—Creí que tenías catorce — opinó William cuando llevaban un rato balanceándose cada uno en su sitio.
—¿Tan inmadura me veo?
—Yo diría joven.
Mary Jane soltó una risita y volvió a impulsarse hacia el frente para ganar más altura.
—¿Qué hay de ti? Pareces de diez y siete.
—¿Tan viejo me veo?
—Yo diría maduro.
—Gracias. Pero no. Acabo de cumplir quince. El mes pasado.
—Soy mayor que tú. Por cinco meses.
—Eso parece.
—Me gusta.
—¿Qué sea menor?
—No precisamente. Me gusta tu apariencia aunque seas menor que yo.
—¿No sales con alguien que no sea de tu misma edad?
—¿Acaso estás invitándome a salir?
—Eso depende. Dijiste que te gustaba. ¿Quieres que lo haga?
—No. Bueno, sí. No estaría mal. Pero, dije que me gustas tú, así tan…
Pero las palabras se estaban torciendo. De pronto la conversación se había ido por otro rumbo un tanto peligroso.
—Anda. Dilo. Recuerda que mientras estemos aquí, no tenemos quince y aún cabemos sentados dentro de ese carro — dijo mirando la carrocería roja del carrito.
Ambos detuvieron los columpios. La ventaja de viajar en el tiempo a una realidad alterna donde solo existías tú y el primo de tu mejor amiga, era que podías decir y hacer cualquier cosa y sabrías que se quedaría ahí. En un recuerdo compartido.
William seguía esperando. Le miraba con esos bellos ojos dorados como la miel de Maple recién derramada en los panqueques o los waffles.
—Me… Me gustas… Para que fueras parte de la obra. Interpreta a José — reafirmó al final.
William sonrió. “Esa sonrisa. ¿Por qué tiene que verse así cuando sonríe? Tan… Hermoso…”.
—Creí que aún no teníamos conocimiento de esos temas. Recuerdas.
—Lo siento. No puedo dejar de pensar en eso — mintió.
En lo que no podía dejar de pensar era en sus ojos y su sonrisa torcida.
—Todavía no respondes.
—¿A qué?
—M. Buen punto. Hay muchas preguntas pendientes. Primero, ¿Tienes algo en contra de la edad?
—No.
—¿Y sales con chicos que únicamente sean de tu misma edad o eres imparcial?
—Eso depende. Los de mi edad son unos bobos. Los chicos de mi clase no hablan más que de tonterías y los menores es como si intentará hablar con mis hermanos de lo preocupante que es el calentamiento global y el valor de la naturaleza.
—Eso quiere decir que prefieres que sean mayores.
—Bueno… No tuve tan buena experiencia saliendo con chicos mayores el año pasado así que… Creo que tampoco son la compañía adecuada.
—Entiendo.
—¿Ah sí?
—Sí. Me ocurre lo mismo. Las chicas menores no pueden mantener una relación estable por más de dos semanas. Tres es como un matrimonio viejo y desgastado y dos es demasiado tiempo para ellas. Y las mayores…, pues…, tienen otros intereses — dijo mirando sus zapatos.
—¿Y las de quince?
—Creo que solo he visto una que es consiente de su edad — dijo sonriéndole.
—¿Así te gustan? Que sean conscientes de su edad.
—Supongo — dijo encogiéndose de hombros para luego golpear una piedrecilla con la punta de su zapato —. Tenemos una edad extraña. ¿No lo crees? No somos niños pero tampoco adolecentes, no del todo. Y al mismo tiempo no queremos crecer. ¿No te parece?
Esta vez era Mary Jane quien lo miraba sin habla. Nunca había escuchado que un chico de su edad decir algo con tanta coherencia en una sola intervención. Excepto por una cosa.
—Técnicamente estamos en la adolescencia media. De los catorce a los diez y seis. Pero es cierto, es un tanto raro a veces.
—¿Qué? — dijo al verla sonreír.
—En días como estos, frescos y con un sol tibio, recuerdo cuando jugábamos aquí. Mi madre o la señora Bowman nos traían por las tardes y por la noche nos daban chocolate caliente y galletas con chispas de chocolate mientras veíamos las caricaturas. Ah, y me caí una vez por ahí — dijo señalando un espacio a su izquierda—. Corríamos cuando de pronto pisé la cinta suelta de mi zapatilla. Aún tengo la cicatriz. — Y tocó su rodilla —. Eran buenos tiempos.
—Definitivamente.
—¿Cuál es la siguiente pregunta?
