El sol comenzaba a descender, pintando el cielo con tonos cálidos mientras Noelí salía del aula con Tomás. El día había sido largo, y aunque había disfrutado de las actividades con los niños, la presencia de Martín en el instituto había dejado un peso en su pecho que no podía ignorar.
Caminó hacia la puerta con pasos firmes, pero su mente estaba llena de incertidumbres. Sabía que, al llegar a casa, la confrontación sería inevitable. Martín no había ocultado su descontento, y aunque había tratado de mantener la calma frente a Sebastián, su mirada había dicho mucho más de lo que sus palabras pudieron expresar.
Cuando llegó a la salida, Sebastián la llamó desde atrás.
—Noelí, ¿puedo hablar contigo un momento?
Ella se detuvo y giró lentamente para verlo caminar hacia ella con su característico andar tranquilo, pero su mirada reflejaba algo más: preocupación.
—¿Todo está bien? —preguntó Sebastián, deteniéndose a pocos pasos de ella.
Noelí intentó sonreír, pero fue una sonrisa débil.
—Sí, solo estoy cansada. Ha sido un día largo.
Sebastián no pareció convencido, y su mirada se posó suavemente en ella, como si intentara descifrar lo que realmente estaba pasando.
—Noelí… —dijo con cautela—. ¿Estás segura? Porque siento que hay algo que no me estás contando.
Ella bajó la mirada, jugueteando con la mochila de Tomás como si de pronto necesitara algo que hacer con las manos.
—Las cosas con Martín han estado… complicadas —admitió finalmente—. Pero no hay de qué preocuparse. Estoy acostumbrada.
Sebastián frunció ligeramente el ceño mientras su corazón se apretaba al escucharla. No estaba acostumbrado a ver a Noelí tan apagada, tan resignada, por lo que dio un paso más cerca.
—Noelí, no deberías estar acostumbrada a eso. El amor no debería ser una lucha constante, y menos una en la que estás sola.
Noeli levantó la mirada hacia él, sintiendo cómo sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas.
—Es solo una etapa. Siempre lo es… luego todo vuelve a la normalidad.
Sebastián no podía soportar verla así, con una mezcla de tristeza y esperanza rota. Lentamente, levantó una mano y la colocó sobre la suya, que descansaba sobre la correa de la mochila.
—Mírame, Noelí.
Ella alzó los ojos, sorprendida por la firmeza en su tono.
—Quiero que sepas algo —continuó—. No importa lo que pase, ni cuándo pase. Si alguna vez necesitas ayuda, un lugar seguro, alguien en quien confiar… yo estoy aquí para ti.
Noelí sintió cómo su corazón se aceleraba. Su tono de voz y su mirada le hicieron darse cuenta que sus palabras iban más allá de un gesto amable. Eran un compromiso sincero, una promesa que sabía que Sebastián cumpliría sin dudar.
—Gracias, Sebastián —dijo con una voz temblorosa—. Pero no quiero que te preocupes por mí.
Sebastián apretó suavemente su mano, haciendo que sus dedos cálidos envolvieran los de ella como si quisiera transmitirle toda su fuerza y asegurarse de que sus palabras quedaran grabadas en ella.
—No es preocupación, Noelí. Es algo más.
Noelí sintió cómo su corazón comenzaba a latir más rápido, y de repente, lo entendió: ese "algo más" no era solo una expresión casual.
La forma en que la miraba, cómo sus ojos buscaban los de ella, llenos de una mezcla de ternura y determinación, le reveló lo que hasta ese momento no había querido admitir.
Sebastián no solo la apoyaba; la amaba. Y no era un amor pasajero, sino algo profundo, sincero, nacido de años de admiración y guardado en silencio.
El recuerdo de las palabras que él había pronunciado en el parque volvió a ella, tan claro como si las estuviera escuchando de nuevo: "Siempre tuve la esperanza de volver a verte"
Se dio cuenta de que ese amor llevaba tiempo existiendo, esperando pacientemente, y ahora, con su corazón roto por las grietas que Martín había dejado, sentía cómo ese amor comenzaba a abrazarla. No era invasivo ni forzado; era un refugio, una promesa de algo mejor.
Noelí no pudo contener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. No sabía qué decirle, porque en el fondo, sabía que él tenía razón. Ese "algo más" era real, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que su corazón, aunque lastimado, podía empezar a repararse.
Tomás, ajeno al intercambio, tiró de la correa de la mochila, rompiendo el momento. Sebastián le sonrió al pequeño, inclinándose ligeramente hacia él.
—Cuida bien de tu mamá, ¿sí, campeón?
Tomás le devolvió una sonrisa tímida, mientras Noelí intentaba recuperar la compostura.
—Será mejor que nos vayamos —dijo ella finalmente, aunque sus pies parecían reacios a moverse.
Sebastián asintió, pero antes de que pudiera dar un paso, volvió a hablar.
—Recuerda lo que te dije. Sea lo que sea que necesites, yo estoy aquí.
Noelí asintió lentamente, con una gratitud que no podía expresar en palabras. Mientras se alejaba, con Tomás de la mano, las palabras de Sebastián resonaban en su mente.
"El amor no debería ser una lucha constante. Y no importa lo que pase… yo estoy aquí para ti."
Esa tarde, mientras se preparaba para regresar a casa, supo que, aunque el camino aún era incierto, no estaba completamente sola. Y eso, por ahora, era suficiente.