Lo que Diciembre se llevó.

Capítulo 8: La virgen Mary Jane.

Habían pasado dos días desde el incidente en el parque. Hoy era día de ensayo pero Mary Jane no estaba segura si William llegaría. Y así fue.  

Sin verse ni comunicarse era difícil saber de él pues Ruth se quedó esas noches pasadas en su casa.  

Pero el quedarse sin protagonista no era su único temor, Lily, quién sería Elizabeth, estaba enferma con fiebre así que no se presentó ni el chico que sería el esposo de esta. Y por si fuera poco, el día de ayer lo trillizos terminaron derramando un bote de pintura en su perfecto fondo recién pintado para una de las escenas mientras “ayudaban”. Ahora tendría que trabajar en otro.  

Pero su ayudante estrella, Max, quien insistió en que llegaría a su casa para trabajar en todo lo que montarían, no se presentaba nunca.  

Y que decir de Ruth, dese el día de las pruebas de vestuario, la tarde en que discutió con William, decía estar ocupada las tardes. Lo más extraño era que no decía a dónde se dirigía y qué hacía. Solo esperaba que no fuera a meterse en problemas.  

Con el ensayo cancelado, se dirigió directamente al garaje de su casa. Tenía mucho trabajo y poco tiempo. Sin importar nada, sacaría esa obra aunque ella misma tuviera que interpretar todos los papeles.  

Por un momento imaginó la situación y se paralizó. Todos esos ojos ahí, mirándola desde sus asientos esperando a que ella interpretara las palabras de un guion memorizado. Con la luz del reflector en su rostro, los nervios atacarían su estómago enfermándola.  

Estaría perdida y lo peor, debería pasar el resto de su vida encerrada por la vergüenza y el fracaso.  

Pero su imaginación caótica mostró luz al final del túnel. Una voz proveniente del cielo, llamándola. Ella se inclinó y volvió a ponerse en pie presentándose ante la señal divina.  


—Haré lo que me podáis Señor.  
—¿Jane? ¿Jane? — repetían.  


Al darse cuenta que se trataba de una voz del mundo real y no de la visión celestial que acababa de tener, se incorporó de prisa.  


—Will. Hola.  
—¿Estabas…?  
—Repasando un diálogo. No se sabe en qué momento un actor nos deje plantados y sin avisar.  
—Lo siento. Aunque, vengo del gimnasio, estaba cerrado.  
—Si. El ensayo se canceló. Muchos faltaron así que me vine a trabajar en eso. Y, ¿Seguirás siendo José?  
—Si tú quieres — dijo cabizbajo.  


Ella tampoco le estaba mirando. No después de lo último que ocurrió entre ellos. ¿Cómo ignorar lo que pasó?  

Es cierto que a penas y duró unos segundos y que no fue el momento más romántico de su vida pero, no podía ignorar lo mucho que atesoraba ese momento como el más especial de su corta existencia.  


—Sí —dijo tratando de ocultar su emoción por tenerlo cerca de nuevo.  
—Y… ¿Puedo ayudarte con eso?  


Asintió enérgicamente y comenzó a explicarle su idea.  

El resto de la tarde se fue de prisa. Hablar sobre la obra y las presentaciones que William había tenido anteriormente eran el mejor tema de conversación que un par de amigos podía tener. Hasta que de pronto, la mención de alguien fue suficiente como para ensombrecer el momento.  


—No tienes que hablar de tu papá, Will.  
Pero el tema de su padre, le recordó eso que llevaba tres días carcomiendo su interior. La misteriosa novia francesa que le llamaba por las madrugadas.  

Así para poder abordar el tema sutilmente, decidió decir:  

—Mejor cuéntame más del internado. No me imagino viviendo tan lejos de River Folk. Aunque sería bueno unos días de vacaciones lejos de mis hermanos — dijo sonriendo.  
—No es gran cosa — respondió encogiéndose de hombros —. Tampoco es Howars ni hay escobas voladoras — añadió sonriendo.  
—Ah, entiendo. No quieres contarme sobre tu novia.  
—¿Qué novia?  
—Tu novia. La que seguramente tienes en Francia. Debe ser muy bonita — opinó sintiendo repulsión por sus mismas palabras pues los celos comenzaban a asomar.  
—No hay novia Francesa, Jane. Créeme.  
—Permíteme dudarlo — dijo mirándolo. Esperando a que se dignara ha hacer lo mismo y comprobar que mentía con descaro.  
—¿Por qué? ¿Crees que te mentiría? — inquirió mirándola a los ojos.  

