El sonido de la puerta resonó en la casa, dejando tras de sí un eco de silencio pesado. Noelí se quedó inmóvil por unos segundos, con Tomás apoyado en su regazo. La mirada confusa de su hijo era un reflejo de lo que ella misma sentía. ¿Cómo habían llegado a ese punto?
Después de un rato, se levantó lentamente, cargó a Tomás en brazos y lo llevó a su habitación. Al mirarlo, tan pequeño y ajeno a los problemas que ella cargaba, sintió una punzada de culpa.
No puedo permitir que esto lo afecte, pensó mientras lo cambiaba para salir.
—Vamos, mi amor, hoy nos toca un paseo largo.
El parque siempre le había ofrecido un escape. La reconfortaba caminar entre el murmullo de las hojas, las risas despreocupadas de los niños que corrían por el lugar. Pero ese día, mientras caminaba con Tomás de la mano, su mente no dejaba de repetir las palabras de Martín. Ese "¿Qué esperas que haga?" se clavaba en su corazón como una espina.
Noelí trataba de distraerse mirando el entorno, señalando cada cosa para que Tomás los viera, pero su mente regresaba una y otra vez a la discusión. Y, junto a esas emociones de frustración y tristeza, aparecía una figura cálida en su memoria: Sebastián.
Sin darse cuenta, sus pasos la llevaron hacia el borde del parque, cerca del barrio donde recordaba que Sebastián había dicho que vivía. Las palabras sobre la casa del dragón regresaron con claridad a su mente.
"Si alguna vez necesitas un lugar para escapar, ya sabes dónde encontrarme."
Noelí se detuvo. ¿Qué estaba haciendo?
Miró a Tomás, que caminaba distraído, y sintió una mezcla de emociones: anhelo, culpa, confusión.
—No es correcto —murmuró para sí misma, aunque su corazón la empujaba hacia esa casa. No quería involucrar a Sebastián en sus problemas, no quería usar su bondad como refugio. Pero la calidez de sus palabras, la sinceridad de su mirada… ¿era tan malo querer sentir eso, aunque fuera por un momento?
Decidió caminar un poco más, dejando que el aire fresco le despejara la mente. Las calles del barrio eran tranquilas, bordeadas de árboles que mecían sus hojas con la suave brisa primaveral. Las casas, con sus fachadas pintorescas y jardines cuidados, parecían sacadas de un cuento, y cada paso la hacía sentir como si estuviera entrando en un espacio apartado del tiempo.
Y entonces la vio.
La casa estaba justo como Sebastián la había descrito: acogedora, con detalles sencillos pero únicos. En la entrada, sobre un pilar de piedra, descansaba el pequeño dragón tallado con una vigilante y serena, como si esperara a quien se atreviera a acercarse.
Noelí se detuvo, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza. Tomás, tiró suavemente de su mano, señalando el dragón con una mezcla de curiosidad y fascinación.
—¿Es de verdad? —preguntó con la inocencia de un niño.
Noelí soltó una breve risa nerviosa y negó con la cabeza, pero sus ojos no podían apartarse de la figura de piedra. Había algo casi simbólico en ese momento, como si el dragón estuviera desafiándola a dar el siguiente paso.
Su mirada subió lentamente hacia la puerta de la casa, y un leve temblor recorrió sus manos. ¿Qué haría si Sebastián abría la puerta? ¿Cómo explicaría su presencia sin parecer vulnerable?
Respiró hondo, intentando calmar el torbellino de emociones en su pecho. Había algo reconfortante en pensar que detrás de esa puerta estaba Sebastián, alguien que, de alguna forma inexplicable, parecía comprenderla sin necesidad de demasiadas palabras.
Pero, ¿estaba bien buscar refugio en él? ¿Era justo para ella… para él?
Tomás, ajeno a las dudas que llenaban su mente, dio un pequeño tirón a su mano.
—¿Vamos?
Noelí miró a su hijo, sintiendo que su inocencia y confianza le daban la valentía que necesitaba. Se acercó un paso, luego otro, hasta que finalmente se encontró frente a la puerta. Por un instante, dudó, pero antes de que pudiera detenerse, su mano se alzó y tocó suavemente el timbre.