El grupo se la paso entre bromas y risas, y poco a poco la conversación se desvió hacia anécdotas absurdas, bromas y un improvisado debate sobre qué canción era la más vergonzosa para cantar en karaoke.
Valentina se relajó, dejándose llevar por la energía del grupo, riendo hasta las lágrimas cuando Duarte intentó imitar a un cantante y terminó olvidando la letra a mitad de la canción.
Por primera vez en mucho tiempo, no había pasado la noche pensando en lo que había perdido, sino en lo que estaba viviendo.
Y aunque cada tanto, al cruzar la mirada con Navarro, algo en su pecho se tensaba, eligió concentrarse en la risa que tenía frente a ella, en el presente, en esa versión de sí misma que volvía a sentirse viva.
La reunión terminó más tarde de lo que esperaban. Las luces del jardín ya se habían atenuado y el aire se había vuelto fresco, casi silencioso. Natalia se despidió entre abrazos y promesas de “repetirlo pronto”, mientras Valentina buscaba su bolso y su abrigo con la sensación extraña de no querer que la noche acabara del todo.
—¿Lista? —preguntó Duarte, acercándose con las llaves en la mano.
—Sí —respondió ella, aunque su voz sonó más suave de lo que quiso.
Caminaron juntos hacia el coche, con pasos lentos. A lo lejos, el grupo aún reía despidiéndose, y entre ellos, Valentina alcanzó a ver la silueta de Navarro inclinándose para abrazar a alguien. No sabía por qué, pero algo en su pecho se movió al verlo.
Duarte abrió la puerta del copiloto y esperó a que ella subiera antes de rodear el auto. El trayecto de regreso fue tranquilo, acompañado por el sonido del motor y una canción suave que sonaba en la radio. Ninguno hablaba mucho, pero el silencio era cómodo.
—Gracias por venir —dijo él finalmente, sin apartar la vista del camino—. Me alegra que te hayas divertido.
—Gracias a ti por insistir —respondió ella con una sonrisa leve—. Si fuera por mí, me habría quedado en casa viendo una de esas comedias que transmiten por la tv.
Él rió bajo.
—Entonces seguiré insistiendo. Te hace bien salir un poco.
—Ya hemos tenido muchas citas —respondió Valentina con una sonrisa.
Duarte sonrió de lado, como si hubiera estado esperando que ella dijera eso.
—¿Y ya te cansaste de mí? —preguntó en tono cómplice, girando brevemente la cabeza hacia ella.
—No —respondió Valentina, con ese tipo de honestidad que sale casi sin querer—. Solo… no sabía que iba a gustarme tanto.
—Me gusta estar contigo, Valentina —confesó, rompiendo suavemente la barrera del silencio, antes de que Natalia subiera al asiento trasero del auto.
—Fue una reunión increíble para ser lunes —dijo Natalia mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
Valentina sonrió desde el asiento del copiloto, mirando hacia el frente, pero con los ojos ligeramente brillantes por todo lo que se había quedado flotando en el aire justo antes de que Natalia llegara. Duarte carraspeó suavemente, retomando su postura al volante con una naturalidad que solo lo hacía ver más encantador.
—Claro que lo fue —respondió él, encendiendo el motor—. Creo que todos lo pasamos bien.
Natalia asomó la cabeza entre los asientos delanteros con una sonrisa cómplice.
—Yo vi esa sonrisita, Valen —canturreó señalando con el dedo—. A ver… ¿ya entramos en la fase de “te pedí agua, pero en realidad quiero que sea una excusa para hablarte más”?
Valentina apretó los labios, tratando de contener la risa y el leve rubor de sus mejillas. Sabía que su mejor amiga lo hacía a propósito.
—¿Tú no tienes sueño? —contraatacó Valentina, dándole un leve empujón con el hombro hacia atrás—. Deberías irte a dormir, estás comenzando a imaginar cosas.
—¿Y tú no estás comenzando a sentirlas? —dejó caer Natalia, bajando el tono como si estuviera revelando una verdad oculta.
Valentina inhaló despacio, pero antes de que pudiera contestar, Duarte intervino, sin desviar la vista de la carretera.
—Yo no sé qué imaginaciones tienes, Natalia… —dijo con voz tranquila, pero con una sonrisa evidente—. Pero puedo poner una playlist relajante para el camino si quieres dormir.
Natalia apoyó la cabeza en el respaldo con un suspiro dramático.
—Eso es un sí medio disimulado —murmuró con una media sonrisa, cerrando los ojos.
Y aunque nadie dijo más, el silencio que siguió era cálido, lleno de cosas que no hacía falta explicar del todo. Duarte marcaba el ritmo suave del trayecto, Valentina veía las luces de la ciudad pasar lentamente por la ventana, y Natalia, fingía que no estaba al tanto de las manos entrelazadas de los dos que iban en frente.
El coche avanzaba con suavidad entre las calles iluminadas, y aunque la ciudad seguía viva a esa hora, dentro del auto todo parecía en pausa. Valentina apoyó la frente contra el cristal frío, sintiendo la caricia del aire nocturno filtrarse. Duarte soltó un leve suspiro, como si estuviera también descansando de una noche agradable, pero sin querer que terminara.
Valentina se atrevió a mirar de reojo su mano, aún entrelazada con la de él, y una sonrisa pequeña apareció sin que pudiera evitarla. Ya no era algo planeado, ni con miedo detrás. Solo... surgió. Porque todo estaba empezando a sentirse natural, familiar, como si en silencio hubieran ido encontrando un espacio común sin siquiera proponérselo.
Elías giró la mano ligeramente, acariciando con el pulgar el dorso de la suya, y ese simple gesto hizo que el mundo pareciera un poco más seguro, un poco más brillante.
—¿Te sientes bien? —preguntó él, con la voz baja, para no despertar a Natalia o quizás porque el momento solo pedía palabras suaves.
Valentina asintió, sin volver los ojos hacia él.
—Estoy bien… —susurró—. Solo estaba pensando en que quizá debería salir más seguido. Al menos cuando tú estás.
Duarte sonrió, esa sonrisa tranquila que parecía estar hecha solo para ella.
—Entonces saldremos. Y si un día quieres quedarte en casa viendo comedias malas de televisión… —añadió en tono cómplice—. Puedo llevar palomitas.