Desde la gran ventana del salón, Noelí observaba el parque al otro lado de la calle, bañado por la luz suave de una tarde de otoño. Las hojas caían lentamente de los árboles, mecidas por una brisa ligera, y el paisaje parecía una pintura inacabada. Los niños corrían despreocupados entre los juegos, y las parejas caminaban de la mano, riendo, hablando.
Al verlos, Noelí sintió una punzada de nostalgia por los días en que ella también se sentía libre, despreocupada y feliz, como si el mundo le perteneciera. Desde el nacimiento del bebé, su vida había cambiado. Lo que debería haber sido un período de alegría y unión con su esposo, se convirtió en el inicio de un distanciamiento cada vez más profundo. Él comenzó a dedicar más tiempo al trabajo, excusándose con la necesidad de hacer crecer su negocio para asegurarles un buen futuro. Pero para Noelí, su justificación no era más que una pantalla que escondía una verdad dolorosa: él ya no quería estar allí.
Un ruido suave la sacó de sus pensamientos.
—¿Le ayudo con algo, señora Noelí? —preguntó Cora, el ama de llaves, con un tono amable pero reservado, consciente de que había interrumpido algo íntimo.
Noelí parpadeó, regresando a la realidad. Miró a Cora y le ofreció una sonrisa educada.
—No, gracias. Solo estaba… pensando.
Cora asintió con una leve inclinación de cabeza y salió de la habitación en silencio, dejando a Noelí nuevamente sola con sus pensamientos.
A su alrededor, la casa estaba ordenada y perfecta, un reflejo de la vida que se había esforzado en construir. Todo estaba en su lugar: los muebles elegantes, las paredes impecablemente decoradas, los detalles que había escogido con cariño cuando se mudaron allí. Sin embargo, esa perfección solo parecía profundizar el vacío que la carcomía por dentro.
Esa mañana, antes de irse, su esposo se había despedido con la misma frialdad rutinaria de siempre. Dueño de una exitosa cadena de restaurantes, él pasaba más tiempo fuera de casa que en ella, viajando constantemente para supervisar sus negocios, siempre ocupado, siempre con algo más importante que atender.
—Vuelvo en un par de días —dijo Martín mientras recogía su maleta junto a la puerta—. Cuida bien de nuestro pequeño.
Noelí asintió de forma automática.
—Lo haré, cuídate también.
Pero sabía que sus palabras eran una formalidad sin alma, una costumbre que habían adoptado cuando las palabras de amor se volvieron distantes y las promesas de felicidad comenzaron a desdibujarse.
Lo que más le dolía a Noelí era que desde el nacimiento de su hijo, en lugar de acercarlos, algo parecía haberse roto entre ellos.
Por un momento recordó cuando él le enviaba mensajes durante sus viajes solo para decirle cuánto la extrañaba, o cuando la llamaba a medianoche para escuchar su voz antes de dormir. También los primeros días en aquella casa, cómo reían al ver el lugar vacío, prometiéndose llenarlo de recuerdos, de amor, de vida. Pero esos días parecían haberse desvanecido.
Cora volvió a entrar con un bebé en brazos que dormía plácidamente.
La simple imagen de Tomás, tan vulnerable y perfecto, fue suficiente para que el corazón de Noelí se suavizara. Cora se lo entregó con ternura y salió nuevamente, dejando a ambos en el silencio de la casa.
Para el bebé el mundo era seguro y acogedor, un lugar donde los brazos de su madre le brindaban toda la paz que necesitaba. Pero para Noelí, esos mismos brazos comenzaban a flaquear, cansados de sostener una vida que ya no le pertenecía del todo.
Afortunadamente, tenía su trabajo en la escuela local. Enseñar artes plásticas le daba un respiro, aunque solo fuera por unas horas al día. Era una tarea que la mantenía ocupada y le permitía escapar de su hogar, pero no lograba llenar el vacío que sentía en el fondo de su corazón. Cada día, sentía que sus sueños, sus deseos, se desvanecían un poco más, atrapados en una rutina que le era cada vez más ajena..
Un ligero movimiento en su regazo la hizo bajar la vista hacia su hijo, quien había abierto los ojos y la miraba con una expresión de inocencia absoluta. Noelí le sonrió, sintiendo cómo el amor por él llenaba el vacío en su pecho.
—Eres mi vida, mi todo —murmuró Noelí, besando su pequeña cabeza.
Por un momento, Noelí sintió una chispa de rebeldía, una pequeña necesidad de cambiar su vida, de recuperar a la mujer que alguna vez había sido. Sin embargo, a los pocos segundos se apagó rápidamente cuando pensó en el juicio de los demás, en las miradas y los susurros si alguna vez se atreviera a buscar un cambio. ¿Qué diría la gente si la vieran deseando una vida diferente? Además, ¿y si todo esto era solo pasajero? Tal vez, si aguantaba un poco más las cosas mejorarían. Tal vez su esposo volvería a mirarla con los mismos ojos de antaño, aquellos que le prometían amor eterno.
Mientras el sol se ponía en el horizonte, Noelí sintió cómo la rutina de su vida volvía a envolverla, fría e implacable, como una prisión de la que no encontraba salida.