—Ah si. ¿Quieres que te invite a salir?
—Esas preguntas no son para este espacio en el tiempo — respondió repentinamente seria.
—Es verdad. Pensaré en otra cosa — dijo retomando el ritmo en su columpio.
—¿Lo harías?
—¿Qué cosa?
—¿Invitarme?
—No estaría mal.
—Eso no es un sí.
—Tampoco un rotundo no.
—Suena a un tal vez.
—Tal vez.
—Uno muy desinteresado, por cierto.
—¿Quieres que suene interesado?
—No estaría mal — citó sonriendo.
William sonrió con ella y acopló su ritmo al suyo.
—¿Qué color te gusta Jane?
—Amarillo. ¿Y a ti?
—Azul. ¿Qué estación del año te gusta más?
—Otoño. ¿Y a ti?
—¿Por qué te gusta el otoño?
—Por que hace frío pero no tanto como para pasar en casa. Puedes salir a ver las hojas de colores, el cielo es más rojo y naranja al atardecer y el amarillo combina con todo a tu alrededor.
Ambos sonrieron por la respuesta.
—Ahora tu.
—Antes prefería el invierno por Navidad. Ahora…, ya no tengo una preferida.
Mary Jane entendió que ese detalle seguramente estaría relacionado con su situación familiar. ¿A qué clase de padres se les ocurría divorciarse en Diciembre?
—¿Cuál es tu sabor preferido para el helado?
—Napolitano.
—¿Napolitano? ¿En serio?
—Sí. ¿Por qué? Ah y con maní, chispas y una cereza — añadió sonriendo.
—Me das miedo Will.
Él le miraba expectante aunque no sabía si era por haber dicho su nombre con tanta familiaridad como si fueran amigos de toda la vida. No estaba segura si había sido lo correcto.
—¿Por qué?
—También me gusta… El helado napolitano con todo eso encima.
Un silencio extraño se instaló entre ellos. ¿Habría sido por la coincidencia del helado o por lo bien que había sentido pronunciar su nombre con mayor soltura?
—Ya está oscureciendo. Deberíamos irnos.
Mary Jane lo siguió hasta la banqueta donde dejaron sus cosas junto a las bicicletas.
—Jane.
—¿Sí?
William seguía al lado de la bicicleta con el ceño fruncido. Parecía como si estuviera debatiéndose entre el bien y el mal.
—¿Por qué no actuarás? Es claro que no confías mucho en que Ruth lo haga bien. A puesto a que te gustaría hacer el papel de María.
Ella abrió los ojos sorprendida ante tal deducción. Solo esperaba que Ruth no se hubiera dado cuenta de su decepción.
—Me da miedo.
—¿Qué cosa? ¿Equivocarte?
—Congelarme. Creo que le dicen pánico escénico.
—Pues es difícil de imaginarte como a alguien que teme hablar en público.
—Esa es la cosa. Cuando debo hacer una presentación me siento segura. Estoy ahí, al frente con mis notas en la mano o con el atril frente a mí pero, en un escenario, estás expuesto, desnudo en alma para que otros vean tu interior. Y me…, me pone nerviosa eso.
Will asintió y avanzó un paso hacia ella acortando la distancia que los separaba.
—Lo harías muy bien. Tienes aplomo y esa energía característica del color amarillo.
—Me siento un girasol con eso. O una mazorca de maíz.
—Creo que serías la mazorca — respondió riendo —. Lo harías bien.
—¿Eso quiere decir que serás José?
—Sí. Pero sigo pensando que es un poco incestuoso si mi prima es María.
—Bueno…
—No te preocupes. Solo bromeaba. De todas formas es de mentira. Pero si me lo preguntas, preferiría ser tu esposo que el de alguien más.
William subió a la bicicleta y comenzó a pedalear. Mary Jane se había quedado ahí congelada ante tal respuesta. Nunca había pensado en algo tan grande como su futuro familiar, solo el académico. Pero ahora que William lo sacó a colación, la idea de formar una familia con él en su futuro no le pareció tan malo. Claro que para eso faltaba muchísimo pero soñar la hizo sonreír.
—¡¿No vienes?! — Le preguntó cuando ya se había alejado un buen tramo.
—¡Espérame!
***
—Entonces, supongo que nos veremos mañana — decía Mary Jane en la puerta de su casa.
—Eso creo. ¿Irán al parque? Digo, ya terminaron las audiciones.
