Lo Que Dios Tiene Preparado Para Ti

VIII

Josh, se encontraba despierto con su novia al lado, recordó lo que pasó, fue un momento muy bueno para él, pero algo en su interior, algo le sonaba extraño, esto quizás por lo que aprendió de pequeño, pero en esos momentos sus pensamientos no eran claros. El joven empezaba a solo ver el momento, nada más. La joven en eso se despertó sonriéndole dándole un beso.

- Eres todo un niño bueno –dijo, Susana, con malicia.

- Sí, me criaron distinto –para él había sido su primera vez, pero no para Susana.

- Ya veo. Tranquilo yo te enseñaré –dijo la chica, en tanto volvía a besarle como al inicio, pero el joven vislumbró la hora.

- Susana, aguarda, ya son las siete, tengo que irme.

- Quédate, pasa hoy conmigo.

- No puedo, he estado saliendo mucho y hoy prometí que no regresaría tan noche.

- Quédate.

- No. Susi, lo que se promete hay que cumplirse.

El joven se vistió pronto, en tanto la chica lo reparaba con disgusto por dejarla. Una vez listo, intentó darle un beso de despedida, pero ella no se dejó.

- Anda, no dices que tienes que irte.

- Pastelito, no te enojes.

****

Kelling Hernán, se encontraba muerta en risas conversaba con Alexander, de un incidente que habían pasado, habían llegado corriendo a su casa y cuando pasaban el umbral de la puerta, Alex, se resbaló llevándose consigo al suelo a su hermana. Benjamín, les visualizaba el cual al instante de la caída estalló en carcajadas. Aun inicio ellos se enojaron, pero al incorporarse no se aguantaron y ellos empezaron a reír. Por lo que el trio de hermanos estaba en carcajadas vivas. En eso, Lorena, aparece con rostro serio, poniendo silencio.

- Silencio –dijo esta– Manuel, está durmiendo.

Por lo que los jóvenes ahogaron la risa, luego cada cual se replegó, Kelling, se puso plan tareas, en tanto, Alex, se iba a su trabajo, el chico había decidido dejar sus estudios para poder trabajar y ayudar a su familia. Trataba de no juzgar a su padre, pero entendía que debía hacer algo por su familia.

- Otra vez –dijo su madre por la hora.

- Si madre, pero no me tardo, solo tengo que ir a sembrar una plata y regreso, es que debe de ser en estas horas

Lorena, asintió, en eso el joven salió de su hogar rumbo a su labor, el chico había conseguido trabajo de jardinero en una de esas casas de gente cómoda, no era la gran cosa quizás, pero le permitía darle una mano de ayuda a su familia.

****

Sin dilatación noviembre llegó y se adentró, sin casi percatarse estaban a mediados del mes, John, reapareció y las pláticas extensas, vía celular y presencial se reanudaron. Celeste, cada vez que lo veía sentía las famosas mariposas en el estómago, junto con el corazón que se le aceleraba, pero como la mayoría de las mujeres, sabía cómo disimularlo, para que el joven no se percatase.

Una noche tras haber hablado durante cuatro horas vía chat, John, se tendió en su cama boca arriba, pensaba en Celeste y en sus sentimientos por ella, empezaba a pensar que ya era el momento de buscar la forma de confesárselo a la chica, pero le asustaba, el solo hecho de pensarlo, el corazón se le ponía a mil y sudaba helado. A su mente llegaban mil ideas, de cómo hacerlo, no quería parecer patético ante la chica de sus desvelos; otra cosa que lo aterraba y si ella lo rechazara. Al pensar en ello el muchacho puso sus manos tapándose el rostro.

- No seas pendejo –se dijo así mismo– ahora vas a estar de cobarde. Ya es tiempo, llevamos ya bastante tiempo hablando, tengo que hacerlo, pero la pregunta es ¿Cómo haré eso?

Tras esto el joven se revolvió en su cama. Qué difícil eran las cosas del corazón, los distintos miedos por los que se atraviesan para cosas que para algunos suenan simples, y quizás con palabras sencillas se arreglen esos dilemas y una vez ocurrido se dé cuenta que no era tan complicado como al inicio se pensaba. Después de una hora de meditar el cómo y dónde el sueño lo venció.

 

Estaba en la sala de la casa de Celeste, platicaban como siempre, a ella la miraba tan bonita con un vestido blanco ajustado, lo raro es que ella para estar en su casa nunca se vestía así –se habrá puesto bonita para recibirme–pensó John contento. Conversaron durante un largo tiempo, después no supo ni cómo, pero se vio sentado junto a la joven sosteniendo una de sus manos.

Al levantar el rostro pudo apreciar la cara de la muchacha, con los ojos que le brillaban de felicidad, por lo que, John, pensó que ese era el momento oportuno.




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