Lo que Diciembre se llevó.

Capítulo 7: Revelaciones.

La lluvia había creado un charco no muy lejos de donde ambos se balanceaban suavemente cada uno en su columpio sin mirarse.  

Mary Jane no entendía nada. Lo único que tenía claro era que todo se había terminado sin siquiera haber comenzado. Y repetir en su mente lo que William dijo solo la molestaba mucho más.  

Le pareció demasiado engreído como para atreverse a preguntar directamente si le gustaba.  

“¿Y para qué hizo eso? ¿Qué ganaría con ello? ¿Humillarse? ¿Hacerme sentir como una tonta por creer estar…enamorada de un…?” Ni siquiera podía insultarlo decentemente en sus pensamientos.  

Furiosa pateó una piedra que voló a unos pocos centímetros de ella. La fastidiosa lluvia solo le hacía aumentar su mal humor. Por suerte la mochila era impermeable pero no su ropa. Ahora la idea de caminar a casa con las ropas pesadas solo la hacían mantenerse en su sitio.  

“¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?” seguía interrogándose en busca de una respuesta que le aclarara la mente. Quería dejar de pensar en William, dejar de soñar con él. Por que, aunque no se lo había dicho a nadie más que a su pequeño diario rosa que guardaba en el cajón con llave, desde que lo conoció le veía en sueños. Y ahí, eran felices sin obras de teatro tontas, ni escuelas francesas ni mucho menos novias o chicos enamorados. Y saber que él había estado refiriéndose a alguien más cuando hablaba de sentimientos le estrujaba el corazón.  


—¿Qué tienes? — Escuchó que preguntaron a su lado.  

Enfadada por su interés siguió aplicando la ley del hielo aunque el evidente frío los rodeara. 


—Jane. ¿Estas bien?  

Jane. Le había llamado Jane. “Eso debe significar algo” alegó su corazón. Pero su mente refutó: “¡Eso no es nada! Él no te ve como lo ves tú. Para que hacerte ilusiones”.  

Asintió respondiendo a la razón y volvió a mecerse haciendo chillar las tuercas del juego.  


—Jane. 
—¡Estoy bien! ¡¿Es que no lo ves?! ¡Estoy de maravilla! Y no molestes.  
—Jane.  
—¿Qué?  
—Vamos a casa.  
—No quiero.  
—Vas a resfriarte. Bueno los dos. Vamos — dijo. Y se puso en pie esperando que ella se detuviera.  
—Vete.  
—¿Qué? 
—Que te vayas. Déjame sola.  
—¿Por qué? Ya oscureció y no deja de llover.  
—Quiero estar sola.  
—Entonces me quedaré contigo — afirmó regresando a su sitio.  
—¿Es que no escuchaste? Dije que quiero estar sola.  
—Te escuché. Pero no haré eso.  
—¿Y por qué? — espetó molesta ahora mirándolo.  
—Porque no te dejaré sola Jane. Eso hacen los amigos, no. Así que voy a quedarme.  


“Amigos. Amigos”. Se repetía una y otra vez. Esa palabra solo era un golpe más a la estaca que rompía su corazón.  


—Ey. ¿Qué tienes? — dijo alcanzando la cadena de su columpio para detenerla —. ¿Estás llorando? 
—No.  
—Jane sí he hecho algo…  
—¡Deja de llamarme así! ¡No tienes ningún derecho a hacerlo! 
—Creí que… 
—¡No! 
—Esta bien.  


Haberle gritado en lugar de decir la verdad la hizo sentir peor. Estaba arruinándolo todo. Si seguía así ni siquiera podrían seguir como amigos. Aunque lo cierto era que Mary Jane no sabía si podría soportar ser solo su amiga.  


—¿Por qué no te vas? 
—Te dije que me quedaría.  
—No tienes que hacerlo. Vete. La señora Bowman estará preocupada por qué no has llegado.  
—Sí. Bueno…, no tengo muchos ánimos de volver la verdad.  

Esa respuesta le hizo mirarlo. Una vez más su voz era teñida por una extraña y repentina tristeza. Y la lluvia goteando desde su cabello solo volvía más deprimente la escena.  


—¿Por qué no?  

Pero William tardó en responder, limpió sus ojos y luego de respirar profundamente habló:  

—Mi padre vendría hoy para hablar con mi madre y honestamente no quiero escuchar sus discusiones y aún más cuando el motivo soy yo.  


Un enorme pesar le aplastó. Si ya se sentía mal por el enfado, ahora se consideraba la peor persona del mundo. El chico estaba pasando por un momento difícil y ella hizo su día un total fiasco.  