—Bueno, no tenía más planes para mañana así que…
—Está bien. Entonces otro día — dijo con las manos dentro de sus bolsillos a punto de dar la vuelta y marcharse.
—Pero podría ir al parque mañana. En la tarde y…, quizás vernos.
—Ahí estaré. ¿A las cuatro? — aseguró sonriendo.
—A las cuatro — confirmó con la misma sonrisa.
—Adiós.
—Adiós.
—Nos veremos mañana.
—Sí, mañana.
—Mañana.
Mary Jane no dejaba de sonreír y William no dejaba de caminar en retroceso por su porche hasta que su pie bajó de golpe por el primer escalón y cayó de espaldas.
***
—Por Dios Mary Jane. ¿Qué clase de amiga eres?
—Pero papá…
—No se preocupe señor Johnson. Fue mi culpa. No vi el escalón.
—Se supone que los amigos se cuidan no se empujan por las escaleras.
—Pero yo no lo he empujado papá.
Los tres estaban en la cocina intentando curar al chico con la cabeza llena de sangre y un codo lastimado.
El señor Johnson insistía en ello pues justo cuando él se acercó en su auto a la casa, su hija tenía sus brazos extendidos hacia el muchacho que cayó de espaldas. Desde su opinión, aquel había sido un juego demasiado brusco, si es que estaban jugando.
—¿Y dónde está tu madre?
—No sé. Debió pasar por el supermercado. Se llevó a los chicos temprano del parque.
—Pásame más papel de cocina — pidió él.
Mary Jane corrió por más pues William no había dejado de sangrar. El golpe en un costado de su cabeza aseguraba un par de puntadas.
—Lo siento mucho Will.
—No importa. Estaré como nuevo. ¡AY! — se quejó cuando el señor Johnson le puso un algodón con alcohol.
—Listo. Por suerte no es tan grande. Pero tendrás que usar esto — indicó poniéndole un pequeño parche color piel —. Espero tu tía me crea cuando le explique que Mary Jane no te empujó aunque yo lo vi.
—Papá — se quejó de nuevo.
El señor Johnson se rio y le besó el cabello a su hija.
—De acuerdo. No lo hiciste. Por qué no preparas unos sándwiches para ustedes. Yo llamaré a los Bowman.
—Sí papá.
—Me agrada tu papá.
—Tú también le agradas. Y lo siento mucho Will. Debí…
Sin darse cuenta de cuándo, ya había extendido su brazo para alcanzar su cabello caramelo. La mano de William tocó la suya y la alejó de la zona con cuidado.
—Perón pero, creo que me duele hasta el cabello — dijo riendo.
—Lo siento.
Sus dedos seguían tocándose mientras se miraban. Estando William en la silla del comedor, a Mary Jane se le hacía más fácil mirar sus ojos. A penas y lo conocía pero podía asegurar que jamás se cansaría de mirarlo.
—Bien, tu tío dijo que puedes quedarte a cenar — anunció el señor Johnson desde la sala. Su interrupción hizo que los chicos soltaran sus manos y Mary Jane corrió a buscar la jalea para los sándwiches —, siempre y cuando te cuidemos de no caer otra vez.
—Despreocúpese señor Johnson. Me quedaré aquí mirando a Jane.
—Excelente — dijo él colgando la llamada.
El señor Johnson abrió la nevera y al comprobar que todo era para un nivel de alta cocina, hizo una mueca y su lengua hizo un chasquido.
—Hija. Olvida eso. Pediré unas pizzas. Además tú madre viene de camino y se enfadará conmigo por tenerlos sin cenar.
—Así que comeremos algo nutritivo como pizza.
—Exactamente mi calabacita — dijo abrazándola para despeinarla.
—Papá.
—Ah sí. Cierto. No queremos que pases vergüenza frente a chicos. Sabes Will — decía mientras no dejaba de abrazarla y Mary Jane le empujaba para sacarlo de la cocina—, se ve adorable en las mañanas con su pijama de pingüinos rosas y celestes y las pantuflas de ositos — decía riéndose.
—Le diré a mamá que me estuviste molestado.
Su padre soltó una carcajada y por fin salió de ahí.
—Y tú, deja de reírte.
—Perdón — decía cubriendo su boca con las manos —. Es solo que lo he imaginado todo. ¿Lo de los pingüinos es verdad?
—Me gustan los pingüinos — admitió poniendo la tapa de jalea sobre la de mantequilla de maní.
Pero escuchar la risa de William le hizo sonreír hasta comenzar a reír.
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Editado: 01.01.2019