Lo Que Dios Tiene Preparado Para Ti

XXIV

La tarde llegó sin contratiempos, Celeste hacía la fila para marcar salida, ese día no haría horas extras, se sentía exhausta y todavía pensaba en la extensa tarea de la universidad que debía hacer, era la primera vez que le hablaban del catálogo de cuentas y era trabajo acordarse de la enorme extensión de cuentas, la pobre muchacha se agarraba la cabeza, recordando las palabras de la profesora –recuerden que esto solo es una especia de muestra, pues según del giro del negocio existen diversas cuentas, hay tantas que no se las podría decir todas, pero sí las básicas, esas que sirven de referencia y que la experiencia y el conociendo que se obtienen en el recorrido le servirá para interpretar– su cabeza se hizo un colocho al recordar –activos corrientes, que antes eran activos circulantes, activos no corrientes, antes se diversificaban en activos fijos, diferidos y…– la joven se pasó una mano por la cara –¿en qué parte del cerebro me van alcanzar tantas cuentas? Dios mío ayúdame– se decía mentalmente.

Llegó marcó su hora de salida y empezó a encaminarse a la salida, a lo lejos se miraba la extensa fila de buses que hacían recorridos a los diferentes rincones de donde llegaban los trabajadores –bendito Dios que soy de Managua– caviló, se subió a uno de los transportes y en quince minutos estaba descendiendo y esto era porque el trafico estaba pesado, se bajó y se desplazó hasta su casa, saludó su casa y recibió la cálida bienvenida de su sobrino, ese que una descarada familiar lo dejara sin protección alguna y que ella se había hecho cargo.

- ¿John aún no ha venido? –le preguntó al pequeño, el cual negó– ¿Tienes hambre ya? Ya voy hacer la cena.

- Voy a seguir jugando.

- Está bien, pero no te ensucies ni te agites mucho, ya es tarde.

El pequeño asintió y se fue a jugar con unos carritos, Celeste soltó un suspiro yendo a la cocina para ponerse a cocinar, echando aceite a la olla estaba cuando vio aparecer a su marido, con un semblante fatal. Aquella expresión era suficiente para saber que, él no había tenido un buen día, ella lo analizó en tanto, él avanzaba por la sala y se derrumbaba en una silla, apoyando sus codos en sus rodillas y con la cabella cacha.

Celeste se apresuró en dejar caer unas rodajas de cebolla, ni siquiera esperó a que se doraran, dejó caer el arroz, lo movió y fue hacia su compañero, no le gustaba nada verlo así, necesitaba ayudarlo.

- ¿Qué paso? –susurró Maradiaga.

- Discutí con mi jefa –soltó elevando su vista hasta Celeste.

- Motivo.

- Me estaba reclamando por algo que yo no tenía nada que ver y…

- Ven sígueme a la cocina, estoy preparando el arroz.

Ella se volvió, el tomó la silla y siguió a su mujer hasta el lugar indicado, se volvió acomodar, mientras observaba como con agilidad movía el arroz, luego se volvía a él para escucharle. En ese momento John se sintió agradecido por esa compañera que le había sido otorgada, esa que, a pesar de sus rabietas de sus malas costumbres, se preocupaba y cuidaba de él, pues, tenerla de frente, sus ojos le revelaban la preocupación de ella por él. No había nada más gratificante para él que ella.

- Fue por una estúpida mercadería que llegó, la recibió, Ricardo y tu ya sabes es su sobrinito y el pendejo ni trabajar puede, porque la dejó mal ubicada, y se puso a tratarme horrible a mí, tu sabes como soy, que soy gasolina y ella fosforo.

Maradiaga no pudo evitar sonreír ante la comparación, pero si, era injusto que lo quisiesen culpar por el error de otro, solo porque el otro es familia, pero también estaba al tanto de las injusticias con las que se incurren día a día. Soltó un suspiro, para luego volverse para atender lo que cocinaba.

- ¿Qué piensas hacer?

- ¿Cómo?

- Sí, John… ¿piensas dejarlo?

- No lo sé, no me banco que esa vieja desgraciada me quiera agarrar como su hijo, aunque soy consciente que yo no soy de dejarme, pero… necesito del empleo, no está nada fácil conseguir pegue (trabajo).

Ella lo sabía también, por eso ambos estudiaban, querían crearse mejores perspectivas, algo que le agregase un plus y le ayudara.

- No me gusta saber que te trate mal, pero… –largó más aire contenido– también entiendo tu otro punto. Tú conoces tus limites, no dejes que te humillen, cualquier decisión que tomes te apoyo.

- Lo sé, amor.

****

Martha estaba con su guitarra haciéndolo cada vez mejor, se emocionaba como nadie al ver su avance, estaba que sonreía sin contener su felicidad, rascaba su guitarra sin necesidad de la uña metálica, estaba a la salida de su casa, sus hermanos y Josefina habían salido, cuando volvió no encontró a nadie, solo una nota que decía: “Ten lista la cena, volvemos a las ocho”, ya estaba desde hace media hora, solo los esperaba en la salida de su residencia, observando a los autos pasar por la calle y las personas que regresaban de sus labores.

De la nada una nostalgia invadió a Furtado, tenía mucho de no ver y hablarse con sus viejos amigos, era increíble como se había distanciado de ellos, por los otros que solo le deparaban cosas malas, porque debió de admitir que, aunque ellos eran bastante loquitos y traviesos, nunca habían excedido los límites, salvo la paseada de trasnochar la vez de los juegos mecánicos, esa había sido la peor azaña, pero cero vicios. Pensando en ello estaba cuando de la nada visualizó a Felipe, regresaba con su uniforme estudiantil, pues se había cambiado de colegio, a uno en el centro de la ciudad, caminaba apurado, pues ya era bastante tarde.




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