Lo que Diciembre se llevó.

Capítulo 2: Mary Jane versus la zanahoria.

—¡Mary! Ya ha venido Ruth.  
—¡Ya salgo! — dijo desde el interior de su habitación.  


Después de todo, Ruth si pudo salir de su casa a pesar de la llegada de su tía y su primo. Le había llamado hace menos de cuarenta minutos diciéndole que fuera a cambiarse.  


—No hay problema. Solo me cambiaré la blusa — respondió al revisar que aún tenía sus pantalones  blancos impecables y su cabello cepillado.  
—Te aconsejo ponerte decente. Irá mi primo — susurró.  
—¿Tu primo?  

De inmediato se asomó a la sala y comprobó que no hubiera nadie cerca y se escondió en el rincón de la cocina.  


—¿Por qué irá tu primo? — decía bajito.  
—Es culpa de mi mamá. Cuando le recordé que tenía permiso para salir contigo me dijo: Y por qué no te llevas a Will. Estoy segura que le gustará salir un rato y conocer a tus amigos. Ash. Que fastidio. Ahora tengo que ser niñera de dos.  
—¿También irá Max?  
—Sí. El zopenco dijo que saldría con nosotras. Pero yo creo que irá a los bolos o algo así. El caso es que mi mamá nos llevará y ya perdimos tiempo. Anda ve, báñate y maquíllate.  
—Ya me he bañado Ruth. Te recuerdo que me baño tres veces al día aún en invierno. 
—Sí pero es mejor prevenir. Bueno, ponte guapa. Llegamos al rato. 


Ahora, media hora después, corría de un lado al otro buscando en el armario qué ponerse. Por suerte, Ruth se había encargado de crearle conjuntos y hasta las sugerencias de accesorios y zapatos.  


—¡Mary Jane! — volvió a urgir su madre.  
—Listo — dijo. Abriendo de golpe la puerta.  


Desde que despertó esa mañana, su estómago estaba en constante movimiento. Parecía una olla borboteando por el calor. No entendía por qué se sentía tan nerviosa.  


—Vaya. Solo vas al cine, cariño — dijo su madre al verla.  
—Ah. Sí. Me lo puse sin pensar — respondió tratando de no darle importancia.  


Al llegar a la sala sus hermanos llegaron corriendo con sus abrigos y botas puestas.  


—Ya estamos listos — anunciaron.  
—¿Y ustedes a dónde creen que van? — cuchicheó molesta.  
—Entonces vamos — dijo la señora Bowman que salía de la cocina con sus hijos siguiéndola.  


Se despidió de su amiga, la señora Johnson, y salió con los tres duendes detrás.  

—Bueno. Yo también me voy. Me esperan en el club. Los veré más tarde niños — dijo.  


Ruth y Max la despidieron pero Mary Jane no escuchó la voz del tercero que al parecer aún no salía de la cocina.  


—Estas a cargo de las llaves. Tus hermanos tienen dinero pero no se los he dado todo. Aquí tienes más. Tu padre vendrá tarde y creo que yo también así que espérenos en casa de los Bowman por favor.  
—Ok.  


Asentía a todas las instrucciones como la hija mayor y responsable que era aunque sus amigos y el chico desconocido le observaban.  


—Creo que es todo. Me voy. Nos vemos más tarde niños.  
—Adiós señora Johnson — le despidieron al mismo tiempo.   
—Bien. ¿Nos vamos? Mi mamá está esperando — dijo Ruth —. Ah, MJ. Te presento a mi primo. William. Will, ella es MJ. La amiga de quien te hablé.  
—Mucho gusto — saludó extendiendo su mano derecha.  


“Vaya. Que formal” pensó. Cualquier otro chico del vecindario se hubiera conformado con un movimiento de cabeza.  


—Igualmente.  
—¿Qué? ¿A mí no me saludas? — dijo Max pasando entre estos para separa sus manos.  


En seguida pasó su brazo sobre los hombros de Mary Jane y le estrechó.  


—Quítate Max.  
—Que pesada. Así te ves más linda, sabes.  


Mary Jane bufó y lo empujó sin dudar. Cualquiera diría que era demasiado tosca con el hermano de su mejor amiga pero es que no lo soportaba. De todas formas se conocían desde el preescolar.  


—No empieces sonso. Vámonos, que mamá está esperando — interfirió Ruth tomando el brazo de su amiga.  

