Cafetería “El Punto Agridulce”
Todos tenemos expectativas. Tantas que, si bien en su mayoría pueden ser buenas, algunas veces pueden transformarse ideales tan malos que de alguna una forma terminamos encerrándonos en ellos, como si fuera lo que verdaderamente nos define.
Aunque a veces no sea así, y Eric no era la excepción a ellos.
Desde su adolescencia, estaba envuelto en esos estereotipos, en específico, los malos con los que todos los juzgaban. Especialmente en el aspecto amoroso.
Por un tiempo intentó demostrar lo contrario, cuando sintió la curiosidad de experimentarlo en esa etapa. Sin embargo, nadie quiso conocerlo bien en ese aspecto. Todos se basaban más en lo que habían escuchado para hablar a sus espaldas, asegurando que solo usaba a las mujeres para llenar ese vacío que su madre (tan presente como ausente) le había dejado. Por esa razón, siempre decían que iba tras cualquier mujer que le diera una oportunidad: ya fueran las de su edad, uno o dos años mayor… o algunas que ya estaban en la edad de llamarlas señoras.
Nunca supo cuando empezó, pero tampoco pudo escapar. Solamente se dejó atrapar.
En época, la mayoría de su entorno creía esa versión porque conocían el pasado de su madre y sostenían que repetiría la misma historia.
Lo cual no fue así. Al menos, no al principio.
Pero gracias a esos rumores, Eric no pudo soportarlo más y, para sobrellevar toda esa pena que cargaba, se encerró en ese concepto de que era “difícil de amar” y que nadie lo vería como alguien digno de ser querido. Odiaba que lo retrataran así; por lo tanto, no encontró una mejor idea que seguir ese rumor. O adaptarlo en beneficio propio.
Fue así como, sin pensarlo tanto, se puso a coquetear y acostarse con cualquier chica para que lo definieran de otra manera.
Y, con eso, se creó su reputación de mujeriego. Una reputación de la que muchos (sobre todo los que lo envidiaban) decían que, si no fuera por su buen físico y sus palabras encantadoras, no sería nada.
Al final tuvieron razón y terminó igual que su madre estando con cualquiera.
Reconocerlo a veces dolían, pero, al menos, la gente mostraba interés en él.
Sin embargo, no era un sabor tan grato. Al contrario, lo describiría más bien como uno muy amargo que definiría bastante bien su vida adulta.
Y, estando donde estaba ahora, justo después de esa extraña noche que acababa de vivir, Eric Zachary necesitaba un caramelo macchiato para olvidar que estuvo involucrado en la orgía más incómoda de su vida. Estaba impresionado de que pudo ser capaz de satisfacer a esas seis mujeres que solo querían estar con él.
Fue un encuentro realmente extraño considerando que él era el único hombre. Aun así, no pudo evitar sorprenderse tras recordar que todas esas damas insaciables parecían tener un solo objetivo: complacerlo a él.
Al parecer, ellas habían oído demasiado rumores muy confusos del estereotipo que era: un galán desalmado que te tratará con encanto. Uno el cual que daría el privilegio a cualquiera de darle una noche más si tiene la suerte de hacerlo mejor. Pero él nunca ha hecho eso, ni le interesaba tener ese tipo de compromisos si nunca se ha centrado en la misma mujer, porque, para él, todas eran iguales.
Siempre iban por lo mismo sin ser muy originales y, desde hace ya bastante tiempo eso era tan rutinario: un acercamiento casual, charla, halagos, seducción, intimidad… Nada que otra persona no pudiese hacer, mas todas tenían una cierta preferencia con él gracias a su físico con las atraía como moscas a la miel de los cuales también sacaba ventajas con la ayuda de sus buenas habilidades coquetas para engatusar a cualquiera.
Eric tenía muchas veces la culpa de ser así porque se había dejado llevar tanto por las palabras de otros que las usó como una manera de llenar ese vacío.
Aunque, la sensación, como muchas otras veces, con la que se quedó al terminar no le hizo sentir satisfecho. Al contrario, cuando recordó que estuvo en medio de todo ese alocado encuentro, fingiendo todos sus orgasmos, lo que tuvo al final fue un sentimiento de vacío. No importaba con cuantas mujeres estuviera, siempre era el mismo sentimiento.
Uno que lo tenía agotado.
Uno que lo hacía sentir mal.
Uno que quería poder cambiar, pero estando rodeado de tantos estándares, ya había perdido la esperanza de encontrar a una que lo hiciera sentir esa chispa.
—Mi vida es todo un desastre —se dijo a sí mismo, mientras le daba un sorbo a su café.
Cerró los ojos en esos momentos para ignorar sus pensamientos y disfrutar mejor esa cálida bebida con su dulce sabor cuando escuchó como la puerta del local se abría. El sonido delataba que se trataba de otro cliente con prisas porque sus pasos un tanto apresurados caminando hacia el mostrador lo delataban.
—Buenos días, Tasha —saludó una voz melodiosa. Era la primera vez que la escuchaba.
Le causó curiosidad saber quién podía ser, así que decidió averiguarlo. Y, como lo supuso era una mujer que, si bien la hubiese ignorado y dejado para otro momento con tal de descansar de la alocada noche que había tenido, no pudo evitar sentirse cautivado. Era la primera vez que la veía, y había algo singular en ella que lo atrapó al instante.
Se quedó absorto en su belleza exótica de una forma que no pudo evitar detallarla: una corta, pero abundante cabellera pelirrojo en un tono claro; unos ojos grandes y brillantes, de un verde que irradiaban ingenuidad a simple vista; labios finos y tenía la tez blanca, casi como si de porcelana bien cuidada, con una “imperfección” que tenía por encima de sus mejillas: unas pecas que iban a juego como si fuera un mapa de constelaciones.
A simple vista (de tanto que la se había quedado viéndola) se notaba que Eric estaba muy interesado en ella.
—Buenos días, Emi. ¿Lo de siempre? —le preguntó la cajera.