Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 5

Valentina se encontraba en un dilema, ¿una persona puede gustarte en un día?

Mientras él la miraba con calma, ella bajó la mirada, no para esconderse, sino para acomodar la emoción que se había alojado justo entre el pecho y el estómago. Porque lo que él decía no era grandilocuente. Era simple. Verdadero. Y eso empezaba a doler bonito.

—Te diré algo —añadió Elías, mientras levantaba el tenedor—. Si al final del día esta playlist termina teniendo más de diez canciones, es porque quisimos estar cerca más de diez veces. Eso ya dice mucho.

—¿Y si nos peleamos por una canción? —preguntó ella, jugando a romper la tensión.

—Entonces será una lista honesta. Las historias perfectas no se escriben sin discusiones tontas, ¿no?

Ella rio, asintiendo.
—Tienes razón. Aunque si me pones reguetón de gimnasio, se termina el proyecto.

—Anotado —dijo él, fingiendo escribir mentalmente—. Prohibido el reguetón con video de abdominales de fondo.

La tarde siguió entre bromas y fragmentos de canciones compartidas. Pero bajo todo eso, crecía algo más sólido: una confianza sin promesas, una especie de compañía nueva, sin nombre, que no pedía certezas. Solo presencia.

Al final de la cita, la playlist ya tenía 5 canciones.

  1. Diamantes -Siddhartha, El Zar
  2. Billas -León Larregui
  3. Noches de San Juan -Hey Kidd
  4. Échame la culpa -MARLENA
  5. Por Favor -Humbe

💟

El tiempo pasó más rápido de lo que Valentina hubiera querido. Aún tenía el eco de la risa de Elías Duarte en su memoria, como si la tarde del sábado se resistiera a irse. La playlist seguía creciendo, pero de forma orgánica, como si cada canción encontrara su lugar sin forzar.

Esa mañana, se presentó en el hospital para una reunión técnica sobre la remodelación del ala de terapia intensiva. La constructora para la que trabajaba estaba en etapa de diagnósticos estructurales, y a ella le tocaba supervisar in situ la viabilidad de ciertos cambios. Llevaba su casco blanco bajo el brazo, el portaplanos cruzado en la espalda, y el café aún caliente en la mano.

Había aprendido a moverse entre quirófanos y salas de espera sin hacer ruido, sin interrumpir. Pero esa rutina tranquila se rompió en el instante en que dobló hacia el corredor del segundo piso, cuando chocó de lleno contra el cuerpo rígido de Elías Navarro.

El golpe fue leve, pero suficiente para que el café en su mano temblara peligrosamente. Ella se aferró al vaso, conteniendo el derrame por milímetros. Elías sujetó su brazo con reflejos rápidos, más instintivos que pensados. Levantó la mirada como si algo lo hubiese llamado, y cuando sus ojos se encontraron, hubo un instante —pequeño pero denso— en el que pareció detenerse el hospital entero.

—¿Estás bien? —preguntó él, mirándola con los ojos abiertos de par en par.

Valentina tardó un segundo en responder. El corazón le retumbaba como si hubiera subido corriendo las escaleras. Frente a ella, Elías llevaba una carpeta apretada contra el pecho, la bata blanca abierta sobre la ropa azul quirúrgica, el estetoscopio colgando como parte natural de su cuerpo. Y su fragancia… esa mezcla de jabón limpio, piel tibia y algo levemente especiado… le llegó como un recuerdo que no había pedido.

—Sí… —dijo, por fin—. Lo siento, no te vi venir.

—Yo tampoco —respondió él, sonriendo apenas—. Aunque no me molesta encontrarte de nuevo.

Valentina se apartó un paso, recuperando el equilibrio —físico y emocional— mientras revisaba mentalmente su apariencia: casco en la mano, planos bajo el brazo, probablemente con restos de polvo en los pantalones beige. No era el encuentro elegante que había imaginado varias veces mientras su amiga le decía que debía parar entre risas.

En esas conversaciones hasta tarde mientras las acompañaba una copa de vino, ella no se imaginó que sería completamente diferente, que el universo trabaja como le dé su gana, que el universo, es indescifrable.

Y sin embargo, ahí estaba él, con la misma expresión serena de siempre, aunque sus ojos—esos ojos que tantas veces le aceleraban los latidos, esta vez si la miraban a ella, y no era su imaginación.

—Sí, lo del café el otro día… —respondió con nerviosismo mirándolo a los ojos.

—Tenías prisa, lo entiendo —respondió Elías con una sonrisa, una que le aceleró el corazón, como siempre.

—No fue solo eso, es que me tomó por sorpresa, digo, nos hemos visto varias veces aquí, no fuera de estos pasillos…

Ella alzó la mirada. No sabía si fue lo que dijo o la forma en que la había dicho, pero de pronto, todo el miedo parecía un poco más manejable. Aún estaba ahí, claro, pero se mezclaba con una chispa que podía ser ilusión. O esperanza.

Un llamado por el altavoz rompió la tensión por un instante. Elías revisó su reloj de muñeca, con esa expresión que mezclaba responsabilidad y resignación.

—Me esperan en el quirófano —dijo con una media sonrisa—. Pero si no te molesta... ¿puedo invitarte un café después? Uno que no termine derramado, prometo.

Valentina dudó por una fracción de segundo. Luego, asintió.

—Me encantaría.

Y entonces, sin tocarla de nuevo, sin hacer un gesto que rompiera el aire suspendido entre ambos, Elías se marchó con paso firme. Valentina lo siguió con la mirada hasta que giró en el pasillo y desapareció.

Se quedó ahí un momento más, con el vaso aún caliente entre las manos y la sensación de que acababa de doblar una esquina en su vida que no tenía mapa.
Pero por primera vez en mucho tiempo, no le molestaba no tenerlo.

Apenas retomó el paso, aún un poco desorientada por el encuentro, el celular vibró en el bolsillo trasero de su pantalón. Valentina lo sacó sin demasiada prisa, creyendo que sería un mensaje del grupo de la constructora o alguna notificación más de planos pendientes.

Pero no.




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