Max se limitó a sonreír y le hizo un guiño a Mary Jane antes de salir.  

—Que asco — dijeron ambas.  
—Creo que a tu hermano le gusta que lo golpee — señaló Mary Jane.  

No entendía por qué Max insistía tanto en acercarse a ella por muy mal que lo tratara.  

—Está loco.  
—Posiblemente — opinó el chico nuevo.  

Ellas giraron hacia él, intentaba no reír pero sus labios se torcían sonriendo.  

—Me agrada tu primo.  
—Te lo dije. Este chico debería ser mi hermano y no ese descerebrado — habló viendo como Max le robaba el asiento delantero.  

El espacio en el asiento trasero se redujo aún más al llevar seis personas en lugar de tres.  

—Oh Mary Jane, ¿Ya te presentó Anna a Will?  
—Sí mamá. Ya se lo he presentado — intervino Ruth irritada al escuchar su primer nombre en público.  
—Sí señora Bowman. Ya nos hemos saludado — respondió mientras era aplastada por el peso de su amiga. 
—Oh, que bien.  

La señora Bowman tenía una voz aguda, que desbordaba positivismo y entusiasmo en cada palabra.  

—Will. Ella es de quién te hablé. Será la directora de la obra que presentará en Navidad.  
—¿De veras? — preguntó el chico con interés.  

De inmediato sus ojos se enfocaron en Mary Jane quien estaba a su lado.  

—Oh sí, hijo. Será espectacular. Estoy segura. Mary es una niña muy dedicada a todo lo que hace. ¿No te gustaría ser parte de la obra?  

“¡¿Cómo?! ¿Ser parte de la obra? Pero si ni siquiera hemos comenzado las audiciones. Y ¿Quién la nombró directora de reparto?” pensó.  

—Pues… 
—Sería divertido Will — habló Ruth—. Además, seguro que sabes mucho de actuación y eso.  
—No. No tanto — dijo mirando por la ventana y luego a sus piernas.  
—Vamos cielo, no seas modesto. Mary. ¿Sabías que Will es un excelente actor de teatro? Ah sido el papel masculino protagónico en tres obras consecutivas en su colegio.  

“¿Asiste a un colegio?”.  

—Oh Romero, Romeo — decía Ruth declamando para luego reír.  
—¿De veras? — preguntó Mary Jane verdaderamente interesada.  
—Segurísima. No es porque sea mi sobrino pero, mira esa carita de ángel. Y con su talento, cómo no va a ser el protagonista.  


Ruth soltó una risita mientras que Mary Jane y William intercambiaron una mirada incómodos para luego dejar de hacerlo. “Pobre chico” pensó Mary Jane al ser testigo de cómo los adultos insistían en poner en aprietos a sus hijos y sobrinos.  

Max comenzó a reír en su asiento y la señora Bowman le dio un pellizco en la oreja.  


—¡Ay!  
—Más respeto jovencito.  
—Nosotros actuaremos, ¿Verdad? — inquirió Mac dirigiéndose a Ruth.  

Los trillizos se había mantenido en silencio entretenidos en sus cuadros de Rubic de madera que su madre les regaló.  


—La obra es sobre Navidad no los tres mosqueteros — espetó su hermana mayor.  
—Se verían lindos de con esos trajes. ¡Oh! ¡Ya sé! ¡Ya sé! Qué tal, si ellos son los tres reyes magos.  

Los otros dos chicos le miraron con ojos de admiración y unas enormes sonrisas aparecieron en sus labios.  

—Sí. Sí. Sí. Queremos ser los reyes magos — decían los tres al mismo tiempo.  
—Que entretenido — habló la señora Bowman —. Will, tú podrías ayudar a Mary Jane con la dirección. Tú experiencia seguro le servirá.  
—Yo soy la codirectora mamá y la directora de vestuario.  
—Gracias señora Bowman. Lo tomaré en cuenta — intervino Mary Jane.  

No quería que más personas siguieran interviniendo en una labor que le correspondía a ella.  

—Por su puesto tía. Será un placer ayudar a Jane. Si ella así lo desea — habló aquel chico por tercera vez en todo el trayecto.  
—Excelente.  

El auto siguió lleno de murmullos sobre la obra, los vestuarios y demás. Repentinamente todos parecían entusiasmados con el proyecto. Incluso Max.  

