encontraron y ninguno desvió la vista.
Ella no respondió. Solo giró la cabeza hacia el horizonte.
Adriel entendió que había tocado algo delicado.
Así que, sin pensarlo demasiado, empujó la palanca que hacía girar lentamente la cabina.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Amelia, alarmada.
—Equilibrando el ambiente —bromeó él, dándole otra vuelta suave.
—¡Adriel, detente! —exclamó, sujetándose con fuerza—. ¡Le tengo miedo a las alturas!
Él sonrió, disfrutando del leve rubor en sus mejillas. —Entonces haz un trato conmigo.
—¿Qué trato?
—Cinco llamadas antes de dormir. Prometo no mover esto más.
—¿Cinco? Ni loca.
—Cuatro.
—No.
—Tres y media.
Ella lo miró indignada. —¿Cómo sería media llamada?
—Te cuelgo a la mitad —respondió él con toda seriedad, y ella terminó soltando una carcajada involuntaria.
—Está bien, tres —dijo finalmente, exasperada—. Pero si vuelves a mover la cabina, te lanzo el zapato.
—Trato hecho. —Soltó la palanca y levantó las manos en señal de paz.
El silencio volvió, pero esta vez no pesaba.
Solo quedaban ellos, la brisa y las luces girando abajo como si el mundo entero estuviera en pausa.
Adriel la miró de nuevo, con una mezcla de calma y algo que no se atrevía a nombrar todavía.
Y por primera vez, Amelia bajó la mirada, pero con una sonrisa que no pudo esconder.
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Desde abajo, Briana y Paulo los observaban riendo.
—¿Funcionó el plan? —preguntó él.
—Mira sus caras —respondió ella con una sonrisa satisfecha—. Funcionó mejor de lo que esperaba.
Y allá arriba, con el mundo reducido a luces pequeñas y aire frío, Adriel se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, el vértigo no venía de la altura. Venía de ella.