Noelí había intentado dormir, pero sus pensamientos seguían girando en torno a Martín. Finalmente, se quedó dormida por pura extenuación, pero unas horas más tarde, su cuerpo se despertó instintivamente.
Miró hacia el lado de la cama y se dio cuenta de que Martín no estaba. La ausencia de su figura hizo que un escalofrío recorriera su espalda. Giró la cabeza hacia el reloj: las 2:00 a.m.
Con una mezcla de curiosidad y aprensión, se levantó. Se puso una bata sobre el camisón y, con pasos ligeros, comenzó a bajar las escaleras.
Martín estaba sentado en el sillón, inclinado hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas. La luz azulada de su celular iluminaba su rostro, revelando una expresión tensa y preocupada. Sus dedos tecleaban rápidamente, pero cada pocos segundos se detenían, borraban lo escrito y volvían a empezar.
Noelí se quedó inmóvil por un momento, observándolo desde la sombra de las escaleras hasta que, decidió acercarse. Sus pasos eran tan ligeros que Martín no se dio cuenta de su presencia hasta que Noelí se paró junto al sillón.
—¿Pasa algo?
La pregunta, hecha con suavidad, hizo que Martín se sobresaltara. Bajó el teléfono rápidamente, como si hubiera sido atrapado haciendo algo indebido, y se giró para mirarla.
—Noelí… ¿qué haces despierta?
Ella lo miró fijamente intentando descifrar el enigma que representaba el hombre frente a ella.
—Me desperté y vi que no estabas en la cama. Quise saber si todo estaba bien.
Martín soltó una risa nerviosa y pasó una mano por su cabello, despeinándolo aún más.
—Sí, sí. Todo bien. Solo que… no podía dormir.
Noelí inclinó ligeramente la cabeza, analizando cada palabra, cada gesto.
—¿No podías dormir? —repitió, con un tono que no era acusatorio, pero tampoco ingenuo.
—Sí. Pensé en revisar unos correos mientras intentaba despejarme —respondió señalando el teléfono con un movimiento de la mano.
Ella desvió la mirada hacia el celular, que descansaba en su regazo.
—¿Y eso te tiene tan tenso? —preguntó, con suavidad pero sin apartar los ojos de él.
Martín apretó los labios y negó con la cabeza.
—No estoy tenso. Solo… tengo muchas cosas en la mente. Trabajo, cuentas, el futuro.
—Martín, lo diré una sola vez ¿Hay algo que debo saber?
Él levantó la vista rápidamente, reflejando una mezcla de sorpresa y alarma.
—¿Sobre qué?
—No lo sé. —Noelí lo miró con una sinceridad que casi lo desarmó—. Siento que estás ocultando algo, y no sé si debería preocuparme o dejarlo ahí.
Martín apartó la mirada, clavándola en el suelo. Durante un momento, el silencio fue tan fuerte que Noelí pudo escuchar su propio corazón latiendo.
Finalmente, Martín soltó un suspiro pesado y se levantó del sillón, comenzando a caminar de un lado a otro del salón.
—Noelí, no sé qué esperas que te diga.
—Si no hay nada que salvar, dilo de una vez. —respondió, quebrándose levemente.
Él se detuvo en seco, pero no se giró para mirarla.
-Si crees que esto no tiene solución, si… si ya no quieres estar aquí, dímelo -Noeli insistió.
Martín apretó los puños, pero no respondió. El silencio que siguió fue como una confirmación, y Noelí sintió cómo su corazónse iba rompiendo. .
—Ten por seguro que descubriré qué está pasando, Martín La verdad siempre sale a la luz.-no iba a callarse si él no respondía y avanzó para agarrar el celular.
Él se giró hacia ella, con los ojos abiertos de par en par y de un empujón la detuvo.
El empujón fue lo suficiente fuerte para hacerla trastabillar. Noelí abrió grande los ojos, incapaz de creer lo que acababa de suceder. Martín bajó la mano, como si su propio acto lo hubiera desconcertado también.
—¡¿Qué estás haciendo?! —preguntó llena de una mezcla de incredulidad y rabia.
—No te atrevas a revisar mi teléfono —espetó Martín, con palabras cargadas de una furia defensiva—. Esto es… privado.
Noelí se mantuvo firme, a pesar del impacto emocional.
—¿Privado? —repitió, con un tono sarcástico que nunca antes había usado con él—. ¿Qué es lo que tienes que esconder, Martín? ¿Qué puede ser tan privado como para que me empujes?
Él desvió la mirada, claramente nervioso.
—Noelí, por favor, no hagas esto ahora.
—¡No, Martín! —exclamó, sintiendo cómo todo el dolor acumulado de semanas, meses, comenzaba a salir—. Esto no es solo ahora. Esto lleva mucho tiempo pasando. Tus excusas, tus viajes, tus silencios… ¿Qué está pasando? ¿Por qué no puedes mirarme a los ojos y decirme la verdad?
Martín se giró hacia ella, con una mezcla de ira y desesperación en su rostro.
—¿Y qué verdad quieres escuchar? —preguntó, alzando la voz por primera vez—. ¿Que estoy agotado? ¿Que trabajo como un loco para que no nos falte nada mientras tú… tú solo buscas problemas donde no los hay?
—¿Problemas? —repitió ella, incrédula—. ¿Es eso lo que piensas? ¿Que soy yo quien está creando todo esto? ¡No soy yo quien llega tarde, quien se encierra en excusas, quien empuja a su esposa por proteger un teléfono!
Martín dio un paso hacia ella, levantando una mano como si quisiera detenerla.
—¡Ya basta, Noelí! —gritó, y su voz resonó en la sala como un látigo—. ¡Esto no es culpa mía! Tú eres la que ha cambiado, la que siempre está buscando algo que reprocharme.
Noelí sintió cómo las lágrimas comenzaban a arder en sus ojos, pero no iba a retroceder. No esta vez.
—¿Que yo he cambiado? —su voz se quebró,—. Sí, Martín, he cambiado. Porque ya no soy la mujer que aceptará tus mentiras. Si hay algo que no puedes decirme, es porque tienes miedo de lo que pueda descubrir.
La acusación lo golpeó con fuerza, y por un momento, sus ojos reflejaron algo más que ira: miedo.
—No sabes lo que estás diciendo… —murmuró, pero su tono ya no tenía la misma fuerza.
—¿No? —Noelí dio un paso hacia él, sintiendo cómo su propia valentía crecía con cada palabra—. Entonces demuéstramelo. Muéstrame que estoy equivocada. Dame tu teléfono, Martín. Déjame ver que no tienes nada que esconder.