Pero su entereza y transparente mirada derrumbó cualquier duda.  

—No — respondió con sinceridad.  
—Gracias por creerme. No quiero que creas que soy un mentiroso compulsivo o algo así. Espero que esas cosas no se hereden — dijo ahora cambiando por completo de humor.  


De nuevo, algo le atormentaba y ella no tenía idea de qué era.  

Le gustaría saber qué es lo que le hacía ponerse así para ya no decir nada imprudente pero era probable que se pusiera peor.  


—Confió en ti.  
—Pero sospechas.  

“Otra vez” se reprochó así misma. ¿Cómo es que ese chico leía su mente? “Tal vez tiene poderes de síquico”.  

—Bueno…  
—Anda. Dímelo — exigió.  

Parecía enfadado. Ella siguió sumergiendo el pincel en el frasco con agua sin estar segura de si decirlo o no. De todas formas, de qué serviría expresarlo. Fuera cierto o no, las cosas no cambiarían ente ellos. Eso lo tenía claro. Él no sentía lo mismo.  


—Pues…, supe que… recibías llamadas de una chica francesa y… creí… que… pues…  
—¿Y por qué no me lo has preguntado a mí?  
—Temía que fuera cierto — respondió ahora tocando la punta de sus zapatos pues seguían en el suelo con las piernas cruzadas.  
—Jane. Dime algo.  

En seguida, alzó la vista y se concentró en sus ojos.  

—¿Te gusto?  

De nuevo esa pregunta. Esa sencilla pregunta que podía arruinarlo todo o ser el trampolín a un amor mágico.  

Pero todo lo que consiguió, fue que su estómago la hiciera correr con una mano puesta sobre su abdomen y la otra cubriendo su boca.  


***  


Seguía llorando en el piso del cuarto de baño luego de haber halado la cadena del retrete.  

Había sido lo más humillante de toda su vida. Jamás saldría de ahí.  


—Mary Jane, cielo. Sal de ahí. Tu padre necesita entrar.  
—¡No! ¡Jamás saldré!  
—¿Vas a pasar escondida en el baño?  
—¡Si!  
—M. Bien. Pero mejor usa el del sótano querida o mejor tu cuarto.  


¿Por qué su madre no entendía las cosas? Siempre restándole importancia a sus episodios de crisis.  

—Cariño, mejor sal y hablamos. Lo que te ocurrió no puede ser tan grave como para vivir en el baño. Te prepararé chocolate con malvaviscos.  
—¡Mary Jane! ¡Sal en este instante! — exigió su padre.  


Suspiró dramáticamente. Si. Era un tanto irrazonable estar encerrada llorando junto al excusado. Eso se hacía en la habitación sin que tuvieran que sacarte por una urgencia.  

Cepilló sus dientes minuciosamente dos veces y salió de su escondite.  


—Cariño ¿Qué pasó? — preguntó su madre estando los tres en la puerta.  
—Disculpen pero si gustan posponemos la charla para dentro de un minuto — dijo su padre.  

Ambas sonrieron cuando él cerró de un portazo.  

—Iré a cambiarme — anunció.  

Se sentía sucia con la ropa trabajo, polvosa y llena de pintura pero, al final optó por una ducha. Tal vez el agua se llevaba la vergüenza.  

Sin ánimos de vestirse, sacó del armario esa vieja pijama de pingüinos rosas y celestes tonos pastel. El color de fondo también era en un tono pastel de turquesa y las pantuflas de osos.  

Era el atuendo perfecto para pensar en lo miserable le que sería la vida de ahora en adelante. Era la primera vez en que le gustaba un chico de verdad y lo estropeó todo por culpa de los nervios. Había sido un milagro que no le vomitara encima.   


—Cielo. Tienes visitas — anunció su madre desde el otro lado de la puerta.  
—Ya voy — respondió desde la cama.  