Sería descortés mencionar que ya estaba enterada del divorcio así que siguió en silencio buscando algo más alentador que decir.  

—Mis padres se están divorciando — escuchó decir de pronto —. Por eso vinimos. Para darle tiempo a mi madre a sacar todas nuestras cosas y llevarlas a la nueva casa. Aunque yo volveré a Francia en la segunda semana de Enero.  


Un nudo en su garganta le impedía hablar. Era evidente que el chico sufría con todo ello aunque aparentara serenidad todo el tiempo.  


—Lo… lamento mucho Will. Ojalá pudiera hacer algo — dijo tocando su mano que descansaba en la cadena.  
—No importa. Qué más da. Deberíamos irnos — respondió poniéndose en pie.  


El cambio de actitud a la defensiva la desconcertó.  

La lluvia cesó casi de inmediato justo cuando se dispusieron a caminar. Esta vez solo le siguió en silencio.  

Al llegar al cruce donde se separarían, hicieron una pausa. Mary Jane se debatía entre solo despedirse como con cualquier amigo o decir algo que consolara de alguna forma a William. Pero debía ser sincera, no tenía idea de qué decir. Nunca había pasado por una situación como esa.  


—Nos veremos después — habló William rompiendo el silencio.  

Al buscar su rostro, él se encontraba mirándola, como si también quisiera decir más pero no hallaba cómo. O quizás, era lo contrario, esperaba a que ella fuera quien pronunciara palabras de aliento.  


—Supongo que sí — dijo ahora mirando la calle vacía asegurándose de que estuvieran solos bajo la farola. Lo único que su mente trajo a colación fue la pregunta desconcertante que le hizo hace más de un hora —. Y…, sobre lo que has preguntado… — Pero le escuchó emitir un ruido extraño, como si gruñera por bajo. Al parecer dijo exactamente lo que no quería oír. Y vaya que tenía razón. Una crisis familiar como la suya no era el mejor momento como para recibir confesiones. Además que debía recordar que seguía molesta con él por no decirle sobre esa novia francesa —. Sobre el vestuario. Te queda bien. No lo dije antes porque Ruth entonces se cree Calvin Klein o algo así.  


La confusión era evidente. Pero no. Ese no era el momento.  


—Si. Claro. Bueno… 
—Si. Adiós — dijo antes que algo más ocurriera.  

Giró sobre sus talones y avanzó un par de pasos sintiendo el viento gélido en su rostro.  


—¡Jane!  
Se detuvo al instante, pero a penas y si pudo moverse en su dirección cuando un par de brazos la rodearon apretándola con fuerza. De hecho la estaba asfixiando. Pero al abrazo terminó antes que pudiera siquiera quejarse.  

Vio a William alejarse a una velocidad increíble mientras ella seguía ahí pasmada.  


***  


Sabía que era tarde y que se marchó sin explicación alguna del ensayo. Seguramente sus primos ya habrán informado a su tía quien no le extrañaría que estuviera buscándolo por toda la ciudad junto a la policía. 

 
Respiró hondo antes tocar la perilla y abrir. El bullicio de la televisión era opacado por las voces de los adultos que discutían.  


—¡Gracias al cielo! — expresó su madre quien corrió a abrazarle — ¿Dónde estabas? ¿Qué te pasó? Estas empapado. Me tenías preocupada.  
—Acompañé a Jane a casa y la tormenta nos sorprendió en el camino.  
—Oh. Bien. De acuerdo, ve a darte una ducha. Te calentaré algo para cenar.  


Su tía le prometió una taza de chocolate caliente y saludó a su tío con un gesto.  

Según lo poco que logró escuchar, su madre se quejaba de nuevo por lo irrazonable que era su exmarido y lo desesperante de su situación al buscar un segundo empleo para poder mantenerlos.  

Desde el día en que llegaron como un par de refugiados de guerra, únicamente con un par de valijas y un montón de sentimientos encima luego de enterarse de la segunda vida paralela que su padre había mantenido oculta por casi quince años.  

Aún no podía creer cómo pudo ser capaz de tejer tantas mentiras y no ser descubierto. 
 
Sus tíos, insistían en que podían quedarse todo cuanto quisieran. Por su parte, él volvería al colegio, a Francia, alejado de toda aquella dura realidad. Pero dejar a su madre desamparada le provocaba un sentido de inutilidad y frustración mayor. No poder tener los medios para sacarla de ahí y ayudarle a olvidar el dolor de la traición.  

