Lo que es para ti, te encuentra.

Capítulo 38

Sebastián llegó temprano al instituto, como siempre, con la intención de adelantarse a las tareas del día. El sonido de las sillas siendo acomodadas y los primeros pasos de los niños en el pasillo le traían cierta paz.

Mientras revisaba los preparativos, miró el reloj de reojo. Noelí todavía no había llegado.

"Debe haberse retrasado," pensó al principio, tratando de calmar la inquietud que empezaba a asomarse. Sin embargo, cuando pasó media hora y su aula seguía vacía, la duda empezó a instalarse en su pecho.

Sacó su teléfono y marcó el número, y se quedó escuchando con atención mientras el tono sonaba una, dos veces... hasta que saltó al buzón de voz. Lo intentó de nuevo, con el mismo resultado. Una sombra cruzó su rostro. Estaba seguro que Noelí no era de las que faltaban sin avisar, y mucho menos de ignorar un mensaje o una llamada.

Miró por la ventana, buscando alguna explicación lógica. Quizás Tomás estaba enfermo, o tal vez algún imprevisto la había detenido en casa. Pero mientras más pensaba, más recordaba los detalles que había estado notando en los últimos días: su tristeza, la forma en que sus ojos buscaban el suelo como si estuviera cargando algo demasiado pesado para compartir. Y, sobre todo, la tensa visita de Martín.
Sebastián sintió un nudo formarse en su estómago.

"No puedo quedarme de brazos cruzados."

Fue en ese momento cuando Clara entró al aula, sosteniendo una carpeta.

—¡Sebastián! ¿Todo bien? Pareces… inquieto.

Él levantó la mirada rápidamente, tratando de recomponerse.

—Noelí no ha llegado —respondió, sin rodeos.

—Eso es raro. ¿Te avisó algo? -Clara arqueó una ceja, sorprendida.

—Nada. Ni una llamada, ni un mensaje- Sebastián negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro. Intenté comunicarme con ella, pero su teléfono está apagado. Y no puedo quitarme esta sensación de que algo no está bien.

—¿Qué piensas hacer?

Sebastián ya había tomado la decisión. Sus dedos cerraron alrededor de las llaves que descansaban sobre el escritorio.

—Voy a buscarla. Sé dónde vive. No puedo quedarme aquí sentado sin hacer nada.

Clara asintió lentamente, sin un rastro de juicio en su rostro.
—Está bien. Yo me encargo de cubrirte

Sin más, salió del aula, y mientras se dirigía al auto, su mente trabajaba a toda velocidad, repasando cada posibilidad. Cada recuerdo reciente de Noelí parecía ser una pista que apuntaba a que algo no estaba bien, pero no tenía manera de saber qué exactamente.

Arrancó el motor, apretando el volante con fuerza mientras su corazón latía con fuerza. La preocupación le pesaba, pero también lo impulsaba. Noelí no era solo una colega, ni siquiera solo una amiga. Era alguien que había tocado su vida de una manera que no podía ignorar y si algo malo le había pasado, estaba decidido a actuar.

Sebastián llegó a la casa de Noelí con el corazón apretado y la mente llena de posibilidades que no quería imaginar.
Subió los escalones del porche con pasos firmes, golpeando suavemente la puerta. Esperó unos segundos, pero nadie respondió. Repitió el gesto, esta vez un poco más fuerte, hasta que por fin oyó pasos acercándose.

La puerta se abrió lentamente, revelando a Cora. Su expresión estaba cansada, y había un tinte de tristeza en sus ojos que Sebastián captó al instante.

—¿Puedo ayudarlo? —preguntó con tono cortés, pero reservada.

—Perdón por molestar. Soy Sebastián, director del instituto donde Noelí trabaja. Estoy aquí porque… estoy preocupado por ella. No apareció hoy y no he podido comunicarme.
Cora lo miró durante un momento, como evaluándolo. Finalmente, asintió y abrió la puerta un poco más.

—Entre, por favor.

Sebastián cruzó el umbral, observando rápidamente el interior. El ambiente era frío, desolado, como si el alma del lugar se hubiera desvanecido.

—Lamento decirle que Noelí ya no está aquí.

—¿Qué quiere decir con que no está aquí? —preguntó, intentando mantener la calma.

Cora lo condujo hacia la sala y lo invitó a sentarse, aunque él permaneció de pie.

—Se fue esta mañana, con el pequeño Tomás. Empacó lo necesario y salió temprano.

—¿Dijo a dónde iba?

Cora negó con la cabeza.

Solo me dijo que buscaría un lugar donde pudiera empezar de nuevo. No quiso darme muchos detalles, pero puedo decirle que está dolida. Muy dolida.

Sebastián se pasó una mano por el cabello, intentando controlar las emociones que se arremolinaban dentro de él.

—¿Por qué no me llamó? ¿Por qué no pidió ayuda?

Cora lo miró con una mezcla de empatía y determinación.

—Porque Noelí siempre ha sido así. No le gusta cargar a los demás con sus problemas. Prefiere enfrentarlos sola, aunque eso signifique sufrir más de lo necesario.

Sebastián apretó los labios, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza.

—¿Sabe qué pasó?

—Su esposo… Martín. Le confesó algo que la destrozó. La traicionó de la peor manera posible y luego… tuvo el descaro de culparla por todo. —Hizo una pausa, como si necesitara reunir fuerzas para continuar—. Noelí intentó mantenerse fuerte, pero esto fue demasiado para ella. Por eso se fue. No podía seguir aquí, rodeada de tanto dolor.

Sebastián sintió que su mandíbula se tensaba. La imagen de Noelí soportando todo eso sola lo llenaba de una rabia inexplicable, pero también de una resolución inquebrantable.

—No planeo dejarla sola. No importa cuánto tarde en encontrarla, no pienso abandonarla.

La mujer esbozó una sonrisa sincera.

—Desde el momento en que lo vi en la puerta, supe que usted era alguien especial. Si logra hablar con ella, por favor hágamelo saber. También me gustaría saber que está bien
—Lo haré. Y gracias por confiar en mí. -asintió solemnemente.



#6244 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor, antiguoamor

Editado: 11.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.