¿Cómo soportaría verlo de nuevo a la cara? Sin mencionar que su reacción solo fue la confirmación de lo que deseaba ocultar.  

Arrastró los pies hasta la puerta pensando por qué Ruth no sólo había entrado como siempre, a menos que su madre ya le hubiera dicho lo ocurrido y la convenció de hacerle salir de la habitación.  

De ser así no le importaba que le viera en aquella pijama. De todas maneras no tenían secretos. Salvo el de su primo.  

Pero en medio de su sala esperaba William agradeciéndole a su madre por las galletas y el chocolate.  

Muerta de pánico intentó correr de regreso pero sus pies tropezaron con sus mismas pantuflas haciéndola caer.  


—Dios mío hija. ¿Estas bien?  
—Sí. Sí — dijo gateando por el pasillo hasta su habitación.  

“Estoy hecha un desastre” pensó mirándose.  

—Mary. ¿Qué haces en el suelo? — preguntó su padre a punto de chocar con ella.  
—Nada — respondió escabulléndose.  


Sin poder hacer mucho, cogió un pantalón y un suéter rojo y ató su cabello. La carrera la había hecho sudar y ahora sí rostro tenía brillos por todas partes. 
 
Trató de arreglarlo con polvo compacto pero solo consiguió empeorar. Ahora parecía que usaba una máscara.  

Corrió a lavar su rostro y cepillarse los dientes pero la pasta manchó el suéter.  

—Diablos. Mamá va a matarme — dijo al ver el recorrido blanco.  
—Mary Jane. Tu amigo te espera. ¿Qué estás haciendo?  
—Sí. Sí. Ya voy.  


Luego, unas voces provenientes de la sala llegaron hasta ella pero a pesar de pegar su oído a la puerta no logró escuchar con claridad.  

El toque de nudillos golpeó su tímpano haciéndola retroceder bruscamente.  


—Mary Jane. Ya se fue.  
—¿Se fue? — preguntó abriendo la puerta.  
—Pues claro. ¿Qué tanto hacías? Por todos los cielos Mary Jane. Esa mancha me costará quitarla y qué descortés de tu parte no recibir a tus amigos. Ahora cámbiate y ven a cenar.  

No solo fue lo segundo más vergonzoso que vivió ese día, era solo una cadena de desastres pues, aún faltaba verlo en el ensayo mañana. 
 
“Que vergüenza” pensó debajo de las sabanas esa noche.  


***  

—Ruth. Espera. Hazlo de nuevo.  
—¡¿De nuevo?! Llevamos una semana en la misma parte y es para el siguiente Viernes.  
—Sí pero, solo una vez. Solo trata de ponerle más… 
—¿Más qué? — espetó molesta.  


Y tenía razón. Repetir ocho veces en una tarde la misma escena era para desesperarse pero Mary Jane seguía sin estar conforme con la interpretación de Ruth.  

La sentía demasiado simple, le faltaba expresividad, ademanes y sentir a su personaje.  

—Solo trata de verte más…, ya sabes. ¿Cómo te sentirías si tuvieras que dar una noticia como esa a tu novio? Decirle que estás embarazada pero que no es de él.  
—¡No lo sé! Cómo esperas que sepa eso. Si no te gusta lo que hago, hazlo tú — farfulló bajando de la tarima.  


Peinó su flequillo cansada por el melodrama de Ruth pero debían entender que para tener una buena presentación era necesario que hubieran exigencias. Y ella no sabía manejar la presión.  

Ya que esa era la parte que más necesitaba ser trabajada, el resto ensayaba sus partes por separado.  

Pero Ruth tenía razón. Necesitaba una demostración. Quizás debió comenzar con eso desde que vio la deficiencia.  


—Intentaré hacer esto pero solo es un ejemplo Ruth. Tú tienes que buscar a tu personaje.  
—Como sea — dijo mirando su celular —. Solo date prisa. Ya casi es hora de irnos.  

El resto del elenco seguía en lo suyo así que dejó su libreta en el pupitre y se dirigió al escenario.  