Pero Mary Jane no dejaba de pensar en lo que la señora Bowman había dicho sobre su sobrino. Un gran actor, uno talentoso y por si fuera poco, apuesto. O como ella lo haría dicho: “Con rostro de ángel”. Y que alguien como él, si es que eran ciertos esos testimonios sobre su actuación, sería bueno contar con su apoyo.  

La aventura en el cine no fue tan desastrosa como Mary Jane y Ruth temían. Al llegar, “los grandes” dejaron claro las reglas.  


—Bien chicos. La señora Bowman vendrá a las 7:30 por nosotros. Deben estar aquí a las 7 en punto. Tomen esto y no causen problemas o mamá me castigará a mí.  
—Pero nosotros queremos entrar al cine.  
—Bueno, pero no molesten a los demás espectadores. No quiero que nos saquen como el otro día.  
—Sí. Sí. Como digas — respondió Myers con fastidio.  
—Nos portaremos bien — prometió Mike que no se despegaba de Ruth.  
—¿Podemos comprar palomitas con caramelo? — Myers, el que iba al grano.  
—Sí.  

Los chicos corrieron a la dulcería poniéndose de puntillas en el mostrador.  

—¿Y tú, te quedas o te vas, adoptado?  
—Me voy. No pasaré la tarde viendo una película aburrida de chicas. ¿Verdad Will? 
—Yo, prefiero quedarme.  

Tres pares de ojos le miraron admirados. Max torció el gesto y acarició su mentón.  

—¿Qué película verán?  
—Esa — dijo Ruth señalando el estreno Navideño.  

Una mueca de asco fue su respuesta. Sin embargo dijo:  

—Ok. Vamos muñeca. No me digas que piensas lo mismo que yo — le dijo a Mary Jane posicionándose a su lado para tomarla de la cintura.  
—No. Por fortuna no. Y deja de tocarme — se quejó apartándose.  
—Ya déjala. Consigue novia o algo más fácil. Ve y compra las entradas — interrumpió su hermana.  

Max soltó una carcajada y sin importar nada le dio un sonoro beso a Mary Jane en la mejía.  

—Que asco — dijo Ruth.  

El par de hermanos se fueron discurriendo hasta el mostrador para comprar los boletos dejando atrás a los otros.  

—Perdón por todo esto — decía Mary Jane frotando su mejía con la manga del suéter —. Siempre es un poco caótico cuando salimos todos. Pero hoy Max está peor. Me pregunto que bicho le picó.  
—Tu le gustas — respondió seguro.  
—Eso dice desde primer grado. Solo porque supuestamente yo fui su primer beso. Y ni siquiera lo recuerda bien. Dice que yo lo besé cuando en realidad fue él quien me besó a mi llenándose de lodo el rostro.  

William comenzó a reír pero se contuvo casi de inmediato.  

—Bueno. Está claro que fue el mejor beso de su vida. Y por lo que veo, creo que es el único que ha recibido o…, dado.  
—¿Tú crees? — preguntó mientras ambos miraban a los hermanos Bowman.  


Max y Ruth eran casi idénticos. Un año de diferencia no era nada. Pero ya que Max reprobó en sexto grado, ahora todos estaban en la misma clase. Tenían el cabello castaño, chocolate oscuro y con ondas naturales. Las más notorias eran las de Ruth, por supuesto. Ojos, de un verde muy oscuro. Al contrario de los verdes esmeralda de la señora Bowman. Y compartían la estatura.  


—Sí.  
—¿Tienes hermanos?  
—No — dijo de forma seca.  

El cambio en su voz hizo que Mary Jane le observara con curiosidad.  

—Me agradan tus hermanos — añadió él.  

Entonces supo que se había quedado mirándolo de una forma un tanto descortés.  

—Ah si. Marc, Mike y Myers. Los tres mosqueteros.  
—¿Todos sus nombres comienzan con “M”? Hasta el tuyo.  
—Ah sí. A mi madre nunca le gustó su nombre. Siempre quiso llamarse como yo: Mary Jane. Así que al tener a mis hermanos, siguió con la tradición de la “M”.  
—¿Y tú? ¿Seguirás la tradición? — preguntó con una sonrisa.  
—No lo creo. Y… ¿Es cierto que te gusta actuar?  
—Un poco — dijo encogiéndose de hombros. Metió las manos en sus bolsillos y comenzó a dibujar líneas en la alfombra con la punta de su zapato —. No le creas a mi tía o a Ruth. Suelen exagerar con eso.  
—M.  

