Lo que guardé para mí

Capítulo 3

Pasaron tres días sin que él regresara a casa.

La novia no llamó. Ni un mensaje. Ni una excusa.

Él tampoco la buscó. Estaba demasiado ocupado sintiendo algo que había olvidado: tranquilidad.

La casa de su amiga se volvió un refugio inesperado. Ella cocinaba cosas simples, hablaban sin forzarlo, reían por tonterías. Nadie juzgaba sus silencios. Nadie lo hacía sentir pequeño.

Pero todo eso cambió una noche, cuando ella recibió una llamada.

—¿Hola? …Sí, soy yo. ¿Qué? ¿Otra vez? —hubo un silencio tenso—. No, no estoy sola.

Cuando colgó, lo miró.

—Era un tipo con el que salí antes. Está borracho. A veces aparece por aquí… y hoy parece que está cerca.

Él no necesitó oír más.

—¿Dónde suele esperarte?

—En la esquina. A veces toca la reja. Una vez gritó. Ya no me asusta, pero…

No terminó la frase.

Él se levantó sin decir nada, se puso su chaqueta y caminó hasta la puerta.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a hablar con él —respondió. Pero su tono no tenía duda. Tampoco miedo.

Salió a la calle. La noche era húmeda, pesada, con ese tipo de silencio que precede al caos. Y ahí estaba el tipo, tambaleándose junto al poste, con una botella en la mano y el odio asomándole por los dientes.

—¿Quién eres tú? ¿Otro amigo de infancia que viene a consolarla? —escupió—. Esa mujercita no vale nada. Me debe una.

El protagonista no respondió. Caminó despacio. Y cuando estuvo a menos de dos metros, habló por fin:

—Ella no te debe nada.

—¿Y tú qué sabes?

—Sé que la estás molestando. Y que no te tiene miedo… pero yo no soy ella.

El tipo lo empujó. El protagonista retrocedió, no por cobardía, sino por cálculo. Entonces, sin pensar demasiado, cerró el puño. Un solo golpe. Sólido. Limpio.

El tipo cayó como si se desinflara. No se levantó.

No había rabia en él. Solo una firmeza que había estado guardando desde hacía años.

Cuando volvió a la casa, la amiga lo miró con los ojos abiertos, sorprendida.

—¿Qué hiciste?

—Lo saqué del mapa. No volverá a molestar.

Ella corrió a abrazarlo. No era un abrazo romántico. Era un abrazo de alivio. De conexión real.

Y mientras estaban así, unidos por algo más grande que las palabras, él entendió algo importante:

Con su novia, siempre fue alguien contenido. Medido. Neutral.

Pero con su amiga… se permitía ser real. Incluso si eso significaba ensuciarse las manos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.