Noelí sentía cómo sus nervios aumentaban a medida que caminaba por los pasillos de la institución. Desde que había recibido la invitación para la entrevista, la idea de que el director fuera Sebastian, su compañero de escuela, no la había abandonado, y ahora, frente a la oficina, el nerviosismo le aceleraba el pulso. Antes de llamar suavemente a la puerta, respiró profundo.
—Adelante —respondió una voz firme desde el otro lado.
Al abrir la puerta, Noelí se detuvo, como si su cuerpo y mente necesitaran un segundo más para asimilar la escena. Era él. Aunque los años habían dejado huella en sus rasgos, no había duda.
El hombre frente a ella llevaba consigo la misma serenidad que recordaba de la secundaria, pero ahora parecía envuelta en una madurez que lo hacía aún más imponente. Su cabello, ligeramente despeinado pero cuidado, reflejaba un sutil juego de luces doradas, mientras que su mandíbula firme daba testimonio de los años que habían pasado, forjándolo en algo más seguro. Sin embargo, lo que más capturó a Noelí fueron sus ojos. Oscuros y profundos, como si cada mirada estuviera cargada de pensamientos y emociones que mantenía reservados para sí mismo. Esos ojos eran los mismos que había conocido en la secundaria, llenos de una intensidad tranquila, como si fueran capaces de ver más allá de lo evidente.
El contraste entre su semblante serio y la ligera curva de una sonrisa que se asomaba cuando levantó la vista y la saludó era desconcertante.
—Noelí… —Sebastián pronunció su nombre como si estuviera probando un recuerdo largamente guardado. Su sonrisa se ensanchó de inmediato, iluminando su rostro—. ¡No puedo creerlo! ¿Eres tú de verdad?
Noelí sintió cómo una calidez familiar la envolvía. La energía de Sebastián era tan contagiosa como inesperada, y no pudo evitar sonreír también.
—Sí, soy yo. Aunque confieso que hasta hace un momento yo no estaba del todo segura de si eras tú.
-Espero que sea positivo que sea el mismo que conociste en la escuela.
-¡Por supuesto que sí!
—Han pasado años, pero sigues igual de sonriente -la miró con ternura, recordando como admiraba qué ella siempre sonriera al hablar.
Cuando Noelí entró a la oficina, Sebastián sintió cómo el aire parecía cambiar de densidad. No estaba preparado para verla. A decir verdad, ni en sus recuerdos más vívidos, donde la había guardado por tantos años, hubiera imaginado este momento. Sin embargo, ahí estaba ella, frente a él, tan familiar y, al mismo tiempo, diferente.
Sus ojos fueron lo primero que atrapó su atención. Eran los mismos ojos que solían esquivar su mirada en los pasillos de la secundaria, cálidos y llenos de vida, pero ahora parecían llevar consigo una profundidad distinta, como si el tiempo y las vivencias les hubieran añadido un matiz de melancolía y fortaleza. Ese contraste lo desconcertó, pero también lo hizo imposible apartar la vista.
Escucharla hablar, con esa sonrisa que tanto le gustaba de ella, no pudo dejar de decírselo. Algo que de adolescente no podía hacer con facilidad.
—Han pasado años, pero sigues igual de sonriente -la miró con ternura, recordando como admiraba qué ella siempre tuviera una sonrisa para regalar.
Sebastián sintió que el pasado y el presente se fusionaban de forma confusa y poderosa. No era solo el impacto de verla después de tantos años; era el hecho de que, incluso después de todo este tiempo, ella seguía siendo capaz de desarmarlo con una sola mirada. Y cuando Noelí le sonrió, tímida pero genuina, él supo que aquel rincón de su memoria donde la había guardado siempre, nunca estuvo vacío.
—Gracias… Aunque ahora tú eres el que me sorprende. Jamás imaginé encontrarte aquí, como director, ni tampoco en mi camino otra vez -respondió un poco abrumada por el momento.
Sebastián inclinó un poco la cabeza, mirándola con un brillo especial en los ojos.
—Bueno, la vida me trajo hasta este lugar. Pero jamás imaginé que uno de mis primeros candidatos sería alguien del pasado.
—Le indicó una silla frente a su escritorio, aún con una expresión divertida y un brillo inusitado en los ojos—. Por favor, siéntate, aunque me temo que esto se está volviendo menos como una entrevista y más como una reunión de excompañeros.
-Entonces, es mejor retomar el camino -Noelí tomó asiento.
—Cuéntame —Sebastián rompió el silencio para saltearse las preguntas formales—, ¿qué ha sido de tu vida? ¿Cómo llegaste a esta ciudad?
—Es una larga historia… pero hace unos años me mudé para casarme. Aquí tengo mi hogar, un pequeño trabajo… y un hijo —respondió—. Tomás ya tiene dos años.
—Vaya… —repitió Sebastián, mientras sentía su corazón estrujarse al oir como Noeli habia forjado su vida. Se sintió un tonto y un poco avergonzado—. Felicidades. Imagino que debe de ser un reto equilibrar todo -dijo para disimular cualquier rastro de desilusión.
—Gracias, sí que lo es. A veces siento que mi vida entera es un rompecabezas. Pero, bueno… se va adelante como se puede... y antes de seguir la entrevista quiero decirte que me alegra mucho verte, aunque sea en una situación tan formal.
—Lo mismo digo —admitió él-. Es extraño verte aquí como si los años no hubieran pasado. —Se detuvo un segundo, midiendo las palabras—. Siempre fuiste alguien… única en la escuela.
Noelí soltó una pequeña risa y lo miró con una mezcla de sorpresa y gratitud.
—Bueno, creo que tú también eras algo… distinto. No hablábamos mucho, pero me dabas mucha curiosidad.
Sebastián esbozó una sonrisa cálida y luego tomó el currículum de Noelí.
—Entonces, hablemos un poco de tu experiencia —dijo, fingiendo volver a la formalidad mientras hojeaba las hojas—. Veo que trabajaste como maestra de arte en la secundaria. ¿Siempre fue tu meta enseñar?
—Siempre quise estudiar algo relacionado con el arte, pero también sabía que quería compartirlo, ayudar a otros a encontrar lo que los mueve. Así que sí.