Lo que guardé para mí

Capítulo 4

El domingo por la noche decidió volver a casa.

No por nostalgia. Tampoco por amor. Solo quería recoger unas cosas y aclarar su cabeza. Su mochila, su álbum dañado, el cargador del celular. Lo esencial.

Cuando abrió la puerta, la encontró sentada en el sofá, como siempre. Mismo peinado. Mismo pijama. Mismo brillo en los ojos… pero no era por él.

—¿Fuiste a lo de tu amiguita? —preguntó ella, sin mirarlo.

—Sí. Estuve allá.

Ella bufó, como si le hubiera confesado un pecado.

—No me sorprende.

Él no contestó. Fue directo al cuarto.

Ahí, mientras metía su ropa en la mochila, notó algo distinto. El cajón del escritorio mal cerrado. Un perfume que no era el suyo. Un envoltorio de chicle con el logo del trabajo de ella.

Y entre los papeles, una tarjeta de acceso. No era suya.

Le dio la vuelta:
"Para ti, por lo bien que lo hiciste el otro día —J."

Sintió un frío recorriéndole la espalda. No fue rabia. Fue resignación.

La dejó sobre el escritorio. No dijo nada.

Salió al pasillo, y ahí estaba ella, de pie, con los brazos cruzados.

—¿Algo que decir? —le preguntó él, sin elevar la voz.

Ella lo miró por unos segundos, pero no respondió. Solo se encogió de hombros.

—A veces las cosas se acaban.

Él asintió.

—Sí. A veces lo hacen.

Tomó su mochila. Se puso los audífonos sin música. Salió sin mirar atrás.

En la calle, no sintió dolor. Ni siquiera tristeza.
Solo una certeza nueva:
Había estado sosteniendo algo que ya estaba roto.

Caminó hasta la avenida, con la luna reflejándose en los charcos, y marcó un número en su celular.

—¿Estás despierta?
—Sí —respondió la voz al otro lado—. ¿Todo bien?

—¿Puedo pasar por tu casa?

La respuesta llegó sin dudar.

—Claro. Donde siempre.

Y él sonrió. No porque estuviera feliz… sino porque por fin había dejado de mentirse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.