Noelí llegó a casa con una sensación de logro que hacía tiempo no experimentaba. Entró con una sonrisa que Cora, el ama de llaves, captó al instante desde la sala, donde intentaba calmar a Thomas tras un día lleno de energía.
—¡Buenas noches, señora! —saludó Cora con calidez—. Se la ve radiante. ¿Le fue bien?
Noelí dejó su bolso y abrigo en el perchero, asintiendo mientras una sonrisa genuina se dibujaba en su rostro. —¡Si! ¡Me aprobaron el proyecto en el instituto! —exclamó con entusiasmo y tomó a Tomás en brazos para besar su frente.
-¡Qué alegría, señora! Seguro que será algo maravilloso. Y no se preocupe que Tomás y yo estaremos bien aquí para que usted pueda dedicarse con tranquilidad.
Noelí acarició el cabello de su hijo, quien la miraba con sus ojitos llenos de inocencia.
—Gracias, Cora. Siempre me ayudas tanto… —dijo con sinceridad—. Igual, puedo llevar a Tomás al instituto cuando lo necesite. Saber eso me alivia mucho.
-Eso es ideal. Pero sepa que aquí también tendrá todo mi apoyo. Tomás y yo somos un gran equipo -Cora sonrió enternecida. —Y, si me permite decirlo, se la ve más feliz que nunca. Estoy segura de que este proyecto le hará muy bien.
Noelí sintió un nudo en la garganta. Era un alivio recibir ese apoyo incondicional que tanto necesitaba.
—No sé qué haría sin ti —dijo con un toque de emoción.
-Es lo mejor para usted, señora. Y no se preocupe, aquí todo estará en orden. Tomás sabrá que tiene una mamá feliz y dedicada. Eso es lo más importante.
—Gracias por creer en mí, Cora.
Con Tomás en brazos, Noelí subió a su habitación para cambiarse antes de la cena. Se sentía liviana, como si, por un momento, la vida estuviera encajando.
Despues de una ducha, Noelí bajó con duhijo y buscó a Cora.
—Por favor, déjame encargarme de la cena esta noche. Quiero preparar algo sencillo para Tomás y para mí —dijo con tono amable.
—No será necesario, señora. El señor Martín llegó hace un rato y está en la cocina. Dijo que se haría cargo de todo esta noche.
—¿Martín? Cocinando...-Noelí parpadeó, sorprendida.
—Así es. Me pidió que no moviera un dedo. Dijo que quería encargarse personalmente.
—Bueno, esto sí que es inesperado. Gracias por todo, Cora. Puedes ir a descansar -Noelí soltó una pequeña risa, incrédula.
—Gracias, señora. Que disfrute la cena.
Cora se retiró con una sonrisa, dejando a Noelí con un pensamiento curioso: ¿era un intento de Martín por reconectar o solo una forma de evitar otras conversaciones más difíciles?
Al entrar en la cocina, la escena la detuvo un instante. Allí estaba Martín, con un delantal negro sobre su camisa perfectamente planchada, moviéndose con una facilidad que parecía natural. En la encimera se alineaban ingredientes frescos. La olla con agua hirviendo soltaba vapor, y una sartén liberaba el aroma cálido de una salsa casera.
—¿Tú cocinando?
Martín levantó la vista y le dedicó una sonrisa leve.
—Quería prepararles algo especial.
Noelí dejó a Thomas en su silla alta y se acercó al mesón con cautela, observando el plato que Martín estaba preparando.
—Admito que es una sorpresa agradable.
Martín soltó una leve risa mientras volvía a concentrarse en el sartén.
—Bueno, disfrútalo mientras puedas. Ya sabes cómo es mi trabajo, no siempre tengo tiempo para esto. Pero hoy quería hacerlo -parecía despreocupado, pero Noelí sintió el peso de la frase, como si fuera un recordatorio de las prioridades que él había elegido.
—Entiendo, pero… siempre es lindo tenerte aquí. Ojalá pudieras hacerlo más seguido.
Martín la miró por un momento, con una expresión que parecía una disculpa silenciosa.
—Haré lo que pueda. Pero ya sabes cómo es todo. Si no me muevo, las cosas se caen.
Aunque sus palabras intentaban justificarlo, Noelí no pudo evitar sentir esa familiar distancia que parecía crecer entre ellos.