Sebastián se dejó caer en su silla, mientras la imagen de Noelí seguía danzando en su mente, trayendo consigo un torrente de emociones y recuerdos. Durante años, había guardado una versión idealizada de ella, congelada en el tiempo de su juventud, cuando él la observaba desde lejos en los pasillos de la escuela.
Pero ahora, frente a él, había estado la mujer que era hoy: serena, madura, con una mezcla de fragilidad y fortaleza que solo el tiempo podía esculpir. Sentía una admiración renovada, diferente a la que había sentido en la secundaria. Sin embargo, esta admiración traía consigo un peso inesperado, una punzada en el pecho que lo obligaba a confrontar algo que no había previsto: el dolor de saber que ella tenía una vida, una familia, un esposo.
-Es lo lógico -pensó mientras cerraba los ojos e intentaba ordenar sus pensamientos-. Noelí siempre fue alguien inalcanzable, incluso en aquel entonces. ¿Por qué sería diferente ahora?
La puerta de su oficina se abrió ligeramente, interrumpiendo sus pensamientos. Clara apareció, sosteniendo una carpeta repleta de documentos. Era una mujer mayor, de cabello gris siempre recogido en un moño bajo. Su porte elegante contrastaba con su sonrisa cálida y franca, una combinación que la hacía parecer accesible y autoritaria al mismo tiempo. Clara no solo era la mano derecha de Sebastián en la institución, sino también una figura materna en su vida, alguien que había estado a su lado desde los primeros años de su infancia.
—¿Y bien? ¿Cómo fue la entrevista? —preguntó mientras se acercaba y tomaba asiento frente a él, colocando la carpeta en la mesa.
Sebastián suspiró, enderezándose en su silla mientras trataba de asumir un tono más profesional.
—Fue... interesante. Ella tiene el perfil que buscamos. Su pasión por el arte es genuina, y su experiencia como maestra la respalda. Creo que puede aportar mucho al proyecto —dijo como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo de que esas eran sus únicas impresiones.
Clara lo miró con una ceja levantada, no muy convencida de su tono neutral.
—"Interesante", ¿eh? ¿Y esa chica tiene nombre? —preguntó con un toque de picardía, cruzando los brazos.
Sebastián se quedó en silencio un momento, pero luego respondió, casi en un susurro:
—Noelí Zambrano.
Clara ladeó la cabeza, intrigada.
—¿La conoces?
Sebastián asintió, esbozando una sonrisa melancólica.
—Fuimos compañeros de secundaria. No la había visto desde entonces.
Clara lo observó atentamente, como si intentara leer algo más allá de sus palabras.
—Debe haber sido un reencuentro... significativo —dijo, dejando la palabra flotando en el aire mientras sus ojos lo escrutaban.
Sebastián dejó escapar una risa breve, sin mucho humor.
—Fue inesperado, eso seguro.
Clara inclinó ligeramente la cabeza, apoyando los codos en la mesa.
—Sebastián, llevamos años trabajando juntos. Conozco ese brillo en tus ojos. ¿Qué está pasando por tu cabeza?
Sebastián apartó la mirada, incómodo bajo su escrutinio.
—Nada, Clara. Ella está casada, tiene un hijo. Mi papel es ser su jefe, nada más.
Clara soltó una risa suave, aunque sus ojos se mantuvieron serios.
—Tú siempre tan correcto. Pero sé lo que vi cuando mencionaste su nombre. ¿Crees que ella lo notó?
Sebastián negó con la cabeza, con un leve gesto de frustración.
—No, y no debe hacerlo. No quiero ponerla en una situación incómoda. Ella vino aquí buscando una oportunidad, no para enfrentarse a un fantasma del pasado que no significa nada en su vida actual.
Clara asintió lentamente, suavizando su expresión.
—Entiendo. Pero si me permites un consejo, Sebastián, ten cuidado. No por ella, sino por ti. Eres un hombre con un gran corazón, pero jugar con lo imposible puede dejarte heridas innecesarias.
Sebastián tragó en seco, asintiendo con gratitud por sus palabras.
Clara se levantó, tomando la carpeta nuevamente.
—Por cierto, los ajustes para financiar su proyecto ya están listos. Puedes relajarte; los chicos tendrán todo lo que necesitan para que esto funcione. Confío en que tu entusiasmo por este proyecto es puramente profesional, ¿verdad? —agregó con una sonrisa cómplice.
Él dejó escapar una risa breve, agradecido por el cambio de tema.
—Claro que sí, Clara. Gracias por manejar todo con tanta eficiencia, como siempre.
Mientras Clara salía de la oficina, Sebastián se quedó mirando la puerta cerrada, sumido en sus pensamientos. Por un lado, sentía el alivio de tener un equipo que lo apoyaba incondicionalmente en su misión con la institución. Por otro, no podía ignorar la inquietud que Noelí había sembrado en su corazón.
Sebastián apoyó los codos en la mesa y se cubrió el rostro con las manos, dejando escapar un suspiro.
La vida nunca ha sido sencilla, pensó, mientras intentaba convencerse de que este reencuentro no era más que una coincidencia pasajera. Sin embargo, en el fondo, sabía que Noelí había reavivado algo en él que nunca se había extinguido por completo.