Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 8

Valentina camino a su oficina, después de esa pequeña charla motivacional, tenía planos que terminar antes de escaparse a esa cita con Duarte, tenía muchas cosas en que pensar, más allá de las jugadas del universo, que parecía entretenerse con la vida de Valentina.

Al dar las 3 de la tarde, una llamada entrante de Elías Duarte interrumpió la concentración de Valentina.

Señorita arquitecta, ¿se encuentra usted libre ahora, o tengo que hacer cita para apreciar su belleza?

Valentina sonrió, bajando el compás que tenía en la mano.

—Señor Duarte, si sigue con esas líneas de galán de telenovela, voy a empezar a cobrarle por minuto.

Eso suena a amenaza… sexy —rio él al otro lado—. Pero no, lo mío es una consulta seria. Quería saber si prefieres que pase por ti o nos encontramos allá.

Ella miró el reloj. Faltaban unas horas para que terminara su jornada, pero ya tenía todo bajo control. Casi todo.

—Si pasas por mí, prometo tener los planos entregados y los zapatos puestos a tiempo.

—¿Y si llego con postre en mano?

—Entonces me apuro doble. Pero que sea de chocolate, si no, se cancela el trato.

Anotado, arquitecta. Nos vemos a las seis en punto.

Colgó. Y por primera vez en días, el caos dentro de ella se sintió más dulce que confuso.

A las 5:45, Valentina se estaba poniendo labial frente al pequeño espejo del baño en la oficina. Nada muy llamativo, solo un tono rosado suave que no resaltaba mucho, pero le hacía lucir lo necesario. Se miró un segundo más. Soltó el aire con fuerza.

—Es solo una cita. Con alguien que me gusta. Que me hace bien. Es solo una cita —se dijo, como un mantra.

Natalia apareció por la puerta, apoyándose con descaro en el marco.

—Mira nomás. La arquitecta en modo arquitectónica.

Valentina rodó los ojos.

—No empieces.

—No empiezo. Solo observo. Y te ves preciosa. Duarte va a desmayarse.

—¿Y si me desmayo yo?

—Yo llevo sal de uvas, por si acaso.

—¿Pero para los desmayos, que no se usa alcohol? —preguntó Valentina mientras la miraba a través del espejo.

—Bueno, entendiste el punto —respondió Natalia.

Ambas rieron. Valentina agarró su bolso y el casco, aunque no lo necesitara, por pura costumbre y volvió a dejarlo en su sitio al darse cuenta.

A las 6:01, Elías Duarte la esperaba afuera del edificio, apoyado en su auto, con una bolsa blanca en la mano. Levantó la vista apenas la vio cruzar la puerta, y sonrió. Ella pensó, por un momento, que ojalá todos los recibimientos se sintieran así de fáciles.

—Minuto de retraso. Tendrás que compensarlo con dos cucharadas extras de postre —bromeó él, tendiéndole la bolsa.

Valentina la tomó y miró dentro. Chocolate. Mousse. Frambuesas.

—Te estás ganando puntos peligrosamente rápido.

—¿Peligrosos para quién?

—Para mí. Porque me empiezo a acostumbrar —dijo ella, sin pensar, y luego quiso morderse la lengua.

Pero él no se inmutó. Solo la miró, como si esas palabras no lo asustaran. Como si, en realidad, le gustara escucharlas.

—Pues acostúmbrate. Porque tengo muchos postres, muchas ideas y poco miedo.

Se subieron al auto entre risas, mientras el cielo comenzaba a oscurecer con el atardecer en tonos naranjas y violetas. La ciudad les dejaba un pequeño espacio de calma.

El restaurante estaba en una esquina discreta del centro, con luces cálidas que caían como lluvia dorada desde lámparas colgantes. El ambiente olía a pan horneado, vino y especias. Valentina se quitó la chaqueta, agradeciendo la calidez del lugar. Elías le acercó la silla con una sonrisa ligera, sin pretensiones.

—No sé si lo elegí por el menú o por lo bien que se ve con estas luces —dijo él mientras se sentaba frente a ella.

—Espero que estés hablando del restaurante…

—No estoy negando ni una opción.

Rieron. El camarero se acercó y pidieron un vino tinto para compartir. La conversación comenzó con temas fáciles: un proyecto que ella acababa de cerrar, una anécdota divertida que él había vivido en urgencias. Pero conforme pasaban los minutos y las copas de vino, la charla se volvió más lenta, más honda.

—¿Tú crees que el universo pone las cosas por algo? —preguntó Valentina, girando la copa entre los dedos.

—Creo que el universo pone todo… y luego se va a dormir. Y nos deja el caos a nosotros.

Ella sonrió. Le gustaba esa idea. Menos mágica, más honesta.

—Últimamente siento que me está lanzando demasiados dados al mismo tiempo. Gente, decisiones, recuerdos…

—¿Y tú qué haces con eso?

—Intento no esconderme. Pero no sé si lo estoy manejando bien o solo estoy… sobreviviendo. Aunque me inclino más a la idea de sobrevivencia.

Elías apoyó los codos sobre la mesa, acercándose un poco más, con expresión seria.

—¿Y si no se trata de manejarlo? ¿Y si solo se trata de permitirte sentirlo, sin presión de resolverlo todo?

—¿Incluso si eso me hace querer correr?

—Especialmente si eso te hace querer correr —dijo, y su voz fue suave, casi un susurro—. Porque no se trata de correr o quedarte, sino de saber por qué haces cada cosa.

Valentina lo miró en silencio. No era la respuesta más espectacular del mundo, pero sí era una que no había considerado. Y le dolió un poco darse cuenta.

—Me haces pensar cosas que no estaba lista para pensar —murmuró.

—Y tú me haces querer escuchar más, incluso si duelen.

—¿Incluso si duelen? —preguntó Valentina con curiosidad, le agradaba conocer más a Elías de esta manera.

—Sí —asintió Elías, bajando un poco la mirada, como si buscara las palabras correctas en el fondo de su copa de vino—. A veces uno pasa tanto tiempo evitando el dolor, que se olvida de que también puede ser una puerta. A cerrar ciclos, a sanar, a abrir otros.

Valentina lo observó con atención. No estaba acostumbrada a que alguien hablara así, sin miedo a los matices.




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