*Emilia*
Estaba perdida en algún lugar desconocido, rodeada de árboles de diferentes tamaños, un frío helado acariciaba mi piel, causando que la misma se erizara con su leve roce. El sitio estaba desolado, la luna estaba en su punto más alto, iluminando mi campo visual, era capaz de percibir cada uno de los espacios que me rodeaban. Sin embargo, había algo que de cierta forma me perturbaba, a pesar de ser luna llena y que en su inmensidad era capaz de iluminar todo a su paso, en aquel bosque había un tramo donde la luz no era capaz de entrar, la niebla se había apoderado de aquel oscuro rincón.
A pesar de lo perturbada que me sentía por ello, un tipo de energía me atraía hacia ahí, pero tenía la sensación que dentro de la penumbra se encontraba algo que con detenimiento me observaba, por lo que era incapaz de acercarme.
De forma inesperada, las nubes se esparcieron como plaga sobre el manto azul donde las estrellas parecían pequeños diamantes incrustados, cubriendo la luz que la luna regalaba, la oscuridad se estaba apoderando de aquel sitio y mis piernas no reaccionaban ante mis intentos por moverme en alguna dirección en busca de refugio.
Una voz en mi interior me repetía con insistencia y desesperación «No te quedes sola» «Que no te atrape la oscuridad» No tenía sentido, ya estaba sola ¿no? Mis piernas seguían sin funcionar, no sabía qué hacer, ni a dónde ir. Comencé a visualizar todos los lugares a los que podrí correr, fuera norte o sur, sólo habían árboles; a mis costados, árboles, más árboles, las nubes negras estaban por cubrir en su totalidad la luna.
La sensación de ser observada me aterraba más, sabía que aquello estaba más cerca de mí, ahora que la oscuridad estaba reinando en el lugar, eso tenía la opción de acercarse más a mí. Di uno, dos, hasta tres tirones a mis piernas, pero no se movían, estaba asustada. Entonces, vi algo relucir con la poca luz que aún llegaba a mí, en mi muñeca se encontraba el brazalete de plata que Carlos solía llevar, papá me lo había entregado cuando estábamos en su sepelio.
Esperanzada a que de alguna manera, aquella pesadilla acabara, elevé mi mano hasta el pecho, acariciando con los dedos de la otra, el dije con el que contaba el brazalete. Se trataba de un lobo, Carlos siempre había sido aficionado y amante de los lobos, tanto que había soñado en algún momento poder tener uno. Las lágrimas comenzaron a brotar por mis mejillas, había perdido toda pizca de esperanza y me estaba rindiendo, no halaba mis piernas.
La oscuridad reinó en el lugar, cientos de ideas vinieron a mi mente, pero fueron evaporadas cuando algo rozó mi brazo, una y otra vez en ambos brazos. Era algo tan ligero como el viento, pero sí podía sentir el contacto de algo que ¿existía? Hasta entonces había mantenido los ojos cerrados, sin intención de abrirlos, pero ante el toque me fue inevitable no hacerlo.
Comencé a acostumbrarme a la penumbra, no se veía nada más que una niebla pesada, que avanzaba lentamente en mi dirección, por todos lados, parecía que estuviera en un cubo que había permitido siguiera fuera de ella, pero esta seguía aproximándose, sin detenerse.
Al aclararse mi campo visual, los vi, no sabía de qué se trataba, eran decenas de pequeñas y escurridizas sombras, sin forma exacta, unas flotaban, otras se arrastraban sobre el suelo, ¿qué diablos era eso? Entonces, nuevamente sentí el toque de algo sobre mis brazos, y pude ver que se trataba de esos seres a los que yo no les encontraba forma alguna.
La niebla seguía acercándose, quizás dos metros eran los que faltaban para que pudiera atraparme, mis piernas inservibles no ayudaban, y aún si lo hicieran ¿a dónde iría? Estaba atrapada, no hice más que acomodarme en el sitio, logrando que mis piernas cedieran para colocarme de cuclillas, -vaya estupidez- no podía huír, pero si entregarme al vacío, a la nada, a lo desconocido.
Tal como se decía que el mar se partió en dos, permitiéndoles pasar en medio del agua, así se dividió aquella neblina, deteniendo su paso poco antes de tocarme. El camino que se abrió era oscuro, más que todo lo que me había rodeado anteriormente, el silencio era sepulcral, de manera que pude escuchar unos pasos sobre el llano.
Una luz cegadora inundó el lugar, en menos de lo que dura un parpadeo, la oscuridad se había desvanecido por completo, mis ojos estaban sensibles ante la iluminación que ahora había, los pequeños seres que se arrastraban, habían desaparecido, la sensacion de ser observada seguía ahí. Temía voltear hacia la dirección de donde creía venía la mirada, sin embargo, con timidez y miedo, lo hice.
Mis piernas cedieron tan fácilmente que de inmeditado me puse de pie, ahí estaba, era él. Cuánto tiempo había pasado desde la última vez, ¿cinco meses? ¿Tan pronto pasó el tiempo? Claro, pero en aquella ocasión, no estaba de pie, sino postrado en una cama de nuestta antigua casa.
- ¡Carlos! -exclamé con emoción, tristeza y lágrimas en mi rostro-
Él no se movió de su sitio, sólo me regaló una limpia, pura y tímida sonrisa, nada característico de él, siempre era arrogante, egocéntrico y nada sonriente. Caminé aproximándome a él, pero su pequeña sonrisa se desvaneció, la tristeza se apoderó de su semblante.
- Detente -dijo quedo.
- ¿Por qué? Te extraño Charlie -dije sorprendida ante su actitud, nunca fuimos cercanos, ni cariñosos, pero me dolía su distancia-
- También te extraño Lia, -solía decirme Lia, no Emi, como todos lo hacían-, pero no puedes acercarte.
- Quiero abrazarte, mamá me ha abandonado.
- Siempre nos abandonó, Lia -ahora estaba serio
- Y papá, él -dije sollozando.
- Está solo, igual que tú, igual que yo.