Lo que Diciembre se llevó.

Capítulo 1: La obra.

—Pero papá.  
—¿Pero qué Mary Jane? Creí que te gustaba el teatro y eso de actuar.  
—No actúo papá, solo estoy en escenografía.  
—Bueno, es lo mismo. Estás ahí tras bandolinas. Sabes cómo funciona todo.  

 


Unos granos de maíz cayeron sobre su cabello negro y el puré de papas salpicó sobre sus ropas.  

 


—¡Marc! ¡Papá! ¡Marc está tirando todo!  
—Cielo no grites en la mesa — interfirió su madre sin levantar la vista.  
—Marc — dijo su padre imitando el mugir de una vaca sin desprender los ojos de su periódico.  
—Yo no fui. Fue Mike.  
—Yo no soy Mike. Soy Myers. Ese es Marc.  
—Tu eres Marc, yo soy Myers.  

 


Decían los trillizos de grandes ojos claros. Cada uno negaba su identidad cuando cometían travesuras. Era difícil adivinar en ocasiones quien era quien cuando todos dormían en la misma habitación y vestían diferente. Podrían hacerse pasar por el otro sin problemas.  

 


—Sea quien haya sido — interfirió su padre —, terminen de cenar.  
—Pero mi ropa y mi cabello — se quejó Mary Jane.  
—Tu también Mary. Termina tu cena y — dijo. Hizo una pausa al ver todos los granitos de maíz alrededor de ella y las migajas esparcidas —, podrías por favor comer como una niña grande que eres. Mira a tus hermanos. Impecables. Y tú tienes ensalada hasta en el cabello.  

 


Mary bufó exasperada y miró de reojo a sus odiosos hermanos. Los chicos picaban sus verduras con el tenedor con cuidado sin una sola miga en el rostro.  

 


—Cielo, no hagas ruidos groseros en la mesa — dijo su madre.  
—Pero mamá.  
—Amor. Deja el drama para la obra. Por cierto — continuó dejando a un lado un libro luego de colocar el marca páginas —, la señora Smith y la señora Bowman me han dicho que están emocionadas con la obra. Y que te apoyarán en todo lo que necesites ayuda con respecto a los vestuarios y utilería. Seguramente ya tienes los diseños — opinó llevando un trozo de su albóndiga a la boca. 
—Algo así. Todavía estoy elaborando el plan de trabajo y la maqueta — respondió sin ánimos de hablar de la dichosa obra.  
—Pues date prisa querida. El estreno será en vísperas de Navidad y hay que tener todo listo. Pero, estoy seguro que será un éxito — dijo su padre limpiando las comisuras de su boca con la servilleta.  
—Oh. Que emoción — decía la señora Johnson tomando la mano de su esposo sobre la mesa—. ¿Te lo imaginas Philip? Nuestra dulce Mary cómo directora de una obra teatral. Que maravilla.  

 


El señor Johnson sonrió ante los ojos soñadores de su esposa y besó sus nudillos.  

 

 

—Sí querida. Será perfecta. Digna de estar en Broadway. ¿No es así cielo? — preguntó mirando a su hija. 

 


Mary Jane sonrió con el mayor esfuerzo posible para aparentar entusiasmo. Tan altas expectativas de sus padres solo eran una carga más al pesado trabajo que implicaba ser la directora de la obra, la guionista, la adaptadora, la directora de escenografía, directora de arte, de reparto y directora de todo lo que una producción de aquella magnitud necesitase.  

 


—Me iré a mi habitación — anunció.

 

 
Ya no tenía hambre. Desde que se enteró ayer que sería la nueva Steven Spielberg de: Un milagro de Navidad, el nombre provisional de la obra, su apetito se había reducido. Pues ella se sentía más bien como lo que era, una chica de quince años a quien le gustaba participar en el teatro de la escuela pero que su pánico escénico le impedía actuar. Algo bastante contradictorio e irónico pues no tenía problemas con pararse frente a la clase a exponer un tema o un pequeño debate. Pero estar ahí, frente a toda la escuela, expuesta y como único recurso: su propia voz, desistía. Así que se conformaba con ser parte del equipo de escenografía o un papel pequeñito como ser la mujer de la villa que salió a comprar el pan.  


Su terror para pronunciar palabra en un escenario era su mayor odio hacia sí misma. Pero tenía esperanza con que algún día rompería el hielo y saldría bajo la luz del reflector a dar todo de ella y su personaje.

 

 
—Bien amor. Lava tu plato por favor — pidió su madre.  

 


Comenzó a fregar cuando sus hermanos se levantaron en fila para dejar su plato y su vaso en el fregadero.  

 


—Ya que estás ahí, ¿Podrías lavarlos todos? Por favor — añadió su madre.  
—Sí mamá — dijo con ese tono de pesar y resignación. 




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