El camino de regreso a casa se sintió diferente. Mientras empujaba el carrito de Tomás, el viento primaveral acariciaba su rostro, pero ella apenas lo notaba. Su mente estaba atrapada en el momento que acababa de vivir. Podía sentir aún el roce suave de los labios de Sebastián en su mejilla, un gesto sencillo y, sin embargo, cargado de significado.
Era como si aquel beso hubiera encendido un deseo que había permanecido dormido en su interior, y había olvidado que existía. Una emoción cálida y palpitante se enredaba con su confusión. ¿Cómo era posible que una simple despedida pudiera afectarla tanto?
Pero en el fondo, no podía ignorar la sensación de vacío que Martín había dejado en su vida, un espacio que, sin quererlo, Sebastián comenzaba a llenar.
Cuando llegó a casa, Cora la recibió con una sonrisa cálida, como siempre.
—¿Qué tal el paseo, señora? —preguntó mientras tomaba a Tomás en brazos.
—Muy bien. Nos encontramos con un… viejo amigo —respondió Noelí, tratando de sonar casual mientras colgaba su bolso en el perchero.
Cora arqueó una ceja, intrigada, pero no insistió.
—Bueno, voy a preparar algo para la merienda. Usted debería descansar un poco. Se la nota… pensativa.
Noelí asintió, agradecida por el consejo. Subió a su habitación, y una vez allí, se dejó caer en la cama, cubriéndose el rostro con las manos. Los pensamientos seguían arremolinándose en su mente. ¿Qué estaba pasando con ella?
El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Lo tomó de la mesa de noche y vio un mensaje de Martín: "Llegué bien. Es un caos el restaurante. Si logro acomodar la situación, tal vez regrese antes de lo previsto."
Noelí se quedó mirando la pantalla con su dedo inmóvil sobre el teclado. ¿Cómo responder a algo tan… vacío? Las palabras de Martín eran frías, funcionales, como un reporte laboral. Ninguna señal de calidez, de interés genuino. Cerró los ojos, recordando cómo antes, en aquellos días que parecían de otra vida, los mensajes de él estaban llenos de amor. Un "te extraño" o un "no puedo esperar para verte". Ahora, esos recuerdos parecían pertenecer a una pareja diferente, no a ellos.
Suspiró, bajando el teléfono a su regazo. ¿Debería responderle como si no le importara? Mostrarle que, al menos en apariencia, estaba dispuesta a seguir intentando, a recuperar ese amor perdido. Tal vez así él también encontraría una razón para volver a conectar. Pero, ¿sería suficiente?
No.
Su corazón se tensó al pensar en lo que aquello significaba. Ella lo había intentado, había puesto todo de su parte para volver a conectar, para recuperar el lazo que sentía cada vez más distante. Pero, ¿de qué servía esforzarse si Martín seguía ignorando las grietas que se formaban entre ellos? No era un capricho, ni una queja pasajera. Era un dolor real, uno que la estaba desgastando lentamente.
Con las manos temblorosas, tomó el teléfono de nuevo. Leyó el mensaje una vez más, como si buscara en esas palabras frías una señal de algo más profundo. Pero no había nada allí.
Finalmente, colocó el teléfono boca abajo sobre la mesita de noche. No respondería. No esta vez. Si Martín quería entenderla, tendría que hacerlo sin que ella se lo explicara a gritos. Tendría que notar el vacío por sí mismo.
Sin embargo, nuevas preguntas la asaltaron: ¿sería suficiente con ignorarlo? ¿O estaba mal y encima ella ya estaba en falta por siquiera necesitar refugiarse en los pensamientos de otro hombre?
Sin poder evitarlo, la imagen de Sebastián regresaba a sus recuerdos. Su mirada intensa pero llena de ternura, su sonrisa que tenía la capacidad de calmarla como nada más lo hacía últimamente. La forma en que lograba que todo pareciera más sencillo, menos abrumador. ¿Era justo para Martín que pensara así de Sebastián? ¿Que se aferrara a esa calidez como quien encuentra un rincón seguro en medio de la tormenta?
Dejó escapar un suspiro pesado, sintiendo que el aire en la habitación se volvía más pesado con cada pensamiento que la invadía. Apoyó la espalda en la cabecera de la cama y cerró los ojos, como si eso pudiera detener el torrente de preguntas que comenzaba a arremolinarse en su mente.
La culpa se coló como un ladrón en su pecho. Sebastián no tenía nada que ver con lo que estaba sucediendo en su matrimonio, y sin embargo, pensar en él hacía que sus dudas se hicieran más grandes. ¿Acaso estaba traicionando a Martín solo por permitirse sentir algo diferente?
¿Qué estoy haciendo? se preguntó, llevándose una mano al pecho. Martín era su esposo, el padre de Tomás, el hombre con quien había construido una vida. Pero entonces, ¿por qué cada interacción con él se sentía como un esfuerzo vacío? ¿Por qué cada palabra suya parecía una grieta más en lugar de un puente para acercarlos?
Noelí apretó los labios, intentando ahogar el conflicto que crecía dentro de ella. Lo único que sabía con certeza era que no quería lastimar a nadie.
—¡Señora Noelí! La merienda está lista -La voz de Cora la sacó de sus pensamientos.
Noelí se levantó como si llevara un peso invisible en los hombros. Mientras caminaba hacia la cocina, se obligó a apartar esos pensamientos por un momento. No quería que Tomás ni Cora notaran su tristeza.
Mientras tomaba el té, su mente seguía debatiéndose entre sus dudas, pero decidió enfocarse en el presente.
Quizás no tenía todas las respuestas, pero una pequeña voz dentro de ella le decía que, tarde o temprano, las encontraría.