El ambiente dentro de la casa era mucho más animado que el aire tenso que habían dejado en la terraza.
Las luces cálidas, el sonido de los cubiertos y las risas del grupo hacían que todo se sintiera un poco más ligero… si no fuera porque Valentina tenía a dos Elías a menos de tres metros.
Y eso, en su universo, era un desafío que podía colapsar.
—Bien —anunció una chica del grupo, levantando una botella vacía—, jugaremos a “Verdad o Reto”, versión civilizada, lo prometo.
—¿Civilizada? —preguntó Duarte con una ceja levantada, mientras tomaba asiento junto a Valentina—. Eso suena como una trampa.
—Solo si tienes secretos —replicó ella, con una sonrisa traviesa.
Valentina tragó saliva. Si el universo tuviera sentido del humor, definitivamente se estaba riendo de ella.
Navarro se sentó justo enfrente, con una serenidad inquietante, como si no acabara de lanzar una bomba emocional en la terraza minutos antes. Su mirada era discreta, pero cada tanto la buscaba, y eso bastaba para que su corazón hiciera maratones internos.
—A ver, empiezo yo —dijo Natalia, feliz de ser el caos encarnado—. Valentina. Verdad o reto.
—¿Por qué yo? —preguntó ella, con un tono de falsa indignación.
—Porque eres la más calladita y las más calladitas siempre esconden algo —contestó Natalia entre risas, alzando las cejas—. Así que… ¿verdad o reto?
—Eso es trampa, tienes que girar la botella y ese es el primero en responder, Natalia —respondió Valentina a la defensiva.
otella se fue frenando, giró una última vez y se detuvo apuntando justo hacia ella.
Natalia dio un grito triunfal.
—¡Sabía que el universo estaba de mi lado! —exclamó entre carcajadas.
Valentina rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse también.
—Está bien, lo admito. Me lo merezco.
—Entonces… —Natalia apoyó el codo sobre la mesa, con una sonrisa de villana de telenovela—, ¿verdad o reto?
Valentina miró de reojo a Navarro, que la observaba en silencio con esa media sonrisa que le resultaba imposible descifrar. Era el tipo de sonrisa que parecía contener algo más, algo que él no decía, pero que estaba ahí, flotando entre los dos.
—Verdad —dijo ella finalmente, con voz firme.
—Perfecto —Natalia chasqueó los dedos, encantada—. ¿Es verdad que hay alguien aquí que te gusta?
El aire pareció detenerse. Incluso el viento dejó de soplar por un instante.
Valentina abrió la boca para protestar, pero lo único que salió fue una risa nerviosa.
—Esa pregunta es demasiado amplia —intentó decir, buscando una salida elegante.
—No, no lo es —intervino Navarro, sin apartar la mirada de ella. Su tono era tranquilo, pero había algo más bajo la superficie—. Es bastante directa, diría yo.
Valentina sintió cómo el corazón le golpeaba el pecho. Trató de mantener la compostura, de parecer casual, pero su voz salió un poco más suave de lo esperado.
—Entonces… digamos que podría ser verdad.
Natalia soltó un chillido. Era evidente que quería que admitiera frente a los dos Elías que me gustaban, de diferente manera, pero era obvio.
Navarro apoyó la copa entre sus manos, mirando hacia abajo, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Una de esas que parecen esconder pensamientos que no se dicen en voz alta.
—¿Y vas a decir quién es? —preguntó Natalia con un brillo travieso en los ojos, encendiendo por completo el ambiente.
Valentina soltó una carcajada temblorosa, intentando ganar tiempo.
—No dijiste que tenía que especificar —respondió, alzando las cejas con una falsa seguridad.
—Eso suena a evasiva —intervino Elías Navarro, divertido—. Y las evasivas son sospechosas.
—Exacto —dijo Natalia, girando hacia Navarro con malicia—. Aunque creo que algunos aquí ya tienen una idea bastante clara.
Navarro levantó la vista justo entonces. Sus ojos se encontraron con los de Valentina, y por un instante, todo lo demás desapareció: las luces cálidas del bar, la música de fondo, las risas. Solo estaban ellos y ese silencio cargado que decía demasiado.
—No creo que necesite decirlo —dijo Navarro, con voz baja y una calma que solo hacía más evidente la tensión.
Valentina parpadeó, sorprendida.
—¿Y tú qué sabes? —intentó sonar divertida, pero su tono salió más vulnerable de lo que quiso.
—Lo suficiente —respondió él, con esa sonrisa que se deslizaba despacio, como si supiera exactamente el efecto que causaba.
Natalia observó la escena con una satisfacción evidente.
—Bueno, bueno… esto se está poniendo interesante. Pero sigamos para conocer los secretos de los demás en esta mesa.
La botella giró sobre la mesa, reflejando el brillo de las luces y las miradas contenidas. Valentina trató de concentrarse, de volver al juego, pero sentía aún el eco de esas palabras retumbándole en el pecho.
Y cuando el cuello del vidrio se detuvo señalando esta vez a Navarro, Natalia sonrió como si el universo hubiera decidido darle el papel de guionista.
—Perfecto —dijo ella—. Navarro, verdad o reto.
Él no apartó los ojos de Valentina cuando respondió:
—Verdad —respondió Navarro, con esa seguridad tranquila que lo caracterizaba. —Perfecto. Entonces… —se llevó un dedo al mentón, pensativa, mientras todos esperaban—. ¿Cuál ha sido tu cita más desastrosa?
El grupo estalló en carcajadas.
—¡Buena! —dijo Duarte, levantando su copa—. Esa quiero oírla.
Navarro arqueó una ceja, riendo por lo bajo.
—¿Mi cita más desastrosa? Bueno… hubo una que terminó con un extintor de por medio.
—¿Qué? —preguntó Valentina, sin poder evitar reír.
—Literalmente —continuó él, divertido—. El lugar tenía velas en todas las mesas, y yo, en mi intento de impresionar, moví el mantel… y tiré una. Se prendió la servilleta, la chica gritó, y el mesero apareció con un extintor antes de que el fuego pasara de “romántico” a “evacuación general”.