El sábado había pasado lento pero agradable. Valentina despertó con la sensación de que algo había cambiado, como si el universo, en algún rincón oculto, hubiera dado un empujón a su vida. Las horas en su trabajo transcurrieron entre reuniones y bocetos, pero su mente siempre regresaba a la conversación con Elías Duarte. Había algo en él que le atraía de una manera distinta a todo lo que había sentido antes. Su presencia la calmaba, y su forma de escucharla, sin prisa, sin presión, era algo raro de encontrar y eso que se acababan de conocer, extrañamente agradable.
Pero el destino, como siempre, tenía otros planes, y eso era algo que Valentina nunca podría acertar.
Fue en su pausa para el almuerzo. Valentina caminaba distraída hacia el café habitual cuando, al cruzar la puerta, se detuvo en seco.
Ahí, en una esquina, como si el tiempo no hubiera pasado, estaba Elías, el otro Elías, Elías, el original. El que había estado en su mente durante años. El médico al que nunca había logrado acercarse del todo.
El rostro de Elías apareció, al principio, como una sombra lejana, familiar. Pero en cuanto sus ojos se encontraron con los de Valentina, algo cambió. La sonrisa que él le dedicó fue tan natural, tan de siempre, que Valentina sintió un pequeño nudo en el estómago.
"¿Qué hacía él aquí?"
—Valentina... —dijo con un tono que no era ni cordial ni distante, simplemente como si los meses, los años, no hubieran sido nada.
Valentina, todavía parada en la entrada del café, se sintió como una niña sorprendida. ¿Por qué ahora? ¿Por qué justo en este momento, cuando había decidido ya no buscarlo?
Elías, con su voz que siempre le había sonado a música, se levantó de la mesa y caminó hacia ella. Por un segundo, Valentina pensó que la tierra podía tragársela.
—No me digas que no me recuerdas —dijo Elías con una sonrisa que, por algún motivo, la hizo sentirse incómoda.
Era absurdo, pensó. Tenía que ser absurdo. Pero ahí estaba, justo frente a ella, no en el hospital mientras supervisaba la remodelación, con esa mirada fría, sino diferente.
—Doctor Elías... —tartamudeó ella, intentando organizar sus pensamientos. Era un caos. Su mente, sus emociones, todo se mezclaba.
Él la miró, atento, como si estuviera esperando una reacción. Y lo que más la sorprendió fue que, en lugar de la fría indiferencia que había imaginado, vio algo más en su mirada: interés.
—¿Qué hace aquí? —preguntó, tratando de sonar natural.
—Iba al hospital. Me tomé un descanso para venir a este café. ¿Y tú? —respondió él, con esa misma sonrisa que la había perseguido en sus recuerdos, sonrisa que no se había dirigido a ella en la realidad, solo en sus fantasías, en sus idealizaciones.
Valentina tragó saliva, buscando qué decir. ¿Cómo podía haber pasado esto?
Elías Duarte. había escrito: “Nos vemos más tarde, ¿verdad?”
La tensión creció, como una cuerda estirada. Justo este Elías había llegado cuando decidió que lo iba a dejar ir…
—Yo... —dijo, en un susurro que ni ella misma reconoció—. Estoy... Estoy ocupada. Bueno, tengo que... ir a.… al trabajo.
Elías la observó por un segundo, como si hubiera notado su incomodidad, pero sin presionarla. Solo asintió, comprendiendo sin palabras.
—Será para la próxima, ¿no? —preguntó él, con un tono suave.
Valentina, aún atrapada en la confusión de la situación, asintió, incapaz de articular más.
Con una última mirada, Elías se retiró, dejándola sola en la entrada del café, con el corazón latiendo fuerte, confundido.
«¿La próxima qué?» Valentina se preguntó qué había pasado, volteo a ver por donde él se había ido y regresó a la realidad, aun con el corazón desbocado. Elías Navarro había hablado con ella. Y eso ella seguía sin poder creerlo.
Después de pedir su almuerzo para llevar, se dirigió a obra, después de todo el trabajo no podía esperar.
¿Cómo podía ser que este reencuentro con Elías llegara justo cuando ella comenzaba a ilusionarse con el otro Elías?
El destino no tenía reparos en poner a prueba los límites de lo que estaba empezando a ser real.
Valentina llegó a la obra y, al entrar al edificio, trató de concentrarse en las tareas que la esperaban. Sin embargo, la sensación de que su mente estaba dividida en dos seguía persistente, como si las piezas de un rompecabezas no pudieran encajar.
El rostro de Elías Navarro seguía apareciendo en su mente, como una sombra persistente, mientras que la notificación de Elías seguía parpadeando en su celular. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tenía que enfrentarse a ese reencuentro cuando todo parecía estar fluyendo de manera tan natural con Elías?
En el sitio de la obra, Valentina se movió de un lado a otro, revisando los planos y dando instrucciones a los obreros, pero su mente no estaba allí. Estaba en el café, en la forma en que Elías la había mirado, en la calma de su voz, en el fugaz pero significativo momento de conexión. Había algo en ese encuentro que la había dejado descolocada, como una ráfaga de viento inesperada que había trastornado su paz interior.
Al mediodía, cuando finalmente terminó el recorrido por la obra, su celular vibró. Era otro mensaje de Elías Duarte.
Elías Duarte: "¿Sigues ahí o te arrepentiste?"
Valentina sonrió de manera involuntaria al leer el mensaje. Aunque el dilema de los dos Elías seguía presente en su mente, algo en la forma de escribir de Elías la hacía sentir tranquila. Había algo en su manera de ser que le despertaba una sensación de seguridad. Era directo, sin rodeos, pero sin presionar.
Antes de responder, Valentina respiró hondo y miró al horizonte desde la ventana del estudio que había improvisado para trabajar en la obra. Sabía que lo que sentía por Elías Duarte era diferente. No había dudas sobre eso. Pero Elías Navarro… ese reencuentro la había dejado con una sensación inexplicable, una atracción que parecía más profunda de lo que quería admitir.