Mary Jane frunció ligeramente el ceño. Si Will era todo lo que su familia aseguraba, ese chico era muy modesto. Pero además de eso, había algo en la faz de ese muchacho que le hacía mirarlo con atención.  

—Listo. ¿Y por qué no han comprado las palomitas y la soda? — reclamó Ruth.  
—Ay, este… 
—Yo las pago — se adelantó a decir William.  
—¿Te gustan las palomitas dulces y saladas? — inquirió al ver la orden servida. 
—Sí. Ya sé, es raro — dijo él sonriendo.  
—¿Estas bromeando? A mí me encantan. Siempre tengo que comerme yo sola toda la cubeta o conformarme con una salada.  
—Pues…, si no te importa…, podríamos compartir — respondió moviéndose hacia ella.  


“Sus ojos” apuntó Mary Jane. No eran verdes como sus primos, más bien eran de un tono parecido a ese caramelo caliente que la chica de la dulcería derramaba en las palomitas amarillas.  

Cualquiera diría que ojos como esos eran de lo más comunes pero, en ese momento, para ella, eran el color de ojos más bello que había visto jamás.  


—Aquí tiene su orden. Cuatro sodas medianas, dos palomitas medianas saladas y una mixta gigante.  
—Ya sé que le falta.  

Will le pidió una bolsa de chocolates M&M y los añadió a la cubeta.  

—Ush. Otro con gustos raros para las palomitas. Bueno. Al menos ya encontraste a alguien con quien compartir tus peculiaridades alimenticias — dijo Ruth picando de sus palomitas.  

Ambos se miraron brevemente y sonrieron cómplices de aquel punto en común.  

Dentro de la sala de producción, los cuatro miraban fijamente la pantalla. Se ubicaron de izquierda a derecha; Max, Ruth, Mary Jane y William.  

Estaban en la parte trágica de la historia, ellas contenían las lágrimas sin éxito mientras comían lentamente. Mary Jane extendió su brazo para buscar más palomitas en el balde que William sostenía entre ellos.  

Para su sorpresa, sus dedos tocaron algo más. No eran los chocolates, ni las rosetas. Eran los dedos de William. Tal contacto les provocó un respingo a ambos.  


—Lo siento — susurró William.  

Mary Jane asintió. Pero las cosquillas aún permanecían en la punta de sus dedos. Atribuyó su reacción a los dedos gélidos que rozó y no al contacto físico con un chico al que acababa de calificar como: Lindo, en su mente.  

Sin embargo, la sensación electrizante permaneció ahí. Entre ellos en medio de la oscuridad.  

En casa de los Bowman, todos comían como en cualquier otra noche en compañía de amigos, excepto por Mary Jane. Se distraía con facilidad mirando a William sentado frente a ella. Nunca había visto nada igual.   

William partía con cuidado cada trozo de su filete de pollo. Se llevaba a la boca uno a uno alternando con un poco de puré de papas, luego una pequeña rodaja de zanahorias y al final un trago de agua. Y volvía a comenzar.  

Usaba la servilleta, no hacía ruidos para comer ni hablaba con la boca llena. Mucho menos apoyaba los codos en la mesa y qué decir de su postura.  

Entonces Mary Jane comenzó a fijarse en su propia postura, sus ademanes y en su plato. Había dejado en una esquina las zanahorias, no le gustaban. Seguramente la señora Bowman lo olvidó y sirvió todos los platos iguales.  


—¿No te gustan? — Escuchó que preguntaron.  
Era William que le miraba con sus grandes ojos miel.  
—Eh, pues. 
—No. No le gustan. Por eso estás tan ciega bebé y no puedes ver lo guapo que soy — dijo Max picando con su tenedor una de las zanahorias de Mary Jane.  
—Que lástima. A mí me encantan.  


Y por alguna razón, esas palabras fueron el aliciente que ella necesitaba.  

—Claro que me gustan. Y deja de llevarte las mías.  
—Lo tuyo es mío y lo mío es tuyo preciosa — habló Max inclinándose hacia ella. 


Mary Jane bufó y volvió su vista al plato. Estaban ahí, esas verduras que tanto odiaba sin razón. No existía una explicación, solo era una aversión total como aquellos que odian el brócoli o la remolacha.  

