Lo que esconde el ángel

Chapter 2: ¿Es sólo una coincidencia?

Miles Campbell

Al día siguiente cuando desperté, sentí un ardor en el estómago, como si el rencor y la rabia de ayer aún se revolvieran dentro de mí.

Y es que la cosa no terminó con Dorian, ni en la cafetería, ni en la universidad, mejor dicho, no me dejaron tranquilo hasta que llegue a mi casa.

La gente podía ser increíblemente estúpida, carente de todo sentido común. Ayer, un hombre comenzó a seguirme; si, un maldito loquito de centro. Lo sentí tras de mí en cada paso, persiguiéndome hasta el edificio donde vivía. Y yo no soy de los que se quedan cruzados de brazos.

Por supuesto que lo encaré, pero no hice más que eso pues su excusa fue tan ridícula que por un instante no supe si reírme o golpearlo. Dijo que “pensó que no me incomodaría” y que tenía curiosidad por saber si yo era realmente un hombre o si solo me vestía y actuaba como uno. ¡Definitivamente aquel sujeto estaba enfermo de la cabeza! ¿Quién en su sano juicio haría algo así? Además, ni siquiera tenía sentido. No era como si yo pareciera una mujer.

Recordar esa escena bastó para arruinarme el humor otra vez, y ni siquiera había comenzado mi día.

O sea, yo no era un amargado como todos decían. Era la gente que me sacaba de quicio.

Me vestí con rapidez, intentando sofocar el malestar con rutina. Una playera negra ajustada, pantalones de mezclilla holgados en tono gris, tenis negros y la mochila del mismo color.

Cerré la puerta de mi departamento y bajé con paso rápido hacia donde me esperaba mi moto. Cuanto la amaba. Era mi tesoro, mi única verdadera compañía. Brillaba bajo el sol como si estuviera hecha para mí, ligera, veloz, perfecta. Cada vez que me subía y sentía el viento chocar contra mi cuerpo, algo dentro de mí se liberaba. Era como flotar, como convertirme en una pluma arrojada al aire: sin cadenas, sin ataduras, solo yo y la carretera.

Me acomodé sobre el asiento y, por costumbre, revisé mi teléfono. Una llamada perdida y mil mensajes. De ella.

Al instante, mis manos comenzaron a temblar. El pecho se me apretó, la respiración se me volvió irregular, y un fuerte latido insistió, martillando sin parar.

Parpadeé varias veces, como si eso pudiera apartar la incomodidad, y bloqueé la pantalla antes de guardar el móvil en la mochila. Sabía lo que quería. Y estaba seguro de que no era para preguntar cómo estaba. Nunca lo era.

Con mi madre todo resultaba imposible. Cualquier palabra era una chispa que terminaba en incendio. Con ella las discusiones nunca necesitaban un motivo real; bastaba su voz, su manera de mirarme, para que me sintiera atrapado otra vez en esa prisión invisible que me había vuelto la vida miserable.

Ella siempre se veía inalcanzable, hermosa -porque de ella saqué mi genética y cabello rubio-, siempre tenía esos aires imponentes y pretenciosos que la hacían destacar.

Si a mi me señalaban por mi personalidad y actitud, no querían conocer como era ella.

Era el diablo, eso la llevó a todo su éxito.

Pero no significaba algo bueno.

Todos mis peores recuerdos, las noches en que quise desaparecer, los gritos que aún me persiguen en sueños, llevaban su nombre. Durante años acumulé un resentimiento que terminó por cerrarme el paso hacia ella. Y, con el tiempo, descubrí que mi mayor deseo no era su aprobación, ni su perdón… era la libertad.

Por eso vivía solo en aquel departamento, aunque apenas lograra sobrevivir con el dinero que tenía. La soledad pesaba a veces, pero la paz de estar lejos de ella lo valía todo.

Aún podía ver su rostro crispado aquel día en que le confesé que no quería nada con el modelaje, ni con el diseño de modas, ni con las cámaras que tanto idolatraba. No era mi mundo, y nunca lo sería. Me gritó, me insultó, como si rechazar sus sueños equivaliera a traicionarla.

Estaba tan consumida por su propia obsesión que incluso terminó odiando a mi padrastro… solo porque yo había decidido seguir su camino y estudiar lo mismo que él.

Ese era el tipo de locura que siempre me había rodeado.

Pero bueno… esa era otra historia..

Eso no quitaba que me gustará la atención y disfrutara de ser famoso en redes.

Llegué a la universidad, y lo primero que hice fue ir con mi mejor amigo, Liam. Sí, el único que me soportaba y que siempre estaba ahí para mí, para escucharme y detenerme de hacer una estupidez.

Apenas me encontré con él nos dirigimos al comedor, mientras yo le contaba todo sobre ayer. Que Dorian había ido y solamente fue para fastidiarme el alma. Que aborrecía como se comportaba y que no entendía porque de repente se acercaba hablarme con esas confiancitas si nunca en la vida nos interesamos en el otro.

Lamentablemente las cosas no iban a salir como quería, apenas entré percibí a ese mismo grupo de cada mañana, sentados en una mesa en el centro como buitres, ¿qué se creían? No tenían nada de que presumir, pero se creían la octava maravilla.

Pero mi amigo no opinaba lo mismo, apenas vio en su dirección, se le iluminó el rostro, los ojos, todo. Pero no era de extrañar cuando su novio era el mismísimo Andrew.

Caminó hacia ellos casi dando saltitos y sacando brillitos de sus ojos. Yo me dirigí a una de las mesas cercanas porque ni loco me acercaría a ellos por voluntad propia.

Sentía la mirada de Dorian, tan intensa. Sus ojos negros hacían que se viera bastante profundo y más cuando tenía esa cara seria. Resaltaba entre ellos por su vibra peculiar.

Desde lejos observé como David en cuanto lo vio se levantó para recibirlo y le dio un rápido beso, como si no importara que todo el comedor los mirara. A nadie le sorprendía, eran esa pareja que todos conocían pero que no caía mal porque no tenían nada de drama.

Maldije cuando mi mirada no dejó de desviarse hacia Dorian. Él estaba recargado en el respaldo con los brazos cruzados, siguiendo la escena con esa calma que solía incomodar.




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