Sebastián se encontraba en su oficina, pero su mente apenas podía concentrarse en los papeles que tenía frente a él. Había revisado el horario del día al menos tres veces, asegurándose de que todo estuviera en orden para recibir a Noelí en su primer día de trabajo. Sin embargo, los números y notas que llenaban su escritorio parecían insignificantes comparados con los pensamientos que lo invadían.
Apoyó los codos sobre el escritorio y entrelazó los dedos para tratar de concentrarse en la respiración. No era habitual que se permitiera esos lapsos de introspección, pero ese día se sentía diferente. Había algo en la llegada de Noelí que parecía agitar su rutina meticulosamente ordenada.
No era solo nostalgia lo que sentía; era un anhelo silencioso, una sensación de que este reencuentro no era casualidad. Pero también sabía que ella estaba casada, con una vida construida, y no tenía derecho a permitir que esos pensamientos fueran más allá.
Se levantó de su silla y caminó hacia la ventana que daba al jardín delantero. Desde ahí podía ver la entrada de la institución, un lugar que normalmente observaba con calma y satisfacción.
El reloj en la pared marcaba las 8:45, y el primer grupo de profesores ya había llegado. Sebastián se encontró ajustándose la corbata, un gesto que lo sorprendió al darse cuenta de que lo hacía inconscientemente. ¿Por qué estaba tan nervioso?
Cuando Noeli entró al edificio, Sebastián salió de su oficina y se dirigió al vestíbulo con pasos seguros, aunque por dentro sentía que su corazón latía más rápido de lo normal. Al verla, esbozó una sonrisa cálida y se acercó para recibirla.
—¡Buenos días, Noelí! —dijo Sebastián, con una calidez que iluminaba el ambiente—. ¿Lista para tu primer día?
Noelí le devolvió una sonrisa, aunque había un leve temblor en ella.
—Sí, lista… aunque no voy a mentir, estoy un poco nerviosa.
—Los nervios son naturales. Pero, ¿sabes qué? Suelen ser el preludio de algo grandioso. Estás aquí porque confío plenamente en ti -Sebastián la miró con una mezcla de confianza y ternura.
Sus palabras eran como un bálsamo, pero Noelí no podía evitar que una pequeña voz en su cabeza, la de Martín, se colara en el momento.
"¿Estás segura de que podrás con esto? No quiero que termines agotada"
Esa frase seguía rondando en su mente, sembrando dudas que no quería dejar crecer. El miedo a fallar y tener que admitir que Martín tenía razón le pesaba más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
—Gracias. Eso significa mucho para mí —respondió, esforzándose por mantener su tono seguro.
—Ven —dijo Sebastián, haciéndole un gesto hacia adelante—. Déjame mostrarte todo. Quiero que te sientas como en casa desde el primer momento.
Mientras caminaban, Sebastián le explicaba cada rincón con una dedicación palpable. Hablaba con entusiasmo de los niños que llenaban de vida cada espacio, de los pequeños logros que celebraban día a día, y de cómo cada detalle estaba pensado para que el lugar fuera un refugio.
Noelí miró a su alrededor y sonrió, aunque la sonrisa no alcanzó del todo sus ojos. Había algo tan genuino, tan cálido en cada rincón, que no podía evitar sentirse conmovida. Pero al mismo tiempo, ese nudo en su estómago permanecía.
—Es maravilloso, Sebastián. Se nota que este lugar está hecho con amor.
Él asintió, complacido, pero al mirarla notó algo más allá de su sonrisa. En sus ojos había un rastro de tristeza, algo profundo que parecía querer ocultar. Por un instante, Sebastián sintió un impulso de preguntarle qué pasaba, pero se contuvo. No quería invadirla, no el primer día. Sin embargo, la preocupación se instaló en él como una semilla.
Continuaron el recorrido hasta llegar al aula que sería el corazón del proyecto de Noelí. La luz natural inundaba el espacio, las mesas estaban llenas de materiales listos para ser usados, y en un rincón había una exposición improvisada con los trabajos de los niños.
—¿Qué te parece? —preguntó Sebastián, observándola con atención..
Noelí giró lentamente, dejando que el lugar la envolviera. Sus ojos se llenaron de emoción, y por un momento pareció olvidar todo lo demás.
—Es perfecto. Es justo como lo imaginé cuando pensé en este proyecto.
—Sabía que te gustaría, asi que quiero que lo hagas completamente tuyo, que le pongas tu esencia. -Sebastián sonrió, satisfecho.
—Gracias. De verdad, Sebastián, esto… esto significa mucho para mí. -Noelí lo miró con gratitud, sintiendo un nudo en la garganta.
Él inclinó un poco la cabeza, percibiendo nuevamente esa sombra en sus ojos, una melancolía que parecía esconderse detrás de su entusiasmo.
—¿Te parece bien repasar el plan para las primeras semanas? Quisiera que todo esté a tu gusto.
Ambos se sentaron a revisar los detalles, pero mientras hablaban, Sebastián no podía dejar de observarla. Tenía una mezcla de fortaleza y tristeza que parecía rodearla. Y aunque sabía que no debía, una parte de él deseaba cruzar esa barrera, descubrir qué era lo que la tenía así, y hacer lo posible por devolverle la felicidad.
Pero se mantuvo en su lugar, confiando en que tendría una oportunidad para descubrir que era lo que apagaba su mirada, y hatia lo posible para devolverle el brillo cálido a su mirada.