Miró discretamente a William pero, él seguía con los ojos puestos en ella. Respiró profundamente antes del primer movimiento. Acercó el tenedor plateado a su enemigo y lo clavó cual puñal en su pecho; cual estaca en el corazón de un inmortal. 

El sonido provocó que la porcelana sonara más fuerte de lo que creyó. Todos en la mesa le miraban confundidos.  


—¿Qué estás haciendo? — inquirió Ruth al lado de William.  
—Tesoro… — habló la señora Bowman.  
—Perdón, perdón. Solo quería intentar…, comer un poco.  
—Oh, eso está bien.  


Mary Jane asintió y volvió a su objetivo. No iba a dejar vencerse por un trozo de verdura cocida. No. Y menos si William estaba ahí.  


—¿Qué tal has pasado la tarde con tus primos, Will? — preguntó el señor Bowman.  
—Bien. Me gustó la película.  
—Que bien — dijo sirviéndose más puré —. Y ¿Qué te ha parecido Mary Jane? Es una chica muy lista y bonita.  


La aludida estuvo apunto de ahogarse al escuchar específicamente cinco de las últimas palabras del señor Bowman. Se dio un golpe en el pecho para que la verdura cocida bajará por su garganta. Max rio a su lado mientras le daba unas palmadas en la espalda. Pero el incidente fue opacado por la intervención de su amiga. 

 
—Papá.  

El señor Bowman rio al escuchar la queja de su hija.  

—No tanto como mi princesa — dijo riendo de nuevo.  

William sonrió y bebió agua de nuevo.  

—¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? — Ambos chicos se miraron por un segundo y Mary Jane no supo identificar lo que le decían sus ojos—. ¿Ya te han dicho de la obra? Debería participar ya que estarás aquí todo el mes.  

“¿Todo el mes”.  

—Sí, quizás.  

Mary Jane siguió esperando expectante a que William añadiera algo sobre la pregunta pendiente pero el chico no dijo más.  

—¿Cómo vas con eso Mary Jane? Debes de tener mucho trabajo.  
—Yo voy a ayudarle papá. Seré su codirectora y supervisaré los vestuarios.  
—M. Eso está bien. Tu madre puede ayudarles con esas cosas.  
—Sí. Ya tenemos unos diseños.  


La mesa se llenó de cháchara sobre la famosa obra. Incluso el señor Bowman estaba compartiendo sugerencias para la escenografía y su esposa no tardó en contagiar a todos pensando en los vestuarios.  

Al terminar la cena, Mary Jane se ofreció a lavar los platos ya que Ruth y Max discutían sobre que ellos los lavaron la cena pasada.  

Pero Mary Jane estaba más preocupada con cada hora que pasaba. Tanto escuchar hablar de la obra solo le decía las altísimas expectativas que la gente se estaba formando de ella y su labor. Un reto enorme pero del que no se dejaría intimidar. Como con la zanahoria que casi vomitó.  


—Fuiste muy valiente con la zanahoria — escuchó decir.  

William dejó los últimos vasos en el fregadero y se arremangó las mangas de su camisa suéter.  

—Gracias. Pero no fue una gran hazaña.  
—Entonces tu cara de asco y el verde de tu piel eran pura actuación — dijo sonriendo.  

Comenzó a tomar los platos llenos de jabón y a enjuagarlos a su lado.  

—Sí. Soy buena en eso.   
—¿Eso quiere decir que también actuarás en la obra? Vaya. Es mucho trabajo.  
—No. Yo… no actúo.  
—¿Ah no?  


William dejó de enjuagar y su cuerpo se movió hacia ella y Mary Jane le imitó. El movimiento que hizo para alcanzar a ver sus ojos ayudó a remarcar la diferencia de estaturas. Por lo menos una cabeza.  


—No. Yo solo ayudó con la escenografía. Y hoy seré “la directora” — dijo haciendo el ademán de las comillas con sus dedos.  
—Que lástima — respondió girando hacia los platos—. Si fueras a actuar te habría dicho que me gustaría ser parte de la obra.  


Sin poder definir sus palabras como un halago, invitación, reproche, estímulo o lo que fuera; continuó con su labor hasta que la señora Bowman anunció que sus padres habían llegado por ellos.  

—¿Nos veremos mañana? — quiso saber al llegar el momento de despedirse de William.  

Repentinamente tenía ganas de verlo al día siguiente.  

—Por supuesto.  


 




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