Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 7

El jueves llegó más rápido de lo que Valentina había anticipado, y aunque tenía la cabeza dividida entre cálculos de materiales y pensamientos en forma de playlist, a las seis en punto ya estaba recogiendo su casco y guardando los planos en el tubo. Afuera, el cielo comenzaba a tornarse naranja y el aire tenía ese aroma a ciudad a punto de descansar, aunque ellas aún no lo hicieran.

—Vamos por ese café o lo que sea que me prometiste —dijo Natalia, apareciendo por detrás con su habitual coleta desordenada y manchas de cemento en las botas.

—¿Tienes energía para más cosas después de todo el día en obra? —preguntó Valentina, sonriendo.

—Por café, por chisme… por ti. Siempre.

Ambas subieron al coche de Natalia y manejaron hasta un lugarcito escondido en una calle secundaria, uno de esos cafés con mesas de madera reciclada, luces cálidas y playlists indie que parecen decir "puedes soltar el peso del día aquí".

Pidieron capuchinos y pan de cardamomo. Se sentaron junto a una ventana abierta donde corría una brisa suave, que despeinaba a ambas sin culpa.

—¿Y? —preguntó Natalia, dándole un sorbo a su taza y sin más introducción—. ¿Qué onda con los dos Elías?

Valentina soltó una risa suave, resignada.

—Sabía que no ibas a perder tiempo.

—Obvio no. Lo traes escrito en la frente. Además, me juraste por tu casco blanco que me lo contarías, y yo juré por mi casco rosa que estaría para escucharte.

Valentina dejó su taza sobre el platito, exhalando.

—Duarte me invitó a salir mañana… y acepté. Me gusta. Me hace reír. Es simple, fácil. Como si pudiera ser feliz sin tener que pensar demasiado.

—¿Y Navarro?

Valentina bajó la mirada, jugando con la servilleta entre los dedos.

—Me encontré con él en el hospital. Literalmente. Nos chocamos y me invito a tomar un café algún día de estos. Fue como si el universo me empujara otra vez... Pero es más complicado. Él no hace nada directamente, pero cada vez que aparece, me desordena. Y para colmo, es amigo del otro Elías.

Natalia se acomodó en la silla, frunciendo el ceño.

—¿Y tú qué quieres?

Esa era la pregunta, ¿no?

—No lo sé. Quiero estar bien. Quiero algo que no me duela. Quiero no tener miedo de elegir algo solo porque temo repetir errores.

—Entonces empieza por ahí —dijo Natalia con calma—. Por elegirte. El resto se acomoda después.

—Pero es que me encuentro en este dilema, Elías me sigue gustando y mucho, y no quiero usar al otro Elías como clavo que saca otro clavo. No es justo.

Natalia la miró con esa expresión que usaba cuando sabía que su amiga estaba siendo brutalmente honesta consigo misma, pero también con los demás.

—¿Y crees que ya lo estás usando así? —preguntó con suavidad—. ¿Sientes que estás con Duarte solo para olvidar a Navarro?

Valentina apretó los labios. No respondió de inmediato.

—No —dijo al fin—. Me gusta estar con él. Me hace sentir tranquila. Me escucha, me ve. Pero no puedo negar que… a veces, cuando sonríe o me toma la mano, me asusta no saber si es él quien me gusta, o solo la idea de salir por fin de ese enredo emocional con Navarro.

Natalia asintió lentamente.

—Y luego está el punto en el que Navarro sigue orbitando, me lo he encontrado más veces desde que decidí alejarme de él, es extraño y si esta vez, está aquí… ¿para quedarse? Y ¿si me arrepiento al hacer una elección?

—Y si no eliges, igual te vas a arrepentir —respondió Natalia sin dudar, con la serenidad de quien había pensado eso muchas veces—. Porque así funciona el miedo. Te hace creer que existe una forma perfecta de tomar decisiones, pero no la hay. Solo caminos diferentes.

Valentina bajó la vista. Jugaba con el borde de la servilleta como si de ahí pudiera sacarse una señal.

—¿Y si la cago?

—Entonces lo arreglas. O aprendes. Pero no vivas en pausa solo por miedo a manchar la hoja —dijo Natalia—. A veces los errores nos muestran más de lo que nunca nos atrevimos a preguntar.

Se quedaron en silencio. Esta vez, uno suave, como un respiro largo entre pensamientos.

—Porque elegir algo también es dejar ir lo otro. Y con Navarro, aunque nunca fue realmente algo… me duele soltar esa posibilidad.

—Porque con él creaste una historia que se quedó en el "y si" —dijo Natalia—. Pero tú mereces una historia que se viva en presente. O al menos que sea real y no todo lo que te inventaste en tu mente mientras tomabas vino.

Valentina la miró. Le dolía, pero también lo necesitaba. Ese golpe de verdad con cariño.

—Gracias por ser mi brújula emocional, aunque uses botas con punta de acero.

—De nada, sentimental en construcción —respondió Natalia con una sonrisa ladeada, mientras levantaba su vaso como brindis improvisado—Por todas las versiones de ti que estás descubriendo.

Valentina chocó su vaso con el de ella. El tintineo del cristal sonó como un acuerdo silencioso: no había respuestas definitivas, pero sí el coraje de buscarlas.

—Y que conste —añadió Natalia—, si alguno de los Elías te rompe el corazón, me lo dices y le meto el casco por la cabeza. Rosa y todo.

—Anotado —rio Valentina, dejando que el aire se sintiera un poco más ligero—. Pero espero que no sea necesario.

—Yo también. Porque si uno de ellos vale la pena, lo sabrás. No porque sea perfecto, sino porque contigo, todo será un poco más sencillo. Más en paz. Como tú, cuando no estás peleando contigo misma.

La frase se le quedó grabada. Sencilla, pero exacta.

Cuando salieron del lugar, la noche ya había caído sobre la ciudad. Valentina caminó con las manos en los bolsillos, sintiendo que por fin, la balanza no era solo entre dos hombres, sino entre dos versiones de sí misma: la que seguía atrapada en lo que no fue, y la que estaba dispuesta a abrirse a lo que podría ser.

Esa noche, antes de dormir, abrió el chat de Elías Duarte.

Valentina: “Tengo una duda importante. ¿Crees que acepten cambiar el postre por vino?”




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