—Toma, esta te falta.
Él la miró, sorprendido. En su mano, la niña sostenía una estampita antigua, gastada en las orillas, con una flor dorada en el centro. Él la reconoció al instante: era una de las difíciles.
—¿Estás segura? —preguntó él, dudando—. Esta es rara…
—Era de mi bisabuela. Pero sé que tú las cuidas más que nadie.
Él no supo qué decir. Solo sonrió, con la emoción brillando en los ojos. Esa tarde, se sentaron en el parque, cruzando estampitas sobre una manta vieja, riendo y compartiendo silencios que decían más que las palabras.
Años después, en una noche cualquiera, con la luz azulada del televisor rebotando en las paredes, él regresó a su álbum… y descubrió que la estampita ya no estaba.
Su novia no se disculpó. Solo dijo:
—¿Eso? Lo tiré. Era una basura vieja.
Él no discutió. Solo guardó el resto en silencio.
Pero esa noche, algo dentro de él también fue tirado a la basura.
Y no volvería.