Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 9

Valentina se despertó con el insistente sonido de su alarma sobre la mesa de noche. Había dormido pasada la medianoche, después de una larga conversación con Natalia y sus planes, —entre risas y dudas—, por la improvisada escapada del fin de semana con destino en una de las playas cercanas.

—Odio hacer planes en mis 5 minutos de vulnerabilidad inconsciente —dijo a sí misma cuando se levantó de la cama.

Se arrastró hasta la cocina con los ojos aún medio cerrados, como si el piso fuera arena y ella, una náufraga del insomnio. Preparó café sin revisar el celular, en un intento consciente por estirarse unos minutos más dentro del silencio. Sabía que, apenas lo hiciera, el día empezaría a correr sin tregua.

Pero incluso en ese intento de pausa, su mente ya iba unos pasos adelante: la maleta, los pendientes en la oficina, el mensaje que no había respondido de Elías Duarte, y esa extraña inquietud que no sabía si venía del cansancio o de otra cosa más difícil de nombrar.

Cuando el aroma del café llenó el espacio, se obligó a respirar hondo.

—Una escapada no cura dilemas morales —murmuró, apoyada contra la barra de la cocina—. Pero tal vez los vuelve más soportables con vistas al mar.

Encendió el celular. Varios mensajes sin leer. Entre ellos, uno de Elías Duarte.

Elías Duarte: “¿Ya tienes planes para el domingo? Podríamos ver la expo de diseño urbano en el centro. Hay buena arquitectura para criticar.”

Valentina lo leyó con el estómago un poco apretado. Porque Elías era amable, interesante, divertido. Pero no era con él con quien quería compartir silencios o pensamientos a las tres de la mañana.

Y esa idea la golpeó con fuerza.

Tomó el café y se sentó en el sofá sin prisa, mirando la ventana, preguntándose cuántas verdades podía empacar junto con su ropa para ese fin de semana.

Porque el sol, la playa y las olas podían ofrecer distracción. Pero lo que tenía que resolver, lo llevaría igual en el pecho.

Después de darse un baño, y preparar su maleta, salió rumbo al estudio para terminar con los pendientes de esa mañana antes de irse a medio día con Natalia.

Al llegar al estudio, Natalia ya la esperaba con un café en mano y una mirada que sabía demasiado.

—¿Lista para la odisea emocional en la playa? —preguntó, levantando la ceja mientras le pasaba el vaso.

—Lista para intentar olvidarme de mis dilemas con protector solar factor 80 —respondió Valentina, intentando sonar ligera, pero la sonrisa no le llegaba a los ojos.

Ambas se sentaron frente a sus escritorios y trabajaron en silencio durante un par de horas. Valentina se enfocó en terminar los ajustes de los planos, tachando mentalmente pendientes como si eso también sirviera para tachar pensamientos. Pero por dentro, el nudo seguía apretado.

A las doce en punto, Natalia cerró su laptop.

—Vámonos antes de que te arrepientas o tu dilema te convenza de quedarte.
—Demasiado tarde para arrepentirse, ¿no? —respondió Valentina, guardando su computadora.
—Nunca es tarde si hay caos emocional de por medio —dijo Natalia mientras recogía sus cosas—. Pero hoy no vamos a huir. Vamos a ir directo a la tormenta... con bikini y botanas.

Valentina soltó una risa breve y sincera.

—Y vino, ¿no?
—Obvio. Soy caótica, pero no salvaje. —Respondió Natalia dirigiéndose a la salida con su maleta en mano.

—Y por eso me agradas —dijo Valentina mientras abría la cajuela del auto para que Natalia guardara sus cosas. —Aunque me sigo preguntando, por qué necesitas una maleta tan grande para un fin de semana…

—Porque el drama emocional requiere outfits de respaldo —respondió Natalia con una sonrisa triunfante—. Nunca sabes si vas a llorar frente al mar o terminar ligando con un surfista existencialista.

Valentina soltó una risa mientras cerraba la cajuela.

—Eso explicaría los cinco pares de sandalias.

—Y tú llevas tres libros que no vas a leer —señaló Natalia al subir al asiento del copiloto—. ¿Quién es la dramática ahora?

—Toco el mar con los pies, no con la concentración. —Valentina encendió el motor, acomodando sus gafas de sol con el mismo gesto con el que se armaba de paciencia—. Pero está bien, admito que los metí “por si acaso”.

—"Por si acaso"… ¿te da por huir de tus sentimientos leyendo a Murakami?

—Exacto. Mejor eso que mandar mensajes que no debería.

El auto arrancó entre risas, con el cielo despejado y una playlist con nombre extraño que había elegido Natalia como copiloto. Pero tras cada broma, cada intercambio de ironías, ambas sabían que el viaje no era solo una escapada, sino una pausa antes de decisiones más grandes.

El paisaje pasaba a ambos lados como un lienzo en movimiento. El sol de la mañana se colaba por las ventanillas abiertas, y el aire salado empezaba a sentirse en el ambiente. Natalia ajustaba el volumen de la música mientras Valentina mantenía una mano en el volante y la otra jugando con una pulsera vieja que llevaba en la muñeca.

—¿Tú crees que si seguimos manejando sin parar llegamos a otro país? —preguntó Natalia, sacando un caramelo de menta de su bolsa.

—Con lo que cargaste, seguro nos paran en la aduana creyendo que huimos de algo.

—¿Y no lo estamos haciendo? —Natalia alzó una ceja—. Digo, yo escapando de mis facturas, tú de tus Elías.

Valentina soltó una risa cansada.

—No estoy escapando… estoy tomando distancia emocional para ver todo con más claridad.

—Ajá. Como cuando alejas el celular para leer los mensajes sin comprometerte.

—Exacto. O como cuando ves el outfit completo en el espejo antes de decidir si sales o te rindes.

Natalia la miró de reojo, bajando un poco el volumen.

—Ya en serio… ¿te sientes bien con todo esto?

Valentina dudó antes de responder. El zumbido del camino llenó el silencio.

—Me siento… confundida. Como si estuviera en medio de un puente, mirando hacia dos lados, y en ninguno veo claramente qué hay después.




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