Lo Que Dios Tiene Preparado Para Ti

XXII

Kelling Gadea revisaba sus cuadernos cerciorándose que las tareas estuviesen hechas, acomodó con cuidado todos sus útiles en la mochila, luego con sumo cuidado la puso sobre una silla; a pesar que fuesen las nueve de la mañana era mejor dejar todo listo de temprano, pues ya era sábado y al día siguiente habría clases.

Luego salió para ponerse a lavar ropa, antes se acomodó el celular en uno de los bolsillos, pasó los auriculares por el interior de la camiseta holgada que vestía para escuchar música, esa que solo ella disfrutaba, oía con calma canciones de la Oreja de Bango, pues hacía varios meses que no escuchaba nada de música cristiana, aunque al escuchar a sus padres le daba una nostalgia de esos tiempos. Sin embargo, la joven seguía enojada, consigo misma, con su padre y con cosas que quizás no tuviesen ningún sentido, pero a causa de eso, sentía como su vida se iba tornando gris y con el tiempo más oscura, pues sus momentos de felicidad y tranquilidad se le escurría como agua en la palma de las manos.

Cuando estaba acomodando la ropa y apartando la que debía plancharse tarareaba una de las canciones de José Luis Perales, lo hacía con bastante calma, cuando su padre habló con estruendosa voz, lo suficiente para que ella lo escuchase a pesar de estar usando auriculares.

- Oí a esa tu hija, tarareando eso, no hace nada productivo y tarareando en casa eso mundano.

Kelling asomó la cabeza indignada.

- Es asunto mío, ¿no lo cree? –dijo molesta.

- Oí está mal educada –bufó el Estéfano– a mí no me hables así, y en mi casa no quiero oír esa clase de melodía no tarareado.

- Sí, se llena la boca diciendo eso, al menos yo demuestro lo que soy, no me disfrazo de oveja ocultando las garras de lobo.

Estéfano se llenó de rabia, se encaminó hasta su hija y con un rápido movimiento le asestó una cachetada potente en la mejilla derecha. Lo que le provocó a la chica un ardor entero que inmediatamente empezó a hinchársele, no pudo evitar que las lágrimas le salieran recorriéndole las mejillas.

- Qué sea la última vez que me hablas así, o ya verás.

El señor se alejó furioso y Kelling se acurrucó en su cama en un mar de lágrimas, pensó que, sí había sido irrespetuosa con su actitud, pero, también pensó que su padre siempre era muy violento, pues siempre era así tan drástico. Eternamente recordó a su progenitor con temor.

****

Celeste regresaba de lo más cansada a su casa, el reloj marcaba las una con cuarenta de la tarde, sabía que en cualquier momento llegaría, John como un león hambriento. Se metió al cuarto donde se sacó los zapatos, toda la ropa, se puso en licra una camiseta que le llegaba a medio muslo y en chinela.

Se fue a la cocina y de lejos vio a su madre lavando en el lavadero, Celeste soltó un suspiro para empezar a preparar el arroz. A las dos y diez, John apareció, Maradiaga para entonces tenía ya el arroz en su etapa de cocción y un bistec a media preparación, mientras que tranquilamente sacaba tajadas de plátanos para ponerlas a freír.

- Uy amor –soltó John– que rico huele.

- Aun hace falta sí –le dijo su mujer.

- ¿Bastante?

- No.

- Me voy a cambiar.

La joven se limitó a asentir siguiendo concentrada en lo suyo, sabía que debía apurarse, pues conocía a la perfección que cuando su marido estaba con hambre se ponía insoportable, además con lo cansada que se sentía no estaba en ánimos de aguantárselo.

Después de unos minutos ya estaban comiendo, Azucena hablaba de lo ajetreado que estuvo su trabajo, pero de la nada se quedó en silencio, por lo que, Celeste aprovechó.

- John, acuérdate de hacer la investigación que nos dejaron en contabilidad 1.

- Lo de los PCGA.

- Sí.

- Hazme el parche Cele.

- Vos si estás loco. Yo vengo mega cansada, ese es tu deber papito, yo ya hice la mía a mitad de semana para aprovechar este medio día, así que el muy haragán hágala usted.

- Qué barbaridad. Ya la escuchó doña Azucena, no me ayuda, digo yo ¿dónde está la ayuda idónea?

- Eso es precisamente, John –dijo su suegra– ayuda idónea y nada tiene que ver con tu deber de hacerte la tarea.

- Pues sí, acaso me crees tú esclava.

- Más o menos –masculló el por lo bajo.

- ¿Qué dijiste?

- Que ya voy a ir hacer mi tarea yo solito.

****

La tarde arribaba sin ningún contratiempo, Josh iba en el auto bus directo a su hogar, eran las seis y media de la tarde, sabía que, René lo iría a buscar a las siete y media con todos sus amigos. Cuando llegó a penas se tomó un jugo junto a una tostada, para luego irse a dar una ducha y prepararse para la gira.

En la hora acordada escuchó el famoso llamado “Buenas”, oyó desde su cuarto a su mamá que atendía y los hacía pasar a la sala, pronto salió.

- Ya estoy listo –dijo.

- Bueno, vámonos –refirió, para añadir– regresamos a eso de las doce.




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