Al entrar en la sala se topó justamente con él. Ese hombre que en su momento era su héroe, ni Superman podía superar sus poderes y honestidad, su ídolo y su modelo a seguir. Ahora simplemente no soportaba verlo. Ya no valía nada.  


—Hola campeón.  

Su madre estaba en el otro extremo de la sala y su tío invitó a ese hombre a sentarse en el sofá.  
—Cariño, tu cena está lista — dijo su tía tomándolo del brazo.  

El rostro de enfado e indignación de su madre le hizo hervir la sangre. No entendía por qué él seguía llegando para “hablar y llegar a un acuerdo” como si no hubieran ya decidido un divorcio.  

Pero la sorpresa fue mayor al ver a la chica sentada a la mesa con una taza frente a ella.  


—Ten tesoro. Así, le haces compañía a Lucille mientras hablamos. Si quieren algo más estaré en la sala — dijo sonriéndole.  

Agradecía lo mucho que su tía se esforzaba en hacerlos sentir bien. Siempre buscando algo en que mantenerlos entretenidos y alimentados, incluso aunque no tuvieran apetito, en especial su madre quien adelgazaba con cada semana y tampoco dormía por las noches.  


—Gracias tía.  

La señora Bowman sonrió a su sobrino y a Lucille antes de dejarlos solos.  

Ahora ya no tenía hambre. No cuando esa persona a quién odias incluso desde antes de conocerla, estaba sentada frente a ti al otro lado de la mesa.  

Es cierto que ella no era la culpable pero, era el fruto de la mentira más grande que un hombre podía tener.  


—Te llamé para avisarte que vendría pero, supongo que no querías contestar — dijo ella con marcado acento francés.  
—Estaba dormido. ¿Recuerdas?  
—Oui. Siempre olvido los horarios. Mi madre te envía saludos.  


Su madre. Era la segunda persona a la que más odiaba en el mundo. ¿Cómo pudo ser capaz de vivir una vida junto a un hombre casado? Y más aún, con conocimiento de esa otra familia y conformarse con ello.  


—La verdad no me entusiasma que tu madre o tú tenga interés en saludarme o darme visitas de cortesía — soltó levantándose de la mesa.  


Salió por la puerta auxiliar de la cocina para llegar al patio trasero que conectaba con la cochera. ¿Por qué no podían entenderlo?  

Escuchó la puerta cerrarse de nuevo, le había seguido.  

—Frére.  
—¡No! No me llames así. No lo soy Lucille. ¿Es que no lo entiendes? — decía desesperado mirándola —. No soy tu hermano y tú nunca serás una hermana para mí. ¡Nunca! Eres…, eres todo lo que… ¿En serio no lo entiendes? — inquirió con lágrimas en los ojos—. Solo eres el resultado de mentiras, engaños, hipocresía y dolor que solo lastima a mi madre y a mí. Te odio Lucille. Así que métete esto en la cabeza. Jamás seremos hermanos y no me importa las veces que llames, escribas o si te mudas al mismo colegio. Eso no pasará.  


Al terminar, su cuerpo temblaba de furia y su respiración podía visualizarse como el humo debido al frío del exterior.  

Lucille seguía callada con las lágrimas recorriéndole el rostro y la barbilla temblorosa.  

Quizás le había lastimado, quizás fue demasiado tosco con ella, una niña de su misma edad que no era culpable de los pecados de sus padres, pero que recibió toda su frustración.  

Se dio media vuelta intentando ignorar el haberle hecho llorar pero entonces ella habló:  


—Él murió cuando yo tenía dos años — dijo. Se detuvo en seco sin saber por qué y escuchó —. Solo éramos mi madre mi hermano y yo. Pero Francis…, falleció cuando cumplí ocho.  


Interesado en lo que decía buscó verla a la cara.  

—Fue muy duro. Para las dos. Luego…, mamá conoció a William… y pues… Ya sabes qué ocurrió… Es verdad que ellos cometieron un error. No puedo pedirte perdón por sus errores pero, sí por mí Will. Perdóname por querer a tu padre como si fuera mío. Pero créeme que lo necesitaba.  Y… cuando me enteré de… Bueno…, lo único que pensé fue: en que por fin tendría a alguien a quien llamar hermano… de nuevo… Lo siento mucho. Me equivoqué — dijo sin poder contener más su llano y echó a correr al interior de la casa.  


Atónito ante la revelación de toda esa historia que desconocía, siguió afuera a pesar del frío.  
 




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