El sonido del timbre resonó, y Noelí sintió que su corazón se aceleraba aún más. Tomás, a su lado, se balanceaba sobre sus pequeños pies, mirándola con una sonrisa.
La puerta se abrió, y el rostro de Sebastián reflejó sorpresa, pero también una alegría que Noelí no pudo ignorar.
—Noelí…¡Qué sorpresa verte aquí!
—Espero no molestar… —comenzó a decir, pero Sebastián negó rápidamente con la cabeza.
—¿Molestarme? —respondió, abriendo más la puerta—. Jamás. Pasa, por favor.
Tomás fue el primero en reaccionar, soltando la mano de su madre y corriendo hacia el interior, atraído por el bulldog francés que se asomaba desde la sala.
—¡Perrito! —exclamó con entusiasmo.
Sebastián rió, mirando a Tomás con ternura antes de volver su atención a Noelí.
—Parece que alguien ya se siente como en casa.
Noelí sonrió tímidamente, dando un paso dentro. Era un espacio pequeño, pero acogedor, lleno de detalles que parecían reflejar la personalidad tranquila y observadora de Sebastián. Había estantes con libros, plantas que decoraban los rincones y, en la pared principal, un cuadro de un paisaje que parecía pintado a mano.
—Es hermoso… —murmuró Noelí, mirando a su alrededor.
—Gracias. Trato de que sea un lugar donde me sienta en paz.—Sebastián cerró la puerta detrás de ella, y al mirarla nuevamente, su mirada lo inquietó.
El poco brillo que había visto en ella en días anteriores estaba cubierto por una tristeza palpable, como si cargara con un peso demasiado grande. Sin dudarlo, se apartó ligeramente de la puerta e hizo un gesto invitándolos a sentarse en uno de los sillones.
—¿Les preparo algo de beber? ¿Café? ¿Jugo para Tomás?
—Un café estaría bien y un jugo —respondió Noelí, mirándolo con gratitud.
Sebastián asintió, inclinando la cabeza antes de dirigirse hacia la cocina. Mientras tanto, Noelí se dejó caer en un sofá, sintiendo que podía respirar sin que el peso en su pecho la aplastara por completo.
Tomás se acomodó junto a ella, y Noelí cerró los ojos por un momento, escuchando los suaves sonidos de la casa. Allí, todo parecía más simple, más amable, y aunque no quisiera admitirlo, más seguro.
Mientras Sebastián preparaba el café, sus pensamientos no dejaban de girar en torno a Noelí. Había en ella una mezcla de tristeza y agotamiento que no podía ignorar y que lo inquietaba profundamente. Lo que más lo conmovía era que, a pesar de todo, ella había elegido buscarlo. No podía evitar sentir una calidez en el pecho, como si aquella decisión silenciosa de acudir a él tuviera un significado más profundo de lo que estaba dispuesto a aceptar en ese momento.
¿Qué la habrá llevado a mi puerta? se preguntó mientras los suaves murmullos de Tomás jugando con el perrito llenaban el aire. Por más que quisiera encontrar una respuesta lógica, no podía ignorar la sensación de que el destino había tejido una conexión entre ellos que ni el tiempo ni las circunstancias podían romper.
En el sofá, Noelí observaba a Tomás, pero su mente estaba en otro lugar. No entendía del todo por qué había tocado la puerta de Sebastián, pero en el fondo sabía la respuesta. Había buscado un respiro, un refugio, algo que le recordara que la vida podía ser más que esa rutina sofocante y los desencuentros con Martín. Y Sebastián, con su calma y su calidez, parecía ser ese respiro.
Noelí repasó los últimos días en su mente: las palabras vacías de Martín, su propia lucha por mantener la compostura, y ahora, este momento, sentada en una casa desconocida pero sorprendentemente acogedora.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando Sebastián apareció con dos tazas de café en las manos. Sus movimientos eran pausados, como si quisiera asegurarse de que todo en ese momento fuera perfecto para ella.
—Aquí tienes. Espero que te guste fuerte, aunque si no, puedo endulzarlo un poco más.
Ella tomó la taza y lo miró a los ojos, sintiendo un calor inexplicable que no provenía del café.
—Asi esta bien. Gracias, Sebastian.
Él se sentó frente a ella y por un momento ninguno de los dos habló. Era un silencio cómodo, como si las palabras fueran innecesarias. Sebastián la observaba, pero no de manera intrusiva. Su mirada era de comprensión, de alguien que sabía lo que significaba cargar con un dolor que no siempre se podía nombrar.
El aroma del café llenaba el aire mientras Tomás jugaba en la pequeña sala, rodeado por el bulldog de Sebastián, que lo seguía con entusiasmo. Noelí, sentada en el sofá, sostenía la taza entre las manos, sintiendo el calor reconfortante a través de la cerámica.
Sebastián observaba a Noelí mientras ella sorbía su café en silencio. Aunque intentaba mostrarse tranquila, su postura era rígida y la sombra en su mirada no pasaban desapercibidas para él. Lo que veía iba mas haya del cansancio o el nerviosismo. Era una tristeza latente que parecía pesarle como una piedra en el pecho.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
Noelí levantó la vista. Su primer instinto fue asentir y decir que sí, pero al encontrarse con los ojos de Sebastián, sinceros y sin juzgarla, sintió que no podía mentir.
—Me temo que no —respondió, después de una pausa, dejando escapar una risa nerviosa—. Todo parece… tan difícil últimamente. —Continuó jugando con el borde de su taza—. Es como si estuviera luchando contra una corriente que no puedo controlar, intentando sostener algo que se desmorona, y no sé si estoy haciendo lo suficiente.
—Que siempre hayas sido fuerte no quiere decir que un dia no puedas serlo y eso no esta mal. Somos humanos.
—Lo sé, pero me agobia no tener una respuesta...
-Tal vez no lo sientas en este momento, pero sigues siendo la misma Noelí que enfrenta las cosas con valentía, incluso cuando parecen imposibles. Así que un día todo parecerá más claro.
Sus palabras la conmovieron de una manera que no esperaba. Nadie le había hablado así en mucho tiempo, como si aún quedara algo valioso en ella que valía la pena proteger.