Días después, mientras esperaba que se renderizara una fachada en su computadora, Valentina se dejó caer en el sofá con el celular en la mano. Navegaba sin pensar, entre reels de arquitectura, cafés nuevos para visitar y canciones. Hasta que el algoritmo la llevó a algo más conocido. La recomendación de la cuenta de Elías Duarte.
Una foto de Elías Duarte. Un grupo de amigos en una parrillada. Ella reconoció el jardín de una casa en Coyoacán y pensó en voz alta:
—Ese lugar me suena…
Hizo clic para ver las fotos fijas del perfil. Y ahí fue.
Un cumpleaños.
Un partido de fútbol con camisetas personalizadas.
Un domingo de asado.
Y en cada imagen, en alguna esquina, a veces al centro… Elías Navarro.
Sonriendo. Dándole un golpe amistoso en el brazo a Elías. Tirado en el pasto entre carcajadas. Como si el mundo fuera sencillo para él.
Valentina se quedó helada.
No era rabia, ni tristeza. Era algo más confuso: una sacudida interna.
Elías Navarro y Elías Duarte eran parte de círculos cercanos.
Y ella… estaba en el medio, sin saberlo.
Tomó aire. Releyó los pies de foto. Uno decía:
“Elías, gracias por no cambiar nunca. Te quiero, hermano.”
Valentina dejó el celular en la mesa, se frotó la cara con ambas manos.
No sabía si reírse o gritar. Porque justo cuando empezaba a construir algo nuevo, el pasado se aparecía por la puerta trasera.
Porque, ¿qué haces cuando los capítulos de tu historia no están en orden, pero los personajes siguen coexistiendo?
Esta coincidencia le parecía un juego del universo, ella había decidido dejar a un lado todos esos sentimientos que tenía por Elías Navarro. Había decidido dar un paso fuera de lo que nunca se dio entre ellos, pese a los cortos mensajes que compartían por Instagram, había decidido dar un paso lejos de Elías Navarro, y él había comenzado a aparecer en todos lados.
Valentina volvió a tomar su teléfono y marco el número de Natalia.
—Nat, ¿Dónde estás? —preguntó Valentina tratando de sonar calmada, pero su voz la traicionaba.
—Hola, amiga, estoy bien, muchas gracias por preocuparte —respondió Natalia al otro lado, se escuchaba el sonido de la maquinaria y el viento.
—Natalia… no estoy para juegos, es algo importante, ¿estás en obra?
—Sí, sí, estoy en obra, pero dime —respondió Natalia, con el tono que usaba cuando sabía que Valentina hablaba en serio.
El sonido de martillos y grúas de fondo disminuyó un poco, como si se hubiera movido de lugar para poder escucharla mejor.
Valentina cerró los ojos por un segundo. No sabía ni cómo empezar. Sentía que cada palabra que pensaba decir se enredaba con otra. Aun así, soltó la primera.
—Los Elías… son amigos. Amigos cercanos, Nat. Salen en fotos juntos, se comentan cosas como “hermano”.
Hubo un breve silencio al otro lado. Luego, la voz de Natalia bajó una octava, mezclando sorpresa y una ligera precaución.
—¿Estás segura?
—Sí —dijo Valentina, dejándose caer en una de las sillas de la terraza fuera de su oficina—. Lo vi en Instagram. Elías con el que estoy saliendo, subió una foto de hace unas semanas… y hay más. Comentarios, fotos. Son amigos desde hace tiempo, parece. Y yo aquí, como idiota, empezando algo con uno mientras intento cerrar lo que nunca empezó con el otro.
Natalia suspiró.
—Mierda.
—Sí. Exactamente eso. Mierda —repitió Valentina, con una risa seca—. ¿Qué se supone que haga con esto? ¿Ignoro el universo y sigo como si nada? ¿Le digo a Elías Duarte que no puedo porque su mejor amigo me gusta desde hace años, aunque él nunca hizo nada al respecto?
—Valen… —dijo Natalia, con voz más suave—, no tienes que tomar una decisión hoy. Solo respira. Ya sabíamos que el universo es un maldito bromista contigo. Pero no tiene la última palabra. La tienes tú.
Valentina apoyó el codo en la mesa y se cubrió los ojos.
—Es que justo ahora que me sentía… en paz, ¿sabes? Con Duarte todo se siente fácil. Y aparece el otro. Como si solo estuviera esperando que yo diera un paso adelante para volver a enredarme.
—Eso es lo que tienes que mirar con calma. No lo que aparece, sino lo que eliges mantener.
Y si necesitas, te secuestro este fin de semana y nos vamos a la playa sin señal ni Instagram.
Valentina soltó una risa auténtica por primera vez desde que leyó la maldita publicación.
—¿Promesa?
—Lo juro por mi casco de seguridad rosa.
—Ok. Eso hace que confíe en ti, amiga.
—Como debe ser —dijo Natalia, sonando un poco más animada—. Ahora, cierra ese Instagram, hazte un té o ve por una concha de vainilla, y no pienses demasiado. Hoy no.
—Ya me conoces, pensar demasiado es mi superpoder —respondió Valentina, aunque esta vez con una sonrisa más honesta.
Colgaron. El sonido en su pecho seguía siendo confuso, como una melodía desordenada. Pero al menos ya no sonaba sola.
Y mientras se preparaba una taza de té, su mente volvió al mensaje de Duarte. A ese restaurante en el centro. A su risa cuando hablaban de reguetón prohibido.
Pero también volvió, inevitablemente, a los ojos de Navarro en el pasillo del hospital. A ese "no me molesta encontrarte de nuevo".
Y entonces pensó:
A lo mejor no se trata de elegir entre dos nombres, sino de escuchar lo que de verdad quiere su corazón, cuando no está intentando complacer al pasado.
Valentina respiró profundo y miró otra vez la pantalla apagada de su celular.
La foto de los dos Elías seguía ahí, como testigo de una historia que aún no terminaba de escribirse.
Valentina apoyó la taza de té sobre la mesa con un leve clac, como si ese pequeño sonido marcara el inicio de algo. No sabía qué. Pero algo se había movido dentro. Algo que pedía verdad.
Abrió la galería. Observó de nuevo la imagen. Elías Darte en el centro, con esa sonrisa amplia que siempre lo hacía ver como si todo en su vida tuviera sentido