Fue hasta que subió el primer escalón cuando entendió lo que hacía. Subir a un escenario y lo que era peor, tener que pararse al lado de William para interpretar la escena.  

Sus rodillas comenzaron a temblar y las piernas se volvieron gelatina al estar ahí arriba.  


—María — dijo él captando su atención mientras ella contemplaba su alrededor imaginando cómo se vería lleno de personas —. Has dicho que tienes algo importante que decirme.  

Era una línea de la escena, estaba dándole la entrada.  

—Sí — pronunció con timidez y aclaró su garganta —. Es…, es algo que no estoy segura de cómo expresarte, José.  
—Pues dilo sin miedo. Sabes que puedes decirme todo cuanto quieras. 


Su voz serena le ayudó a respirar. Hacía parecer como si la conversación era real y viajó hasta el primer siglo de la era moderna para convertirse en María, la joven prometida de José.  


—Es un asunto que nos compete a ambos pero, por ahora, solo me afecta a mí. 
—Explícate, por favor.  
—Verás. Antes de partir a visitar a mi prima, Elizabeth, Dios me dio una misión. Una que he aceptado con conocimiento de no merecerla pero son los designios del Señor.  
—¿Y, qué misión es esa?  
—Yo… He de suplicarle que confíes en mí. Jamás haría nada para manchar tu nombre o el de mi familia. Así que te suplico y me creas cuando te diga esto.  

William le miraba con sospecha y retrocedió un paso.  

De pronto comenzó a sentir la angustia de María. Cómo decirle al hombre que ama que, estaba embarazada y que él no era el padre.  


—Estoy en cinta.  
—¡¿Cómo es eso posible?!  

El tono de voz le sobresaltó y le vio caminar en círculos tocando su barba imaginaria.  

—Se lo que estás pensando pero te juro que no es así — decía siguiéndolo.  


La mirada acusadora de William le hizo retroceder. Si así fue como José veía a María cuando le soltó aquella noticia, no dudó de que ella se hubiera retractado de aceptar su misión.  

—María. ¿Estas diciéndome que estás en cinta cuando tú y yo aún no nos hemos casado y no hemos tenido ninguna intimidad?  

De pronto lo que implicaba aquellas palabras la pusieron nerviosa. Ella era tan virgen como la María a quien interpretaba.  


—Sí — respondió con temor a su reacción —. Pero es lo que el Señor quiere. Un ángel me ha hablado y asegurado que es un acto divino — decía rogando porque le mirara.  

William insistía en desviar su mirada y tocar su rostro con frustración. Parecía que realmente le preocupaba la noticia.   

—¿Acaso quieres que crea eso cuando has estado tres meses lejos de mi? — soltó enfadado.  
—Te juro que no he hecho nada para que mi honor sea manchado. Tú me conoces — dijo tocando su brazo.  


Pero él se soltó de su mano con facilidad y fue a sentarse en una banca de madera que era parte de la escenografía.  


—¿Sabes lo que eso significa? — preguntó él con sincera preocupación.  
—Eso no me preocupa si tú me crees — dijo sentándose a su lado.  

William seguía mirando sus manos y respiró profundamente antes de hablar.  

—¿Qué crees que dirán los demás de ti?  


Sus dulces ojos, como extrañaba ver sus ojos, transmitían todo aunque no pronunciara palabra. Era justo lo que necesitaba para seguir adelantó siendo María y Mary Jane a su lado.  

José… o William, tocó su mano manteniéndola entre las suyas. No sabía quién de los dos lo hacía, eso no estaba en el guion. Pero había sido tan natural que no incomodaba, al contrario, era un contacto cálido.  


—¿Qué sucede? — preguntó.  

Había olvidado su línea.  

—Solo… — comenzó obligándose a mirar su rostro y no sus manos unidas—, quiero que me creas pero no puedo obligarte. Tampoco a seguir atado a mi si no lo quieres.  
—No es ninguna atadura. Te lo aseguro.  


Le veía tan intensamente que temía que en cualquier momento le besaría. Pero entonces, alguien comenzó a aplaudir y a ese se unió el resto de la sala.  

Estar ahí junto a William fue el antídoto contra sus nervios.  

Por decisión unánime, Mary Jane sería la nueva María.  

 




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