Martín se quedó despierto mucho después de que Noelí regresara a la habitación y apagara la luz. La discusión había dejado un eco persistente en su mente. Sus palabras aún resonaban: "Más vale que no te arrepientas de lo que hagas o de lo que hayas hecho porque nunca te lo voy a perdonar."
Se pasó las manos por el rostro, un gesto que hacía cuando se sentía acorralado. Sabía que su comportamiento había comenzado a levantar sospechas, pero hasta ahora había logrado desviar cualquier confrontación directa. Sin embargo, Noelí ya no era la misma mujer de antes. Había algo diferente en su mirada, en su tono de voz. Era como si estuviera preparándose para descubrir la verdad.
Martín se levantó de la cama, incapaz de quedarse quieto. Caminó hasta el despacho, donde la penumbra apenas dejaba entrever los muebles ordenados. Se sirvió un vaso de whisky y lo sostuvo sin beber, mirando el líquido ámbar mientras su mente se debatía entre el miedo y la ira.
Había cometido errores, lo sabía, pero nunca pensó que Noelí sería capaz de enfrentarlo de esa manera. Siempre había sido más dócil, más dispuesta a adaptarse. Ahora, parecía una mujer diferente, más fuerte y decidida. Y ese cambio había comenzado cuando aceptó el trabajo en el instituto.
De repente, un pensamiento se coló en su mente como una chispa que encendió la inquietud. Sebastián. Ese era el nombre del director del instituto que Noelí había mencionado casualmente, casi sin darle importancia.
Martín frunció el ceño y se llevó el vaso de whisky a los labios, terminándolo de un solo trago. El líquido ardió en su garganta, pero no lo suficiente como para calmar el calor de la frustración que crecía en su pecho.
Dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco, como si ese gesto pudiera acallar las preguntas que lo atormentaban.
-Necesito saber qué está pasando en ese lugar. No puedo quedarme de brazos cruzados.Y si hay algo que pueda usar, lo haré. No seré yo quien falle en este matrimonio. Ella tendrá que asumir las consecuencias.
Acostumbrado a esquivar culpas comenzó a planificar su próxima jugada. Esta vez, sería Noeli quien quedaría
en evidencia.
Al día siguiente, mientras Noelí terminaba de abotonarle el abrigo a Tomás, sintió la mirada de Martín desde el marco de la puerta. Estaba ahí, con los brazos cruzados y una expresión que era difícil de leer.
-¿Hoy también lo llevas al trabajo? —preguntó con un tono que intentaba sonar casual, pero que no lograba esconder la incomodidad.
—Sí, es más práctico. Además, él se divierte allí.
Martín soltó un leve suspiro y se apoyó contra el marco, observándola en silencio por unos segundos que se sintieron eternos.
—¿No crees que sería más fácil dejarlo con Cora? —sugirió, aunque el comentario parecía más una crítica que una recomendación.
—¿Por qué? _Noeli levantó la vista-.Tomás está bien conmigo. Se adapta, y el lugar es seguro.
Martín entrecerró los ojos ligeramente, como si analizara cada palabra.
—No lo digo por ti. Es solo que no sé si es lo mejor para él estar cambiando de ambientes todo el tiempo. Podría ser agotador.
—Si te preocupas tanto por lo que es mejor para él, podrías considerar pasar más tiempo aquí, con nosotros. Así yo no tendría que llevarlo.
—Veo que estamos en ese tipo de conversación otra vez —dijo con sarcasmo.
—¿Qué tipo de conversación, Martín? —preguntó Noelí, cruzando los brazos.
—El tipo en el que insinúas que no estoy haciendo lo suficiente. —Martín se incorporó.
—No se trata de eso, y lo sabes. —Noelí terminó de preparar la mochila de Tomás y se incorporó—. Lo que digo es que siempre soy yo quien encuentra la forma de estar presente. Mientras tanto, tú sigues justificando tu ausencia.
La respuesta de Noelí lo descolocó. Por un momento, se sintió acorralado, y eso lo irritó profundamente.
—Estoy justificando mi ausencia, ¿eso es lo que piensas? —repitió con una frialdad que podía cortar el aire.
—Creo que siempre tienes una excusa, Martín. —Noelí tomó de la mano a Tomás, lista para salir—. Y creo que eso dice más de ti que de mí.
Martín la miró fijamente, como si intentara descifrar el cambio que veía en ella. Era como si la mujer que siempre había estado allí, comprensiva, paciente, estuviera desvaneciéndose frente a sus ojos, y en su lugar, surgiera alguien más decidido, más fuerte.
—¿Te estás rebelando, Noelí? —preguntó, dando un paso hacia ella.
—No estoy rebelándome contra nada. Solo estoy cansada de esperar que seas tú quien tome la iniciativa. —Su voz era firme, pero sus ojos reflejaban un cansancio profundo.
Martín se quedó en silencio. Sus palabras encendieron una chispa en su interior, pero no era una chispa de comprensión. Era ira, mezclada con una buena dosis de temor. Desde hacía semanas, sentía que Noelí estaba cambiando, alejándose de él. Pero ahora, esa distancia parecía tangible, como un muro que no sabía cómo derribar.
Finalmente, soltó una risa baja, pero esta vez no había humor en ella.
—Haz lo que quieras, Noelí. Siempre lo haces.
Se dio la vuelta y salió de la sala, dejando tras de sí una estela de tensión que parecía llenar cada rincón. Noelí se quedó quieta, con Tomás mirándola curioso desde el pasillo.
Cuando Martín salió de la casa y cerró la puerta detrás de él, se apoyó contra ella durante un momento, respirando profundamente. Su mente estaba en caos, y la conversación con Noelí no hacía más que amplificar el ruido. Algo dentro de él sabía que las cosas se estaban desmoronando, y lo peor era que entendía por qué.
Fui yo quien se distanció primero.
El pensamiento lo golpeó con fuerza, pero su orgullo, ese viejo escudo que siempre lo había protegido de sentirse vulnerable, no le permitió quedarse mucho tiempo en esa reflexión. Era más fácil, más conveniente, convencerse de que la culpa no era suya.
"Noelí fue quien empezó," se dijo a sí mismo mientras caminaba hacia su auto. Desde hacía tiempo, su esposa parecía más interesada en señalar lo que él hacía mal que en reconocer todo lo que hacía por ella y por Tomás. ¿Es que acaso no veía los sacrificios que hacía para que no les faltara nada?